¿Se ha roto el consenso democrático en la Argentina?
Existe en el país un contexto político caracterizado por una disminución de la tolerancia hacia el adversario y un debilitamiento del consenso acerca de la exclusión de la violencia
Al momento de escribir estas líneas, la sociedad argentina se ha visto conmocionada por un atentado contra la vicepresidente Cristina Fernández de Kirchner; el mismo se encuentra en etapa de investigación a fin de conocer los móviles del autor o los autores y si se trata de un mero acto de carácter individual o una conspiración más amplia.
Si bien se trata de un hecho de suma gravedad, la sociedad argentina desde 1983 se había visto ya sacudida por otros episodios de similar magnitud como las rebeliones militares acontecidas entre 1987 y 1990, el intento de copamiento de un cuartel militar en 1989 por parte del Movimiento Todos por la Patria-MTP, y el atentado a la vida del ex presidente Raúl Alfonsín en 1991, entre otros. La particularidad de este episodio es que el mismo sucede dentro de un contexto en el que tiene lugar un proceso de erosión del consenso democrático construido desde 1983.
¿EN QUÉ CONSISTE EL CONSENSO DEMOCRÁTICO EN LA ARGENTINA?
Podemos definir como consenso democrático la existencia de por lo menos tres condiciones básicas: 1) Existencia del mutuo reconocimiento de los actores como adversarios y al mismo tiempo como interlocutores legítimos, 2) Un proceso electoral cuyos resultados gocen de la aceptación (o por lo menos tolerancia) por parte de los perdedores, 3) La exclusión del uso de la violencia física y simbólica para dirimir la disputa política.
El retorno de la democracia en 1983 trajo aparejada la emergencia de un conjunto de prácticas políticas más bien acordes con cierto estilo consensual, aún con un proceso de instauración del nuevo régimen político caracterizado por la ausencia de pactos consociativos entre las élites políticas como aquellos producidos en Venezuela y Colombia durante la década de 1950 o en España durante los años setenta.
La unidad partidaria frente a la sublevación militar de semana santa en 1987, los acuerdos que hicieron posible la reforma constitucional de 1994, la experiencia cuasi coalicional de Eduardo Duhalde y la conformación de la Mesa de Diálogo auspiciada por la Iglesia Católica en el marco de la crisis social del 2001/2002 constituyen algunos emblemáticos ejemplos de una mayor inclinación al compromiso, independientemente del juicio de valor que puedan merecer esas iniciativas de “unidad en la diversidad”.
El conflicto entre un novel gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y las organizaciones agropecuarias en los primeros meses del año 2008 sobre la “Resolución 125” constituyó una bisagra, en la medida en que reinstaló una dinámica de confrontación prácticamente abandonada desde el retorno de la democracia en 1983.
El retorno de la confrontación trajo aparejada la emergencia/enunciación de una serie de expresiones tendientes tanto a la descalificación del adversario como así también a la exacerbación de divisiones (pre) existentes en la sociedad argentina; en este contexto aparecieron términos de dudosa capacidad explicativa, pero de indudable eficacia persuasoria como la categoría de “destituyente” o la utilización de expresiones tendientes a la animalización de los líderes políticos y/o de los espacios políticos representados por esos líderes como el “gato”, la “yegua” y la reaparición del término “gorilas”.
Los resultados electorales han contado en general con la aceptación o por lo menos tolerancia de los perdedores, aunque se han advertido algunas situaciones que merecen especial atención. La ausencia de la ex presidente Cristina Fernández de Kirchner en la ceremonia de asunción presidencial de Mauricio Macri fue leída como un gesto de desconocimiento de la legitimidad del resultado electoral del 2015. Las denuncias realizadas desde el entonces espacio Unidad Ciudadana en las elecciones legislativas de 2017 y un posterior e insólito festejo de la derrota del oficialismo en noviembre del año 2021 representan una señal de advertencia sobre el resquebrajamiento del consenso sobre la tolerancia hacia un resultado electoral desfavorable.
Un enrarecido clima político en los últimos días ha debilitado el consenso sobre el rechazo del uso de la violencia, en particular a partir del alegato y pedido de condena de CFK por parte del Fiscal Luciani, las manifestaciones frente al domicilio de la Vicepresidente, los enfrentamientos con la policía de la Ciudad de Buenos Aires y con el Jefe de Gobierno Horacio Rodríguez Larreta a la sazón precandidato a presidente por Juntos por el Cambio y una serie de amenazas cruzadas tanto a la Vicepresidente como al propio fiscal de la causa Vialidad. El peligro de la naturalización de la violencia física, en una sociedad marcada por la experiencia de los terrorismos “privado” y “estatal” de la década del ‘70, permanece latente.
¿ESTÁ ROTO EL CONSENSO DEMOCRÁTICO?
Sin el peligro de la regresión democrática o del quiebre institucional, pero con un riesgo cierto de autocratización existe hoy en Argentina un contexto político caracterizado por una disminución de la tolerancia hacia el adversario, hacia resultados electorales adversos, un debilitamiento del consenso acerca de la exclusión de la violencia, verbal y física, como recurso y el eterno retorno de las “fantasías priistas” en el oficialismo gobernante.
La copa no está rota, pero está resquebrajada.