El experimento liberal-libertario y la política cosplayer
Milei pudo plasmar lo que Friedrich Hayek reclamaba a los intelectuales liberales hacia mediados del siglo XX: trabajar por un ideal, tener el coraje de ser utópicos
A mediados de 2019, Javier Milei participó en un encuentro de otakus disfrazado como el General Ancap. Con antifaz y tridente hizo una puesta en escena del pensamiento anarco-capitalista, definiendo su campo de batalla: keynesianos y colectivistas eran ubicados en el bando enemigo y contra ellos prometía una lucha sin cuartel. Pocos lo tomaron en serio, pero los engranajes del orden comunicacional dominante lograron instalarlo en el centro de la escena y aquel personaje extravagante se convirtió en diciembre de 2023 en el primer presidente liberal-libertario en la historia de la humanidad, como a Milei le gusta identificarse.
Sería errado, e incluso intelectualmente deshonesto, no reconocer que Milei logró transmitir una imagen de futuro –independientemente de que coincidamos o no con ella- que ofrecía una alternativa frente a los fracasos acumulados en los ocho años de las gestiones encabezadas por Mauricio Macri y Alberto Fernández. Más aún, podría decirse que Milei pudo plasmar lo que Friedrich Hayek reclamaba a los intelectuales liberales hacia mediados del siglo XX: trabajar por un ideal, tener el coraje de ser utópicos. Y Milei efectivamente se entregó a esa tarea, ocupando sistemáticamente cualquier espacio habilitado en los medios tradicionales y en las redes, para instalar una utopía liberal que convenció a muchos sobre la eficacia del mercado para dar respuesta a sus problemas.
El meteórico ascenso de Milei –de panelista en programas televisivos a diputado nacional en 2021, hasta llegar a la primera magistratura- alteró profundamente las coordenadas de la política argentina y desafía nuestra capacidad de análisis. Mucho se ha dicho sobre el vínculo entre la maquinaria semiótica alimentada en tándem por los medios y las redes y la profunda mutación subjetiva producida por la pandemia, para explicar el giro en el electorado nacional: individuos emocionalmente fragilizados por el aislamiento y la experiencia cercana de la muerte, y materialmente precarizados por los brutales efectos pauperizantes de la paralización de la actividad económica, fueron interpelados por la lógica inmediatista de los medios hegemónicos, siempre proclives a explicaciones simplistas y polarizaciones feroces con tal de ampliar audiencias. Todo esto fue reforzado, a su vez, por las redes, con sus discursos de odio y sus estímulos a una rebeldía con objetivos difusos pero de fácil ejecución en la medida en que solo requieren un clic o un like. También se ha insistido en que una derecha que es global se vale de una mecánica también global de captación de adhesiones, con formatos audiovisuales y verbales estandarizados, diseñados e incluso financiados por algunos sectores del capital transnacional. Y por supuesto es innegable el peso que han tenido los límites del capitalismo para asegurar una redistribución económica que garantice calidad de vida para toda la población, y la debilidad que ha mostrado la democracia para corregir las desigualdades así generadas.
Sin duda estos análisis son valiosos pero insuficientes para comprender la estrategia gubernamental de un Presidente que nos ofrece un futuro auspicioso pero lejano, al que solo se puede llegar atravesando un extenso valle de lágrimas plagado de ajuste, licuación de ingresos, tarifazos, destrucción del ahorro, y aun así conserva altos índices de aceptación. Y aquí vale aclarar que no importa si ese índice está más cerca o más lejos del 50% porque, dada la magnitud del deterioro de los ingresos de los sectores populares y las clases medias, conservar el 30% logrado en la primera vuelta de las elecciones sería igualmente llamativo. Y tampoco tiene sentido discutir si las mediciones son realizadas por encuestadores amigos, que consecuentemente dibujan un escenario amigable. Lo cierto es que tras seis meses de gobierno, con un equipo que combina mitad casta y mitad improvisación, un índice de pobreza que no cesa de crecer y varios escándalos mediante –que incluyen sospechas de corrupción, aprietes, manipulación de documentos públicos, entre otras cuestiones- Milei mantiene niveles más que aceptables de aprobación.
Hace pocos días Marcos Novaro señaló que a Milei no le interesa ser presidente sino un ideólogo mundial. La agenda presidencial, plagada de viajes internacionales que no responden a visitas de Estado, con presentaciones en espacios circunscriptos al nicho más consolidado de la derecha, pareciera confirmar esa hipótesis. Pero no hay que ignorar que su éxito como ideólogo global también está ligado en buena medida a los resultados que obtenga su programa de gobierno en Argentina, algo que por el momento no parece garantizado.
En este marco, cabe preguntarse cómo funciona el experimento libertario, cuál es la estrategia gubernamental con la que está operando. Se trata, creemos, de lo que podría caracterizarse como una lógica cosplayer de gobernar: se busca producir una franja de experiencia situada entre lo real y lo imaginario en la cual se actúa un guión político con un montaje escénico, unos personajes y una gramática que crean una realidad diversa y paralela a la sugerida por los datos duros de la estadística y por las prácticas institucionalizadas de gestión estatal. Una terraplanista en la comisión de ciencia de la Cámara de Diputados, un representante de una banda de rock en una subsecretaría del ministerio de Capital Humano, un presidente que hace un show en el Luna Park, discursos provocadores contra el gobierno del país anfitrión en el que Milei participa de una reunión del partido opositor. No se trata de gaffes, de errores de cálculo, de impericia (o al menos no es solo eso). Es la potenciación de la dinámica de espectacularización de la política, que si bien se ha venido desplegando desde hace décadas, apunta ahora a hacer de la virtualidad el modo de existencia de lo real, creando ghettos de sentido muy difíciles de atravesar en tanto se alimentan de formas de emotivismo extremo que rehúyen a dar razones respecto de las posiciones sostenidas.
Esta politización de la virtualidad como punto de apoyo del poder tiene su contraparte en una llamada ‘oposición dialoguista’ que, como el actor en el teatro griego, el hypocrités–literalmente, el que tiene capacidad de fingir- se pone una máscara crítica para actuar rechazo a los embates del Presidente pero luego da su voto a propuestas del gobierno, como ocurrió en el debate de la llamada Ley de Bases en la Cámara de Diputados con algunos representantes de la Coalición Cívica y del espacio Hacemos Coalición Federal: pronunciaron discursos encendidos para la audiencia –cada vez más confundida con la ciudadanía- pero luego dieron su aprobación, quizá porque nadie filmaba el dedo que pulsaba el botón verde. Sea por desconcierto, sea por cálculo mezquino, sea por una adhesión que no se atreve a pronunciar su nombre, esta oposición refuerza la imagen banal del espectáculo al que ha sido empujada la política.
Por lo demás, mientras se prolonga el tratamiento legislativo de la Ley de Bases, el DNU 70/2023 sigue vigente, y es un instrumento eficaz para que funcionen sin obstáculos “motosierra” y “licuadora” –dos figuras metafóricas que enmascaran la realidad de los despidos en el sector público, el desfinanciamiento de las diversas agencias de ciencia y técnica, la contracción del empleo registrado, la caída de la actividad económica, y la drástica pérdida de capacidad adquisitiva de los salarios. Tal vez los huecos en el mapa del Estado no son imprevisión ni falta de experiencia en gestión, sino que se encuadran cómodamente en la perspectiva de alguien que se presenta como el topo que viene a destruir al Estado desde adentro.
Mediante la imagen con la que Karl Marx aludió a la revolución, el topo del programa mileista intenta socavar los cimientos del orden jurídico-político parido por la Modernidad y que sostuvo durante décadas la expansión del capitalismo –dicho sea de paso, en el discurso de Davos, Milei atribuye al período que va de 1950 al 2000 un salto significativo en el PBI mundial, de 1,66% a 2,1% anual: habría que recordarle que ese período coincide en casi cuarenta años con el Estado de Bienestar.
En suma, para la estrategia liberal-libertaria que sostiene la defensa irrestricta del capitalismo, ¿el problema es el Estado a secas o el Estado democrático, con todas las demandas de las que este se debería hacer cargo? El visible el autoritarismo de La Libertad Avanza–con sus grupos de tareas 2.0, que en algunos casos incluso engrosan la planta estatal en el área de comunicación digital, y se valen de las redes para afianzar esa experiencia cosplayer de una realidad virtual funcionando en paralelo a una existencia cada vez más precarizada que parece evidenciar que el capitalismo del siglo XXI se siente incómodo con la democracia. ¿Qué se conservará del Estado después de su detonación? La función represiva, sin duda. La estrategia gubernamental, mientras tanto, sin escatimar el recurso a la violencia, tanto física como simbólica, apunta a mantener disciplinada a buena parte de la sociedad, alimentando sus expectativas con la utopía del mercado. ¿Cuánto tiempo podrá funcionar esta estrategia? No podemos saberlo. Pero no hay que perder de vista que su éxito se juega, en principio, no tanto en los resultados positivos del modelo que proponen como en la penetración capilar, en los intersticios de lo social, de un sentimiento de resignación y en la renuncia a imaginar y a construir un futuro diferente.