¿Qué pasa si esto sale mal?
El actual gobierno, como cualquier gobierno democrático, está obligado por las circunstancias a colocar su iniciativa gubernamental sobre el yunque
Ayer mi buen amigo Pablo me hizo una pregunta insesgada, asertiva y fulminante: — ¿Qué pasa si esto sale mal? Esta pregunta resulta valiosa porque captura la dimensión impersonal de la vida en común, al tiempo que manifiesta un interés demoscópico crucial.
Especulo que el pensamiento de mi amigo hecho pregunta recorre de manera transversal a variados públicos ciudadanos. Con diferentes cadencias y entonaciones, propias de sus intereses, muchos ciudadanos le imprimirán, seguramente, a aquella pregunta una curiosidad sincera; otros, en cambio, una esperanza acorralada por múltiples circunstancias; no pocos sentirán desasosiego, miedo, angustia; y no faltarán aquellos que le impriman cierto amor fati malicioso. Por otra parte, la pregunta dimana atractivo ya que resulta casi imposible traducirla desde el lenguaje coloquial al periodístico, menos aún al científico. Decir “qué pasará si el plan de gobierno fracasa” o “qué sucederá si la propuesta de nueva gobernanza presidencial resulta fallida” no captura—ni por asomo— la expresión informal sugerida por mi amigo.
Pero hay algo más que vuelve magnética la pregunta de Pablo: los asuntos implícitos o tácitos que encierra. Es preciso destacar tres. Veamos. Primero, detrás de la palabra “esto” puede estar el gobierno, también el experimento liberal, la economía, la desregulación, etcétera. La lista es larga y modular, y dependerá de los intereses, pasiones y humor de quién se vea en la obligación de contestar la pregunta. Segundo, la cuestión de que salga “mal” lleva implícita una escala de medición que se deja enteramente a juicio del respondiente. De otra forma, al no establecer una escala intersubjetiva, la pregunta favorece la dispersión de respuestas y, por tanto, no es útil para agregar respuestas o, en todo caso, deja abierta la posibilidad para que alguien lo haga arbitrariamente. Tercero, la pregunta deja implícita la unidad temporal. En qué momento la persona que responde está conminada a evaluar: hoy, dentro de unos meses, en un año, en las elecciones de medio término o al final del mandato presidencial. Resumiendo, el magnetismo de la pregunta se corresponde, paso a paso, con la dimensión vívida de la ciudadanía. La pregunta es potente porque viaja de abajo hacia arriba, es decir, es una pregunta política de primer orden.
Sin menoscabo de lo anterior, la cuestión de “qué pasa si” me pareció ayer, y así lo sigo pensando, lo más relevante de la pregunta. La importancia del inicio de la pregunta radica en que redirecciona (inevitablemente y con premura) a la expectación, es decir, a la antesala (breve, la mayoría de las veces) para la acción. El “qué pasa si” es como un yunque donde yace el resto de la pregunta a la espera de mazazos. El actual gobierno, como cualquier gobierno democrático, está obligado por las circunstancias a colocar su iniciativa gubernamental sobre el yunque; la oposición, en cambio, es la que blande torpe o certeramente los martillazos. Sin embargo, el “qué pasa si” no se ubica ex post, como actividad evaluativa de la gestión del actual gobierno, sino ex antes: subordinando al presente lo que va a suceder. Una forma elegante de preguntar por la acción política entre el gobierno y la oposición, dando a entender que la acción política crea mundo.
Se podría intuir que el inicio de la pregunta de mi amigo señala la cuestión —para nada trivial— que el actual gobierno, con su agenda frenética de cambios, corre el riesgo de quedar rápidamente exhausto. Sin embargo, la intuición resulta insuficiente, el “qué pasa sí” cala más hondo; va en la dirección de lo que un político profesional de la estatura de Talleyrand supo advertir en sus Memorias: “todo lo excesivo se vuelve insignificante”. En este sentido, no son pocos los políticos que en su rol de opositores se ven en la obligación de dudar entre esperar criticando o actuar ya, es decir, gritar y con el mazo dando. Por ahora el gobierno mantiene el control de la agenda gubernamental y pública, mientras que la oposición se pregunta: ¿ahora es mi turno? La oposición tiene que ejercitar el arte del funámbulo: esperar, pero no demasiado; actuar, pero no muy rápido.