El mito del orden
Los sistemas ideológicos pueden tener diferentes formas de concebirlo y pueden intentar asociarlo a la idea de sentido común, de realidad externa o de construcción eminentemente social
La política puede pensarse como el uso del poder para organizar la vida en sociedad y al pensar lo social como expresión de la condición humana, cierta idea de Orden emerge en tanto dimensión intelectual que intenta conformar un sentido general que guíe, determine o directamente imponga el modo en que puede o debe darse el devenir de la vida de las personas, intentando expresar todas las potencialidades de las distintas dimensiones de la existencia.
Ahora bien ¿Qué se entiende por Orden cuando hablamos del mismo? Sin querer introducir un debate ontológico o etimológico, interesa aquí plantear ciertas dudas respecto del uso que se hace de este concepto. Los sistemas ideológicos pueden tener diferentes formas de concebir el orden y pueden intentar, en su búsqueda de persuasión o imposición del mismo, asociarlo a la idea de sentido común, de realidad externa o de construcción eminentemente social. También, el orden puede plantearse en términos de racionalidad operativa al expresar la construcción de instituciones, públicas o privadas, que expresan la potencialidad de una administración eficiente y ajustada a la lógica científica. Pero también puede pensarse en la existencia del uso mítico del Orden, expresado como entidad total, cerrada, natural y suficiente y no como dinámica en conflicto y en permanente dialogo, debate y construcción.
Puede pensarse en la idea de Orden que existía en la Argentina hacia finales del siglo XIX. Inspirada en la formula civilización y barbarie, se conformaba una idea de civilización asociada a la interpretación que hacían ciertos intelectuales de la evolución política y material de algunos países europeos y de EEUU. De esta interpretación surgía un diagnóstico evidente: el poder de la educación práctica, la capacidad regeneradora de la inmigración extranjera, el rol progresista de los capitales extranjeros, el rol necesario que los y las sujetos debían cumplir en la sociedad y el uso de la tecnología como factor objetivo de potenciación de las capacidades civiles, políticas, económicas y morales de la sociedad determinaba el sentido unívoco del proyecto civilizador. En consecuencia, desde esta idea de civilización se construía una noción de Orden, que incluía todos estos factores como modo único de consecución avalado por el éxito de las naciones fuertes, donde alcanzar el progreso exigía la urgente elección de este camino único, universal y totalizador que debían seguir las sociedades para llegar a la civilización.
Para empoderar esta noción de civilización, la barbarie surgía como la contraposición superada pero operativa, que ubicaba un estado de cosas que había que enterrar por medio de la adscripción a las leyes universales, históricas y naturales del progreso. Es así que surgía la fórmula infalible de la evolución histórica del orden: un pasado interpretado como caótico, un presente que demandaba cambios urgentes según un único modo de hacer las cosas y un futuro asegurado de progreso si se seguían los caminos universales del orden ya transitados por otros.
¿Cómo se plantea la función mítica de la noción de Orden en el siglo XXI? Persiste en muchos sentidos la formula anterior, pero con una gran transformación: Orden funciona como un significante vacío que actúa con la potencialidad mítica de asignar un sentido general que se naturaliza pero que no está definido en su composición, sino, abierto a un universo de resignificaciones y a una polisemia casi infinita, lo que se puede plantear como un orden on demand. Vasta analizar los slogans o consignas políticas para entender que orden puede ser el fin de la inseguridad y la mano dura, la estabilidad económica y la seguridad jurídica, el amor a la patria, la continuidad del status quo, la contención social y la consolidación de los DDHH o hasta al fin del orden establecido con la génesis de un nuevo orden. El contenido puede ser disperso y asociar ideas a veces contradictorias entre sí, lo que permanece es la capacidad de naturalizar, universalizar y ocluir el sentido general.
La potencialidad mítica acierta en imponer detrás de cada idea una carga dogmática de componentes morales, sociales y emotivos imponiendo una idea acerca de cómo se debe ser y qué se debe hacer para ser parte del Orden. Otro factor en el uso mítico se asocia al rol aparentemente inocuo y objetivo de la tecnología. Así también, la tecnología vuelve a aparecer como un factor que aporta al sentido general más allá de sus funciones técnicas. Al tomar la forma y el rol de persona o conciencia sintética y desde un plano de inmaculada y aparente objetividad e infalibilidad quita el obstáculo más importante que, para el despliegue del Orden, contiene la gestión política: el factor humano. La informática y sus ciencias asociadas proyectan un nuevo tipo de verdad mítica, infalible, determinista, total, sin lugar a duda y operativa sobre todas las subjetividades. Consecuentemente, la idea de Orden está ante la posibilidad de una encarnación totalizadora a la luz de las conciencias sintéticas y los algoritmos todopoderosos, es decir, un orden desplegado desde lo tecnológico como entidad exterior superior, objetiva y ordenadora.