Fatiga cívica
La ciudadanía quiere dejar de beber el cóctel explosivo conformado por malos gobiernos
Este año electoral coincide con el cuadragésimo aniversario de este tramo democrático, un acontecimiento cívico digno de celebración. Sin embargo, el actual clima político no está dominado por un sentimiento de satisfacción frente a logros compartidos. Antes bien, predomina malestar, zozobra y, lo más inquietante, fatiga cívica. Expertos, analistas, incluso políticos, sospechan que detrás de la fatiga cívica no sólo haya desánimo, sino bronca. Temen, en definitiva, que esos sentimientos y pasiones se encuentren a la espera de su desfogue. Es decir, que no sean sólo una manifestación pasajera de insatisfacción, sino que se traduzcan en una baja tasa de participación electoral, alimentando, así, dinámicas de desafección democrática difíciles de comprender y encauzar. Para el ciudadano que experimenta la fatiga cívica, la realidad es un bloque compacto de hechos y, por tanto, el enigma para el político es diferenciar la mala gestión gubernamental del funcionamiento democrático. Asunto que requiere agudeza intelectual y gran capacidad para analizar la realidad. Este asunto se puede presentar mediante un pasaje bíblico: Isaías, 21, 11-12.
Cuando los analistas demoscópicos y los políticos (o los que quieren llegar a serlo) le preguntan al ciudadano (el centinela bíblico) cómo va la marcha de los asuntos públicos, éste le responde de manera similar al texto de los versículos bíblicos: “viene la mañana y también la noche; preguntad si queréis, preguntad; volved, venid”. Es como si el ciudadano dijera: —no lo sé, vengan dentro de un rato y les diré. Entonces, acá nada es lineal, y hay ciclos y enrevesados entre sí. Aunque algo similar ocurre entre los políticos, debido a que cuando el ciudadano le interpela acerca de qué van a hacer, ellos contestan: —veremos. Admitiendo que, en su calidad de actores (es decir, iniciadores de algo), son meros espectadores de un entresijo difícil de asir.
Como si fuera poco lo anterior, es altamente probable que continuarán las duras disputas sobre la naturaleza y el alcance del régimen de gobierno democrático. La historia así lo indica. Sin embargo, ello no impugna que los demócratas maximicen esfuerzos tendientes a convertir a la democracia en un régimen de gobierno capaz de lidiar con el conflicto. En este sentido, siempre habrá ciudadanos y políticos que defienden la idea de que la democracia requiere autogobierno; en otras palabras, el bien común requiere de virtudes cívicas. Otros, en cambio, prefieren pensar a la democracia como una arena de lucha, porque permite dar rienda suelta a los intereses y al hedonismo calculador. Persistirán los grupos de ciudadanos que piensan que el destino de la democracia es evitar, à la Popper, la tiranía; otros, por el contrario, creen de bona fide que la democracia debe asegurar la justicia social o redistributiva. No obstante, la fatiga cívica no se ubica en este nivel del análisis, sino -como sostuvo Sartori- en la regla primaria de la democracia: la regla del juego que decide cómo decidir. Desde la perspectiva ciudadana ello significa evitar que la democracia se estanque o paralice ante cada conflicto. La fatiga cívica parece indicar que la ciudadanía quiere dejar de beber el cóctel explosivo conformado por malos gobiernos y conflictividad.
En efecto, los ciudadanos que experimentan fatiga cívica ya no se sienten cómodos con una oferta política que apila conflictos o los disemina para no jerarquizarlos. Los ciudadanos están ahítos de estrategias que redundan en pesimismo. Ya hay, como dijera Adam Smith, una “gran cantidad de ruinas en [la] nación” (Correspondence of Adam Smith, Carta no. 221, nota 3, pág. 262, de la edición de Liberty Clasics, Indianápolis (IN), 1987). Los ciudadanos esperan una “fórmula política” -en el sentido propuesto por el perspicaz Gaetano Mosca- que sea capaz de transformar la representación política en sentido, en horizonte. Están esperando una oferta política que logre jerarquizar problemas.
Para finalizar, es útil recordarque el experimentado Lawrence Summers (que, entre otros cargos, fue secretario del Tesoro de EE.UU. entre 1999-2001) sostuvo -en un artículo publicado en The Journal of Economic Perspectives en 1999- que las actuales sociedades democráticas enfrentan un trilema cuya resolución requiere escoger dos de los siguientes cuernos: apertura económica, unidad-control nacional y provisión de bienes públicos. En este contexto, la ciudadanía parece percibir con claridad que desear abarcar los tres objetivos a costa de estancar la sociedad en una conflictividad sin fin no resulta un camino deseable ni viable. Lo que los ciudadanos parecen exigir, entonces, es que los políticos trabajen arduamente para procesar este asunto. Como supo decir el gran Isaiah Berlin: no hay mundo sin pérdida, lo que es inherente a poder sobrellevar los conflictos y avanzar en la incertidumbre.