Pareciera como si las disputas en la arena política y económica se hubiesen trasladado, por el espacio de dos semanas, al mundo del deporte, y los paralelismos son realmente notables: la disputa palmo a palmo, hasta el último día de competencia, por el liderazgo en el medallero entre China y los Estados Unidos no hace más que emular el enfrentamiento y la competencia, fundamentalmente de índole económica y comercial (por ahora), que coloca a estos dos colosos en veredas opuestas en los asuntos mundiales. Pero si es éste un dato de color, acaso una mera casualidad, hay otro que no lo es, mucho más serio y discutible, y que refleja el estado de situación actual: la prohibición a Rusia y Bielorrusia -debido a su participación en carácter de aliados en la guerra contra Ucrania y la OTAN- de participar en los Juegos con equipos o seleccionados propios en competencias colectivas, así como la imposición a aquellos atletas que sí lo hicieron a título individual de tener que representar a la fantasmagórica asociación de “Atletas Neutrales Individuales”, viéndose imposibilitados de hacerlo en nombre de sus países de origen, lo cual ha generado controversia tanto dentro como fuera de Rusia, ya que allí desde diversos sectores han aparecido críticas hacia estos deportistas por aceptar participar en el evento.

Ahora bien, más allá de posibles consideraciones al respecto (por si acaso fuera necesario, desde esta columna se repudia enérgicamente la prohibición a cualquier deportista de participar en un evento internacional por razones políticas o, en su defecto, obligarle a hacerlo sin poder representar al país donde nacieron y posiblemente se formaron y al Estado que acaso financia o financió parte de esa trayectoria), lo que queda fuera de toda discusión es la doble vara, permanente e hipócrita, que aplica Occidente a la hora de tratar los asuntos mundiales. Si la guerra de Rusia a Ucrania -cuyos motivos, argumentos y antecedentes podemos discutir largamente, probablemente sin llegar a una determinación concluyente acerca de la culpabilidad rusa- fue motivo suficiente para vetar a este país y su aliado de los presentes JJ.OO. (como sucede también en muchos deportes como el tenis o el fútbol), ¿por qué no sucede lo mismo con Israel, que está llevando adelante una masacre genocida sin precedentes contra el pueblo palestino? ¿Por qué este país no recibe sanciones contundentes y ejemplificadoras por parte de la comunidad y los organismos internacionales, como sí recaen desde hace dos años y medio sobre Rusia? 

La doble moral que maneja el mundo occidental y libre liderado por Estados Unidos da asco. Da asco porque para los líderes europeos y norteamericanos -al igual que para el mandatario ruso Vladimir Putin- la vida humana no importa sino en función de los propios intereses. Esto lleva a que la vida de un israelí valga mucho -pero mucho- más que la de un palestino, del mismo modo en que la vida de ucraniano vale menos que la de un estadounidense o un francés, y es por eso que están utilizando al país de Zelenski (y a su gente) como campo experimental de pruebas en su lucha contra el mundo no occidental. Y apropósito de Zelenski, vale también aclarar que aquí también se pone en evidencia la mencionada “doble vara”: llegó al poder con posterioridad a un golpe de Estado contra el presidente pro-ruso de aquel entonces y hace apenas unos meses prorrogó inconstitucionalmente su mandato so pretexto de la situación de emergencia causada por la guerra. Sin embargo, como sirve a los intereses de occidente, no es un dictador, como sí lo son (y coincido) los Putin, los Maduro o los Kim Jon-un de este mundo.

Y en este contexto aparece Milei. Y Milei visita el Muro de los Lamentos en Jerusalén y ratifica su intención de mudar allí la embajada argentina en Israel. Y Milei suma a la Argentina al Grupo de Defensa de Ucrania y envía ayuda militar. Y Milei va a la inauguración de los Juegos Olímpicos[1] y se entrevista con el presidente francés Macron. Milei puede ser agresivo desde lo discursivo, puede aparentar pelearse con todos, con España y Pedro Sánchez o con la propia Francia por un cantito futbolero que -en ese contexto, que es como debe ser interpretado- nada tiene de racista sino para quien lo escucha con oídos culpables fruto de siglos de explotación y xenofobia. Pero desde los hechos, que es lo que verdaderamente cuenta, Milei decide alinear acríticamente y de forma decidida a la Argentina en ese bando occidental tan ética y moralmente cuestionable, como se ha visto. Y no sólo eso. Pese a las declamaciones nacionalistas -fundamentalmente desde el lado de la Vicepresidente- en contra del colonialismo francés en el momento más álgido del affaire Enzo Fernández, meses atrás se firmó un acuerdo con los Estados Unidos para la instalación de una base en Tierra del Fuego. Hechos, no palabras. No compremos el discurso para la gilada…

Cabe aclarar, por cierto, que esto no es nuevo en la historia Argentina. 1) Ni los discursos confrontativos, 2) ni adoptar un marcado posicionamiento ideológico internacional, 3) ni el alineamiento automático. Veamos:

1)      Ya Perón con su “tercera posición” proponía, desde un discurso cargado de acusaciones a diestra y siniestra (literalmente hablando en un contexto de temprana Guerra Fría), la independencia económica y la soberanía política tanto del comunismo soviético como del capitalismo estadounidense. “Ni yanquis ni marxistas, peronistas”, aunque estos principios se hayan tenido que “reconsiderar” durante su segunda presidencia, la crisis económica y la necesidad de convocar a capitales norteamericanos.

2)      Esto se advirtió claramente durante las dos últimas dictaduras militares en la Argentina, donde en el mencionado contexto de Guerra Fría el país adscribió a la Doctrina de la Seguridad Nacional promovida por los Estados Unidos para combatir al comunismo y su posible expansión por América Latina tras la Revolución Cubana de 1959. Ya todos conocemos el resultado genocida de la aplicación de esta doctrina en la lucha contra el “enemigo interno”.

3)      Durante los diez años de menemismo neoliberal, la Argentina consumó este alineamiento automático, con occidente en general y con los Estados Unidos en particular, ejemplificado en la excesivamente gráfica y ya célebre frase del entonces Canciller Guido Di Tella respecto del mantenimiento de “relaciones carnales” con el país del norte.

En conclusión, Javier Milei, quien apareció en la escena política nacional como un outsider dispuesto a arrasar con todo y con todos, nada de eso ha hecho en el plano interno y tampoco propone nada nuevo en la historia argentina en materia de política exterior. Ya hemos tenido presidentes confrontativos desde el plano discursivo, ya nos hemos posicionado ideológicamente de un bando en oposición a otro y ya hemos tenido periodos de alineamiento acrítico al neoliberalismo democrático occidental. Ahora, quizás, por sus arrebatos, su perfil histriónico, su inexperiencia política y en un mundo dominado por las redes, todo aparezca como más burdo e informal. 

El problema, sin embargo, no son tanto las formas sino el fondo de la cuestión, que radica en un par de aspectos a considerar: el carácter activo o pasivo que el país decida asumir en esta nueva etapa de relaciones carnales (ya todos conocemos la respuesta y de hecho el Presidente no se molesta en ocultarlo); y el hecho de continuar librando una batalla ideológica cuando ya no la hay, y en este sentido preocupa ver a un Milei buscando liderar una caza de brujas contra el comunismo internacional, cuando lo que hay hoy en el mundo es una fuerte disputa por intereses concretos (no ideológicos) de carácter económico-comercial entre China y los Estados Unidos, y otra político-militar y por espacios de poder entre dos bloques: el occidental (EE.UU., OTAN, Israel) y otro, llamémosle no occidental (China, Rusia, Irán, Corea del Norte), con potencias como India y Brasil que asumen una postura expectante. En este contexto de equilibrio, incertidumbre y valores política y moralmente cuestionables -incluyendo el desprecio por la vida humana perpetrado mediante acciones lisa y llanamente genocidas- defendidos por ambas partes, lo aconsejable sería la prudencia. No obstante, la Argentina de Milei ya eligió, sin dudarlo ni por un segundo, en qué bando posicionarse y bajo qué condiciones. Que las fuerzas del cielo nos ayuden…

[1] No quería dejar de llamar la atención en este punto acerca de una cuestión: el pragmatismo con el que el presidente argentino abordó esta cuestión. Muy polémica fue la ceremonia de apertura de los JJ.OO., duramente criticada por muchos -incluidos personajes del círculo de Milei y numerosos votantes de LLA- como libertina, blasfema o mostrar lo peores valores de occidente. Es dable suponer que Milei, este ultraliberal -libertario en sus propias palabras- en lo económico pero que se muestra tan conservador en materia política y social, emulando aquella aparentemente contradictoria combinación propia de la dirigencia de la Argentina oligárquica que dice admirar, comparta ese posicionamiento. Sin embargo, en este caso el mandatario argentino se abstuvo de hacer ningún tipo de comentario, como sí lo hicieron otros representantes de la derecha en el mundo, tal el caso del primer ministro húngaro Viktor Orbán. Más aún llama la atención su silencio habiendo presenciado el evento in situ y siendo que usualmente se muestra muy activo en redes sociales a la hora de emitir opiniones y juicios de valor ¿Será que cualquier “olvido” u omisión es aceptable, en aras de congraciarse con los paladines del liberalismo en occidente, incluyendo pedidos de disculpas por algún inoportuno desliz verbal? ¿León o “gatito mimoso”?