¿Retroceder al futuro o avanzar hacia el pasado?
Nada nuevo en la “refund (a-i) ción” de la República
El pasado 10 de diciembre de 2023 asume la presidencia de la Nación el economista y “massmediático” Javier Milei. Lo que significó una gran sorpresa en agosto para ir transformándose en una incrédula realidad en octubre, pasó a ser una gran certeza en el ballotage del domingo 19 de noviembre. Como ya adelantáramos días previos a las elecciones nacionales del 22 de octubre, las redes sociales y los medios de comunicación a través de los llamados “influencers” no solo lograron romper con la histórica polarización electoral (no así con la polarización político-ideológica de las elites dirigentes) sino imponer un gobierno que, a través de una mirada muy simplista y sesgada, provenía desde las “afueras” del campo político tradicional argentino. Aunque vale la pena preguntarse si, más allá que el candidato triunfante pareciera ser un “outsider” de la política, el gobierno por él presidido realmente lo es.
Ante un escenario socioeconómico de características similares a las del 2001, no hubo necesidad de votar por “Mafalda” ni de esperar un estallido que llevara al presidente en ejercicio a irse de la Casa de Gobierno en helicóptero. En esta oportunidad, se elegía quién estaría a cargo del Poder Ejecutivo Nacional durante los próximos cuatro años y, en honor a los 40 años ininterrumpidos de estabilidad político-institucional, la ciudadanía confió que, con este acto democrático por excelencia -las elecciones- se podría alcanzar un cambio profundo en la política nacional y, consecuentemente, en la economía y en la distribución del ingreso. Las nuevas generaciones hicieron caso omiso a las advertencias negativas sobre las propuestas de “cambio”, tanto en la economía como en el trabajo y en la seguridad; por su parte, las generaciones intermedias y las más “antiguas”, si bien suponían lo que podía llegar a pasar, coincidieron en la necesidad del “cambio”. ¿Por qué, esta vez, no podía resultar bien? Aún hoy se siguen preguntando lo mismo y quieren “creer”…
Sin embargo, vale preguntarse si este cambio es algo nuevo, es más de lo mismo o es una reformulación de viejos preceptos económicos, sociales, políticos y culturales que atravesaron, y atraviesan, la historia de la Nación Argentina desde sus inicios como Estado e, incluso, desde sus primeras horas de constitución a comienzos de la década de 1850. Brevemente, trataré de responder esta pregunta, aunque dicha respuesta sea, tan solo, también una suposición...
Tanto el DNU presentado por Milei en los primeros días de su gobierno, y puesto en vigencia el 29 de diciembre del año pasado, como la llamada Ley Ómnibus, rechazada por el Congreso (en sí, aprobada en general por Diputados y puestos en tela de juicio varios de sus artículos por separado, acción que llevó al PEN a retirar el proyecto), muestran claramente la tendencia ideológica del gobierno, tendencia que no se contradice en absoluto con lo planteado durante la campaña, como tampoco se contradicen las medidas que está adoptando y quiere adoptar. Por consiguiente, la mayoría de los electores sabían lo que votaban, salvo que, como ha sucedido a lo largo de nuestra historia, se pensara que lo que se “prometía” en la campaña no se iba a llevar a cabo. Y este punto, el de “cumplir lo prometido” es lo que más “ruido” hace en todo sentido y es lo que preocupa. No el hecho de cumplir con lo que se promete (enhorabuena que eso suceda), sino que lo “prometido” era precisamente lo “peligroso” y que, en aras del “cambio”, se terminó votando eso, a conciencia o no, creyendo que era positivo y que el “peligro” no era tal.
¿Pero cuán peligroso es lo que quiere hacerse? ¿Realmente lo es o ponderar de esta manera las políticas implementadas y a implementar forma parte de una suerte de campaña “desestabilizadora” contra el actual gobierno? A título personal, y sin sumarme a ningún tipo de “campaña”, y con una fuerte convicción democrática y de respeto a las instituciones y a la Constitución, puedo señalar algunas de las políticas que considero “peligrosas”, o “negativas” si se prefiere más este adjetivo, tanto en lo económico como en lo social y político (el orden es adrede, ya que en lo político lo realmente peligroso sería la respuesta de la oposición con relación a la economía y a la seguridad).
En primer lugar, y más allá de los errores -intencionales o no- históricos, el mileinismo viene a levantar las banderas de las tradiciones liberales nativas ¿Por qué lo digo en plural? Porque no es lo mismo el liberalismo alberdiano que el roquista, como tampoco lo es el de Roque Sáenz Peña y el de la década de 1930, y ni hablar del liberalismo de la última dictadura cívico-militar y el de Menem (y la “mala praxis” macrista). Y, precisamente, el gobierno de Milei trata de hacer un “compendio” de todos esos tipos de liberalismo, obviando los diferentes contextos y épocas en que fueron llevados adelante, convencido, tal vez, que en esta suerte de conjunción liberal se puede encontrar una salida para el crecimiento del país.
No es casual que la Ley Ómnibus sea llamada, parafraseando a Alberdi, “Bases y Puntos para la Libertad de los Argentinos”, ni que confunda -considero que intencionadamente- al liberalismo de Roca con el de Alberdi. Ni que exagere lo alcanzado por nuestro país durante el predominio conservador hasta la llegada de los radicales al poder en 1916. Tampoco lo es que desde la “Libertad Avanza” se pregone que el verdadero enemigo del liberalismo sea la UCR y no el peronismo: basta con repasar la historia argentina desde 1862 hasta el surgimiento del peronismo y desde entonces hasta nuestros días para corroborarlo. Y este enfrentamiento no pasa por las bases ni por la dirigencia intermedia, pasa por las elites económicas y su correlato político, esto es, ya sea gobernando directamente o a través de alianzas no tan visibles para la mayoría de la ciudadanía (lo que podríamos llamar, la “cara invisible” del Estado). La antinomia “peronismo-antiperonismo” no fue tal, aunque sí pueda decirse que el antagonismo “kirchnerismo-antikirchnerismo” haya tenido su protagonismo; aunque el mismo sea más por su cercanía a las ideas radicales yrigoyenistas-alfonsinistas que por su pertenencia al movimiento peronista.
Aperturismo económico prácticamente sin limitaciones (lo que se pretende hacer con los alimentos dan prueba ineludible de ello), desregulación de la economía, nueva batería de privatizaciones de empresas estatales (Aerolíneas Argentinas, YPF, Correo Argentino, Banco de la Nación, Nucleoeléctrica Argentina, entre otras), desfinanciamiento de obras públicas y llamado a la inversión privada, rigurosidad en el control de las manifestaciones y huelgas y penalización, condonación de multas y sanciones a los empresarios por irregularidades en la contratación de empleados, flexibilización en la justificación de la “legítima defensa”, considerar a la educación como “trabajo esencial” e imponer los exámenes obligatorios de finalización de secundaria y de ingreso a la universidad (estimulando la meritocracia). Son muestras palpables de políticas que ya fueron implementadas en el país, en mayor o menor medida, y con resultados negativos y claramente perniciosos para la población en general.
Si prestamos atención, el control de las manifestaciones y huelgas como el tema de seguridad son medidas adoptadas por gobiernos dictatoriales, mientras que el resto de las medidas ya fueron puestas en práctica mayoritariamente por la última dictadura y por el gobierno de Menem. A su vez, el discurso de libertad y de la Argentina potencia, como la mención constante a Alberdi, son claras muestras del liberalismo del siglo XIX, fundante del Estado argentino. El pueblo trabajador, se trata de las clases populares o de las clases medias, queda excluido de este modelo. Pensando en el liberalismo constructor del Estado nacional, como en el liberalismo pos peronista y, principalmente, posindustrial de finales del siglo pasado, estamos en presencia de lo que a comienzos de este siglo la socióloga Maristella Svampa llamó la “sociedad excluyente”. Precisamente, el mito de la “Argentina potencia” de comienzos del siglo XX y la inserción al “primer mundo” de la era menemista constituyen la síntesis del plan de este gobierno. El título del presente artículo lo dice todo…