2022: recuerdos de un año que nunca terminó
Ha comenzado el año 2023 y no veo posibilidad alguna de hacer un balance del 2022 ¿Por qué ocurre esto?
Voy a hablar sin rodeos, en la -por algunos autores llamada- “sociedad de la transparencia”: la idea original de este artículo era hacer un balance del año 2022, cuando este estaba finalizando. Esta idea, aunque atractiva, no me convencía del todo, pues como –imagino le sucede a otras tantas personas- ocurren tantas cosas en un corto fragmento de tiempo, que se vuelve complejo tomar dimensión de cuándo estas efectivamente ocurrieron. Para colmo, el año 2022 ya se terminó en su forma de calendario y ya comenzó el 2023, como si nada de lo anterior hubiera terminado del todo y nada de lo nuevo hubiera comenzado todavía. Esta confusa percepción del tiempo conspiró contra mis intenciones originales, pero ha dado lugar a esta parrafada trasnochada y algo libertaria en la que quiero poner a jugar algunas percepciones sobre este año que pasó.
Hace bastante me pregunto, por qué no puedo aprehender el tiempo; es decir, por qué no puedo captar la historia que se trama en cada episodio reiterativo de la vida cotidiana. Para afrontar esta sospecha (la sospecha de una inmediatez que todo lo envuelve), quisiera señalar que en nuestra experiencia ordinara (o al menos en la mía), el tiempo viaja tan rápido que los objetos (los acontecimientos) parecen alargarse y volverse más pesados. Para dar un ejemplo de esta percepción, el mundial fue un huracán de pasiones y movilizaciones; todo fue muy dinámico y fluido, pero el caso es que hace muy poco que sucedió y tengo la sensación de que hubieran pasado mil años. Es decir, hay algo bastante estático o laxo que parecería estar alojado detrás de los grandes acontecimientos, y que los sobrevive.
O, más bien, hay algo por detrás del tiempo que viaja rápido, y creo tener la sensación que es una experiencia bastante lenta y homogénea, sin demasiada novedad, algo predecible y no muy alentadora. Se trata de una experiencia de cálido hastío que nos involucra y nos identifica a todos/as, más allá (pero más acá) de algunas diferencias que nos separan. Ha comenzado el año 2023 y no veo posibilidad alguna de hacer un balance del 2022. Pero, ¿por qué ocurre esto? Para hacer resúmenes taxativos de los años, habría que poder establecer un criterio (más allá del mero calendario) que justifique tal diferenciación. No encuentro tal frontera, por más que la busque con ahínco.
No estoy tan seguro de lo que quiero exponer en estas líneas, y por esa inseguridad me encuentro seducido. Supongo, que lo que quiero demostrar es cierta tesis sobre la cultura de la (sobre) información, o más bien acerca de cierta lógica dominante de la información, sobre la que parezco tener una afrenta personal. Como otras tantas lógicas del mercado en el capitalismo, la información se ofrece en onerosas cantidades, y en diferentes formatos, adaptables a las múltiples preferencias de las/los consumidores. El propósito de tal escandalosa oferta (o al menos uno de sus propósitos) es erradicar del pensamiento toda duda, borronear los contornos de lo gris u ominoso para volverlo claro u oscuro, si se me permite la analogía cromática. En la lógica de la información todo está definido y no hay lugar más que a la opinión o a la definición de una postura. Ahora bien, y como señalé antes, tengo la sensación de que hay algo detrás de la dinámica frenética de los acontecimientos establecidos por la información. Eso que hay detrás es un letargo, algo que me resulta bastante cansador. Hay una pesada cruz, una mochila de escombros que se carga cada vez más abultada en nuestras espaldas, tras la insoportable pero somnífera levedad de la información, que todo lo define y que todo lo justifica.
Este letargo o laxitud me pareció reconocerla en los festejos de Argentina campeón del mundo, cuando cerraba el año 2022. Intuyo que muchos/as lectores considerarán a esta una idea antipática; pero lo que me pareció palpar en aquellos festejos inconmensurablemente masivos, además de la alegría y algarabía popular, es el hastío de una vida que se ha vuelto cada vez más abrumadora para las mayorías. Cuando vi a esos fanáticos/as que se tiraban del puente para caer encima del colectivo que llevaba a los apóstoles futbolísticos (los campeones del mundo), no pude dejar de preguntarme (en mi fuero más íntimo) por qué razones realmente se arrojaban desde las alturas. He conjeturado que la antipatía por la política y lo político, o bien el hartazgo por una situación social (porque no sólo es económica) que resulta cada vez más acuciante, ha convertido a un conjunto de futbolistas (al menos por un momento) en los referentes de una sociedad que carece de otros/as referentes. En una época que escamotea en liderazgos políticos, planificación a mediano y largo plazo e inclusivo, de promesas de un futuro mejor, la imagen de Messi cumpliendo su sueño de gloria deportiva con la selección después de haberlo intentado truncamente en incontables oportunidades, se transformó en un esperanzador mensaje que actualmente ningún referente/a de la política parece estar en condiciones de encarnar. Y Messi lo encarnó, lejos de todo discurso, sin decir muchas palabras. Sin embargo, los malestares de la vida cotidiana no se absuelven con liderazgos futbolísticos sino con profundas y necesarias transformaciones sociales, culturales y política.
Creo que es por eso que la efervescencia del mundial, tal como la que ocurre cuando uno se va de vacaciones a un lugar bonito y luego poco le dura el placer adquirido al retornar a la gran y deteriorada urbe de la que se despidió agobiado dos semanas antes, la letanía del malestar retorna demostrando que hay una constante en la experiencia cotidiana más allá de la distracción que busca perpetrar la lógica de la información.
Para mí, el año 2022 se cerró con una extraña sensación de alegría y resarcimiento deportivo provocada por el mundial de fútbol, pero mezclada con el sinsabor de las imágenes que vi por televisión, de una muchedumbre extraviada en las calles, y desprotegida por el Estado frente al deseo de celebrar, sin organización alguna.
El año 2023 lo comencé lejos de la ciudad de La Plata, tomando un aire fresco en el sur, que nunca fue del todo fresco, pues tuve la ocasión de mirar la televisión y toparme con el juicio a los rugbiers que –hace un par de años- asesinaron a golpes a un joven a la salida de un boliche. Esto me hizo pensar, seriamente, pues tengo un pequeño bebé de casi un año de vida, a qué mundo lo hemos traído. He estado meditando en el asunto, y concluí que no tengo ni quiero buscar más explicaciones sociológicas ni psicológicas sobre la violencia, por más que esta asuma distintas formas; la violencia es inadmisible y no creo posible, desde la esfera de la cultura, la política y la economía, más que construir buenas barreras para contenerla. Sin embargo, por buenas que sean las barreras, siempre hay algo que las derriba. ¿Cuál es la causa, en la condición humana, que permite naturalizar la destrucción del otro/as casi como si fuera una forma de entretenimiento?
En definitiva, he transcurrido algunos días con ese enorme desasosiego que me provocaron las imágenes de una joven vida que se apagó repentinamente esa noche de violencia, y que algunos medios de comunicación repetían una y otra vez como si fuera un espectáculo digno de exhibirse. Pronto volví a habitar el letargo del que les hablaba antes. Un letargo que no es tan abrumador como la indignación o el malestar de las malas noticias, y que posee momentos de dicha, pero nunca tan felices como los del mundial.
Como habrán notado, en esta nota he querido hablar por mí mismo, sin encubrir al narrador en un lenguaje aparentemente objetivo y crítico. En este mareo que genera la vertiginosa lógica de los acontecimientos, y ante la necesidad de entender en qué consiste el lento malestar que le subyace, considero necesario recuperar una escritura confusa y visceral, que aunque parezca inocente (pues en todas estas líneas no he dicho mucho, o mejor dicho no he dicho nada), se le escamotee a la cultura de la información, que todo lo define, que todo lo explica. Considero urgente, para este 2023 sentirnos lo suficientemente confundidos para expresar, en palabras, y en acciones, el claroscuro que nos envuelve desde hace bastante tiempo y así construir –quizás-una alternativa comunitaria frente a un horizonte político que amenaza con re-ordenar a la derecha a una sociedad que está sumergida en profundas desigualdades.