Elecciones de tercios, de cuartos, de pisos y de techos
O cómo las reglas electorales condicionan las estrategias políticas de todos los competidores en juego
Desde el año 2009, las elecciones en Argentina se llevan a cabo a través de dos o tres instancias diferentes: las primarias abiertas simultáneas y obligatorias (PASO), las elecciones generales y -si no se alcanza el porcentaje requerido en ellas- el balotaje.
Desde que rigen las PASO, se ha observado una sistemática ausencia de competencia interna en la mayoría de los agrupamientos más relevantes que participan, ocasionando una desnaturalización del sentido originario del sistema. A partir de allí, ha habido continuamente intentos de suspender, eliminar y/o derogar esta normativa (véase PASO en falso - Diagonales). El año pasado, hace escasos meses, esa discusión volvió a tener lugar (véase PASO ¿Continuidad o Suspensión? - Diagonales). Por entonces, hubo muchos que afirmaron que era imperioso mantener las PASO, porque estas constituían el dique de contención de un sistema compuesto por dos grandes coaliciones (Cambiemos/JxC y el FpV/FdT). Los defensores de las PASO reiteraron que esta regla había promovido la construcción de dos grandes coaliciones pluriabarcativas y que, por lo tanto, eliminarla terminaría con el ordenamiento de la oferta electoral logrado hasta ahora. En efecto, se argumentó que las PASO eran necesarias para preservar el esquema bicoalicional vigente. Pero, pese a todo lo expuesto y discutido, resulta que al final, paradójicamente las PASO siguen en pie, mientras que el tan mentado y elogiado esquema bicoalicional cruje y se cae a pedazos.
Cabe señalar que las dos agrupaciones forjadas a partir de la “ley PASO”, se crearon con la finalidad de derrotar a un “mal mayor”, en un escenario donde el objetivo se disolvía en el movimiento. En ese sentido, ambas partían de pisos bajos, pero lograron perforar sus respectivos techos en momentos de elevado rechazo al sector gobernante. En otras palabras, resultaron ser coaliciones negativas clásicas.
Quedó claro entonces que nunca existió una división binaria del electorado entre dos amplios sectores diferenciados. Lo que ha habido, en realidad, son dos minorías intensas (una kirchnerista y otra antikirchnerista) que coexistieron junto a un grueso de la población que, sin identificarse con un sector ni con otro -cada dos años- se ha visto forzado a optar por alguno de ellos, que aparecían como las únicas opciones viables y competitivas.
Todo eso que parecía inamovible, aparentemente se habría desmoronado de modo repentino. De cara a las elecciones de este año, se observa la existencia de un escenario de tres tercios (tras la emergencia de Milei) o de cuatro cuartos (en el que se adjudica un apoyo inferior al 30% a cada uno de los tres agrupamientos principales, agregando un cuarto sector que congrega a otros, indecisos, no respondientes y no votantes).
Fue la vicepresidenta, en una entrevista realizada en un medio televisivo, quien mencionó que esta era una “elección de pisos y no de techos”, como la precedente. Esto fue interpretado por algunos como una incitación a preservar la pureza y reforzar a la tropa propia. Sin embargo, esa idea, en realidad apunta a lo opuesto: para incrementar el piso, hay que ampliarse, despurificarse, trascender los límites de aquella intensa minoría kirchnerista; de lo contrario -en un contexto de profundo rechazo hacia el gobierno- se corre el riesgo de quedar afuera del balotaje. El oficialismo necesita imperiosamente armar una oferta que le permita estar entre los dos primeros en las PASO, ya que se presume que el que quede tercero en ellas sufrirá un abandono estratégico de cara a la elección general. Una vez que se llega a la segunda vuelta, se trata de tirar la moneda al cielo. A cara o cruz. Y en el kirchnerismo se cree que hay más chances de que la moneda salga a su favor si se tiene enfrente a un “mal mayor”. Por ello, se elige de enemigo a Milei, con el objeto de volver a polarizar contra “el peor de los males”, traccionando al conjunto de votantes más afines al ideario progresista y/o a quienes consideran rotundamente inaceptable el programa de Milei, que podrían vislumbrar al candidato K como el “mal menor” (algo similar a lo sucedido en las elecciones de Chile 2021, en las que Boric acaparó al universo de electores que rechazaba la propuesta programática del derechista Kast). En ese sentido, el discurso y la estrategia propagandística que sirve para fidelizar a los propios no suele ser adecuada para seducir al público amplio.
Aquí entra la cuestión de la definición de las candidaturas, como parte de la estrategia maximizadora del FdT. En este contexto, se habla de “PASO o síntesis” y se busca elegir la opción que aumente las chances de no terminar tercero. En primer lugar, como reiteradamente se aclara: PASO hay siempre, porque la comparecencia es obligatoria. La incógnita podría ser si hay competencia interna con más de un postulante presidencial o si hay candidatura única. En segundo lugar, no es lo mismo candidatura unitaria o consensuada (patrocinada por los sectores internos asociados) que candidatura de síntesis (con proyección y aceptación en el conjunto de potenciales seguidores de la agrupación).El consenso es por arriba y la síntesis es por abajo. En ese sentido, en el FdT no hay síntesis. No hay síntesis entre un Grabois y un Massa, por más que se suban a un mismo escenario. Solo hay plasmación de dos términos antitéticos y abandono de la política como el arte de la mediación-entre el arriba y el abajo- dentro de una coalición.
A esto se agrega que, en los últimos días, esa sub-grieta entre “purismo” y “ampliación” acaba de reproducirse en JxC -agrupación que también teme quedar afuera del balotaje- tras el intento de Rodríguez Larreta de incorporar a Schiaretti, incrementando así el “volumen” o el “músculo” de la propuesta colectiva de cara a las PASO. Esta situación suscitó fuertes críticas por parte de los intransigentes “halcones” (que prefieren replegarse en aquella minoría refractaria a todo lo que se emparente con el peronismo), generando severas turbulencias en toda la construcción aliancista opositora.
En otro orden de cosas, las PASO arrojan tres resultados: quién es el candidato individualmente más votado, cuál es el agrupamiento más votado y quiénes son los ganadores internos (en el caso que hubiera habido competencia). De todos modos, estos resultados deben ser leídos con cautela, ya que los dos primeros son meramente simbólicos y solo el tercero es real, en la medida en la que las primarias son una instancia no definitoria.
Es digno de destacar aquí la preocupación que ha despertado en muchos imaginarse el graph con los resultados de las PASO con Milei como el candidato individualmente más votado en ellas. El temor parece girar en torno a que el posicionamiento singular del libertario conlleve que los sufragios se reacomoden a su favor en una instancia posterior. Sin embargo, aun siendo el candidato más votado, Milei podría llegar a alcanzar como mucho el 25% - 30% de los sufragios en las PASO. Por lo tanto, las miradas deberían concentrarse en los potenciales votantes “mileistas” de segunda preferencia. Se sabe que la adhesión al dirigente despeinado no se produce necesariamente por cercanía ideológica ni por comunión con su peligrosa agenda programática, sino por su capacidad para expresar emociones cuasi desbordantes y simbolizar la oposición hacia el orden vigente. Efectivamente, la preferencia por Milei refleja más la bronca del momento que la decisión que finalmente los consultados tomarán en las urnas (tanto en las PASO, como en las elecciones decisivas). Por lo tanto, es muy difícil presagiar el comportamiento de aquellos que hoy por hoy se inclinan por el dirigente singularmente más apoyado.
En este punto, cabe preguntarse lo siguiente ¿Cuán relevante es, en la ecuación final, ser el candidato individualmente más votado, sin pertenecer al partido/frente más votado de una primaria? Saliendo de la pequeña aldea nacional, en toda América Latina, hasta ahora, dos casos (de 22) se incluyen en esa categoría: Tabaré Vázquez (Uruguay 1999) y Xiomara Castro (Honduras 2013). Ninguno de los dos ganó la elección general en esa oportunidad.Retornando a la pequeña aldea local, en las PASO provinciales, hubo sólo 6 casos (de 24), 5 de los cuales terminaron ganando la elección general (el más resonante, Vidal en 2015 en PBA). Por lo tanto, vemos que la suerte no ha acompañado a aquellos que -sin provenir de los partidos más apoyados- resultaron ser los candidatos individualmente más votados en primarias. Esto demuestra la incorrecta interpretación de los resultados -simbólicos y reales- que un sistema de primarias abiertas debería arrojar.
De todos modos, para no reconocer el fracaso de la legislación, se efectúan forzadas lecturas sobre escenarios relativos a las PASO, incluyendo una nueva terminología incorporada sobre la marcha. Según un analista con exposición mediática, hay primarias productivas (como Cambiemos a nivel nacional, 2015) y primarias destructivas (como el PJ bonaerense, también 2015). Sin embargo, la productividad de la primaria cambiemita fue cuasi nula en términos de resultados, porque el triunfo interno de Macri estaba cantado desde antes incluso de que Cambiemos viera la luz. A esto se agrega que la presentación de precandidatos sin chances (Sanz y Carrió, por si alguien lo había olvidado) no añadió suficiente “volumen” para que esa coalición fuera la más votada en las PASO (en las que el FpV lo fue) ni tampoco Macri resultó ser el candidato individualmente más votado en ellas (Scioli lo fue). En efecto, aun siguiendo el argumento favorable a esta regla electoral antes mencionado, el sex appeal de Cambiemos no sería -perdonando el trabalenguas- producto de primarias presidenciales presuntamente productivas, sino que sería tributario de la “ley PASO” como tal, que obligó a las fuerzas políticas opositoras a unificarse, logrando esta amalgama perfecta entre experiencia radical y juventud macrista.
En suma, hoy en día sigue sin quedar claro para qué se compite cuando se compite ni por qué no se compite cuando no se compite. Eso, a su vez, incrementa la confusión en los electores de a pie, quienes no entienden cuándo se elige en serio y cuando se trata de un globo de ensayo (cuyos efectos políticos, no obstante, pueden derivar en un caos económico, como en 2019, o político, como en 2021).
En definitiva, hasta hace poco, el balance respecto de las PASO era, para muchos académicos, favorable. Se sostenía que, pese a que con esta normativa no se había logrado la selección de candidatos abierta e inclusiva pretendida, al menos se había ordenado la oferta en torno a dos coaliciones claramente identificables por la ciudadanía. Sin embargo, a más de 13 años de su adopción formal, la regla de primarias abiertas exhibe un rotundo fracaso respecto del único mérito aparentemente registrado. Esto es así porque las agrupaciones políticas conformadas no sólo no han sido cohesivas, consistentes ni estables, sino que, además, estarían flojas de pisos y de techos. A esto se ha agregado la emergencia reciente de una opción antipolítica, antipartidos y antiderechos, cuando, paradójicamente, con esta legislación se procuraba ampliar derechos, democratizara los partidos y recuperar la centralidad del rol de la política.
*Con la colaboración del Lic. Rodrigo Díaz Esterio | Miembro del Grupo de Estudios sobre Cambio Institucional y Reforma Política en América Latina (GECIRPAL)