¿Es el líder o el liderazgo lo que ordena la política?
Las democracias sudamericanas se desempeñan en un contexto de debilidad institucional y de acuerdo a como el presidente ejerza su liderazgo el gobierno será estable o inestable.
El próximo 27 de octubre se cumplen 3 años de las elecciones generales que le permitieron a la fórmula Fernández-Fernández, del Frente de Todos, obtener la victoria en primera vuelta, provocando algo inédito en la democracia contemporánea sudamericana, un presidente en ejercicio perdía en las urnas su chance de reelegir.
La sorpresiva combinación de personalidades, historias recientes y respaldos políticos le permitía al peronismo recuperar el sillón de Rivadavia, tras la experiencia de una alianza encabezada por un dirigente que no provenía de los partidos políticos tradicionales.
La coyuntura política de finales del año 2019 presentaba desafíos donde la recuperación de los salarios y niveles empleo, junto a renegociaciones de deuda externa con acreedores privados y organismos internacionales, se destacaban prioritarios en el discurso y la acción gubernamental. Sin embargo, un frente externo inesperado pasaba de incierto a preocupante y de allí a peligroso sin escala intermedia.
La pandemia cambió los planes en la Argentina y el mundo. La división ideológica o partidaria se detuvo, el consenso era la norma, actuar de manera conjunta la decisión racional. En ese momento, el presidente encarnaba el rol de líder. Ejercía el poder conferido en las urnas y refrendado en la Constitución. Los poderes republicanos le reconocían su centralidad y se ponían a disposición, lo mismo ocurrió con gobernadores, sindicatos, grupos empresarios y de medios de comunicación. Argentina unida fue el mensaje oficial para enfrentar al Covid-19 y su impacto social y económico. Como resultado de la actuación presidencial el nivel de aprobación alcanzó el 80%. La sociedad acompañó y la dirigencia política, en el sentido amplio, se encontró sin margen de diferenciación frente a la potencia que emanaba la Casa Rosada.
El líder era indiscutido, pero su liderazgo comenzaba a mostrar dificultades. Cuando habitualmente nos referimos a un líder, se hace referencia a rasgos personales de quien ejerce un alto cargo, en este caso la presidencia, y como mucho se suele incluir a los poderes que el texto constitucional le otorga al cargo. En cambio, abordar el liderazgo es más complejo. Requiere un desarrollo del contexto en el cual el líder se encuentra inserto, así como también de las relaciones que este despliega sobre otros actores sociales.
El liderazgo político en Sudamérica tiene características diferentes al desarrollado en otras latitudes. Nuestras democracias se desempeñan en un contexto de debilidad institucional por lo que, de acuerdo como el presidente ejerza su liderazgo, este podrá tener un gobierno estable (con chances de reelección o dejar sucesor) o inestable (con una salida anticipada de su mandato, por renuncia, juicio político, etc.). Analizar la realidad sudamericana implica reconocer que las reglas se cumplen de manera parcial y son débiles en su poder de cumplimiento, y que existen interpretaciones "convenientes" del marco legal.
Este escenario de democracia delegativa como lo describe Guillermo O’Donnell o de baja institucionalidad, como tan bien lo completa M. M. Ollier, hace que nuestro contexto político esté afectado por la presencia de configuraciones partidarias por sobre los tradicionales partidos políticos, que existan actores por fuera de los partidos como fuente de poder (iglesias, fuerzas armadas, gobernadores, sindicatos, cámaras, movimientos sociales, etc.) y, por último, algo que vemos a diario, que la dinámica política se da entre el presidente y la oposición por sobre la tradicional pareja oficialismo/oposición.
Esta situación hace del liderazgo un ejercicio, una búsqueda permanente por generar recursos de poder (institucionales, sociales, de estrategia política, de apoyo ciudadano, financieros, internacionales), así como herramientas que permitan incrementar aquellos que ya posee o heredó, y avanzar hacia los que no posee para resolver problemas. De ello derivará la posición institucional que el presidente ostente a lo largo de su mandato.
Durante estos 3 años, asistimos a movimientos a favor y en contra de la posición institucional del primer mandatario. Las negociaciones con gobernadores para coordinar políticas sanitarias y con potencias extranjeras en procura de vacunas contra el Covid-19 le permitieron avanzar con su agenda, su contracara fueron los desafíos sintetizados en una agenda de "libertad" frente a las políticas de cuidado de la salud, frente a políticas proteccionistas, de preservación del empleo. La pérdida de recursos de poder se observó en las elecciones de medio término, los cambios de gabinete y las crecientes dificultades internas de la coalición de gobierno.
La dinámica política argentina requiere concentrar la mirada en el liderazgo político, y no en características personales del líder, para comprender cómo ejerce el poder quien gobierna, sus límites y desafíos, así como evaluar cómo se desenvuelve frente la sociedad para llevar adelante su propuesta política.