¿Es posible definir un tipo de mujer en política?
Históricamente los varones han sido vinculados con lo racional y con la fuerza, pudiendo legislar para ellos y para otros; mientras que las mujeres eran asociadas a lo emocional y a lo privado.
¿Qué hace que una mujer llegue al poder? ¿Hay características que puedan señalarse como rasgos personales de estas mujeres? ¿Sirve de algo este análisis? Si bien es cierto que pensar en Cristina Fernández, en Elisa Carrió, en Eugenia Vidal nos permite trasparentar ciertas particularidades comunes entre ellas que nos podrían llevar a pensar en un prototipo de mujer en política, creo que esto no ayudaría al abordaje de la problemática de las mujeres en el poder.
Frente a ello, propongo otras preguntas ¿Quiénes no acceden? ¿Qué rol femenino se consolida en la política? ¿Quiénes están por fuera de dicho rol? ¿Y cómo ello restringe la posibilidad de pensar una democracia genérica? Para dar respuesta a estos interrogantes es necesario plantear las oportunidades y restricciones con las que cuentan las mujeres que militan en política. Diversos trabajos han abordado la cuestión de las trayectorias políticas, particularmente la cuestión de las edades, la procedencia, la familia. En esta línea, el contexto familiar, social y profesional puede pensarse como un limitante para la carrera.
Esos trabajos muestran como en distintos niveles y cargos, las mujeres ingresan a esos ámbitos en edades más avanzadas, con menor número de hijos y con mayor trayectoria académica (acceden en mayor proporción a títulos de posgrado). Estos datos rompen el mito instalado en los medios y en las percepciones observadas de que las mujeres ingresan por “cuotas de género” sin contar con la capacidad.
Otro limitante para pensar es cómo impacta la cuestión territorial. Los trabajos señalan que las trayectorias están atravesadas por la procedencia, las militantes que no pertenecen a grandes centros urbanos cuentan con más dificultades para acceder a espacios de poder. Es importante y necesario pensar en términos interseccionales. Existen múltiples discriminaciones que se entrecruzan: el género, el territorio, el nivel académico, la raza y la cuestión socio-económico; y es más, funcionan como discriminaciones silenciosas que dificultan el acceso a ámbitos de representación.
A estos silencios, se le suman también hasta dónde llegan las ambiciones de las mujeres y cómo impactan sobre ellas las subjetividades construidas. ¿Qué espacios sienten cómodos para desarrollarse? Vemos que los ámbitos legislativos son los que detentan el primer lugar, en ello las leyes de cuotas y paridad han allanado el camino. No obstante, aparece allí un problema que tiene que ver con las características de la socialización femenina, las mujeres identifican que producir los vínculos políticos (entendidos como rosca o gimnasia política) les es difícil e incluso se sienten expulsadas; lo cual luego impacta en la posibilidad de disputar o discutir espacios de poder.
Los varones cuentan con el poder construido dentro de las elites políticas, espacios no disputados por las mujeres; esto les permite a ellos seguir participando en estos ámbitos y proponerse trayectorias duraderas y constantes. En el caso femenino si bien construyen trayectorias de larga duración, estas no son constantes; lo cual no se condice con su trayectoria de militancia y de interés en lo público. Las mujeres que acceden a cargos, no los abandonan por desinterés, sino por la incapacidad de acceder a espacios de toma de decisión.
Y finalmente el aditivo de esta situación es su vinculación con la gestión del cuidado. En trabajos sobre el vínculo entre política y cuidados se observa que los varones entienden que la familia debe acomodarse a su vida política, mientras que las mujeres maniobran entre la gestión de su vida pública y del cuidado. Esto transparenta cómo el ámbito privado sigue siendo construido y pensado por mujeres, lo cual lo convierte en una limitación política para ellas a diferencia de sus pares varones. Las mujeres que logran tercerizar la gestión del cuidado son las que pueden finalmente dedicarse a la política con los horarios que ésta va estableciendo.
Es imperante entonces señalar la importancia que tiene pensar el cuidado, no solo como política pública sino, como factor para pensar la participación política. Podemos, entonces, establecer los mecanismos a través de los cuales el cuidado incide en la reproducción de la actividad política: Influye tener familia a cargo si se es mujer y generará mayores inconvenientes para acceder a espacios de decisión o representación.
Este recuento de los limitantes para pensar las mujeres en política también nos plantea un colectivo mujer que participa en los espacios de poder en términos homogéneos. En este sentido, la existencia de una subjetividad femenina estable niega las diversas experiencias que las mujeres pueden vivenciar. Las subjetividades de género son modos de pensar, de sentir y de comportarse, determinado por las construcciones sociales y familiares asignadas diferencialmente a varones y a mujeres; ello reproduce jerarquías o desigualdades al vincularse a la persona y a su género a un determinado sexo. Hay construcciones homogéneas en donde las mujeres se vinculan a un determinado rol social femenino y se traducen en trayectorias homogéneas: aquellas que se autoperciben como mujeres vislumbran los mismos conflictos.
¿Cuáles serían entonces las subjetividades observadas en la política y en las trayectorias construidas? Históricamente los varones han sido vinculados con lo racional y con la fuerza, pudiendo legislar para ellos y para otros; mientras que las mujeres eran socialmente asociadas a lo emocional, a lo privado. Esto generó, por un lado, la imposibilidad de las mujeres de participar de determinados espacios, principalmente aquellos que se encontraban en el ámbito de lo público, pero además despersonalizó a los varones de la propia experiencia.
Las categorías con las que se piensa la realidad son exclusivas y excluyentes, existen pares antagónicos y opuestos; y en ello el género será una expresión más. El pensamiento hegemónico moderno presenta una contradicción insalvable: se presenta universal, pero a la vez excluye a parte de la sociedad, así a nivel discursivo existe un ser social en el cual todos participamos, pero en lo práctico no todos pueden acceder a ello.
Este análisis permite producir nuevas preguntas que interpelan las reglas de juego político en términos de género. Las trayectorias tienen una connotación de género muy fuerte. Al poder, a las listas, a los espacios ejecutivos y legislativos quedan excluidas aquellas personas que no pertenecen a grandes centros urbanos, que no tienen trayectorias académicas fuertes y en cuanto al género que no se enmarcan dentro de los tradicionales varón o mujer. A ello en el caso femenino se suma que aquellas mujeres que no dispongan de los medios para tercerizar el cuidado (asignado socialmente por su condición de mujer) quedan excluidas de la actividad política.
El concepto de democracia representativa se ve interpelado por estas cuestiones, ¿a quién representan nuestros representantes? ¿Y qué capacidad de acceder a la representación tienen los grupos que históricamente fueron excluidos del ámbito público? ¿Qué sucede con aquellas personas que no se identifican con el género varón o mujer? ¿Cómo se interpelan aquellas mujeres o varones que no se auto-perciben en función de estas masculinidades y femineidades políticas? La representación democrática debe tomar otros sentidos y encontrar procesos de inclusión más amplios en términos genéricos. Todavía estamos lejos de la democracia genérica que plantean las feministas, principalmente por que los actores y las instituciones siguen construyéndose sobre subjetividades del siglo XX. En este sentido, y en términos de género, la democracia construida (en cuanto a la posibilidad de representar) sigue siendo exclusiva y excluyente de muchos sectores –afectando en mayor medida a las mujeres y a las disidencias sexuales-.