Peronismo, el memorioso
Adolece de una instancia sintetizadora que permita reorganizarse en favor de una causa común
Cuenta Borges en su libro Artificios la historia de un uruguayo llamado Ireneo Funes. Este personaje, que producto de un accidente estaba postrado en su habitación, tenía la asombrosa capacidad de recordar absolutamente todo lo que percibía, de retener cada uno de los impulsos nerviosos que sensorialmente recibía y poder rememorarlos hasta el último de sus detalles. Nos dice el autor que una vez Funes estuvo repasando todo lo que había visto durante un día y narrar la totalidad de esos recuerdos con el nivel de detalle y precisión que él mismo se demandaba le llevó también veinticuatro horas. El prodigioso talento de este joven, que le valió el mote de “el memorioso”, en realidad encerraba un problema mayúsculo: su incapacidad para pensar. Nos dice Borges que pensar es olvidar diferencias, generalizar, abstraer y a Funes le resultaba imposible comprender por ejemplo que el concepto perro abarcara a tantos individuos dispares y que el perro de las tres y catorce visto de perfil tuviera el mismo nombre que el que veía un minuto después en otra posición o que cada uno de los pelos de la crina de un caballo fueran equivalentes a los fines de transmitir la idea. He allí que su aparente virtud devenía en maldición.
¿Tiene esto alguna utilidad para pensar nuestra coyuntura? Creemos que sí. Creemos que hay elementos de la situación política actual que nos permiten sospechar que el peronismo y el conjunto de los dirigentes que lo encabezan están atravesando un momento Funes. Es posible pensar que se encuentran atascados en un momento en el que, al igual que le sucedía al protagonista del cuento en cuestión, les está resultando imposible conceptualizar, unir los fragmentos dispersos y diferentes, para que a través de saltos metafóricos adquieran algún tipo de sentido. A distancia de ello, y al igual que el personaje de Borges, parecen estar todo el tiempo apenas siendo capaces de reconocer (y eventualmente indignarse) con cada uno de los hechos que ocurren, simplemente enumerándolos, acumulando uno a uno, parte a parte, sin unidad alguna que permita crear en ese acto algo novedoso, que permita darle un sentido a lo que está pasando. En el mejor de los casos, estamos también ante una memoria prodigiosa, capaz de inventariar cada uno de los problemas, injusticias y zafarranchos que el gobierno de Javier Milei lleva adelante, pero nada más. Hay un paso que está faltando, una instancia de reorganización del sentido, que permita poner en palabras lo que nos ocupa comunitariamente.
Para decirlo con un ejemplo simple, de un tiempo a esta parte parece haberse hecho evidente que las situaciones laborales y las características de la clase trabajadora en nuestro país poseen una heterogeneidad cada vez más notoria. El reconocido sujeto histórico del peronismo parece haberse atomizado en múltiples identidades diferenciales. A los tradicionales empleos formales, con beneficios sindicales y demás prestaciones, se le agregan los trabajadores y trabajadoras informales, laburantes de la economía popular, emprendedores y emprendedoras de todo tipo, ciudadanos empleados por las nuevas economías de plataforma, entre otras decenas de modalidades de trabajo. Esa diversidad de realidades, que no es nueva pero que se consolida en el último tiempo, constituye demandas sensiblemente diferentes que ya no se sienten parte de un mismo conglomerado, ni elementos pertenecientes a un mismo paraguas común que los contenga. La figura del trabajador se vuelve difusa, incluso ajena, explica poco, no aglutina como antes. Y eso es lo que el peronismo desde hace meses no cesa de describir. Es decir, los ve, reconoce sus diferencias, puede relatar sus carencias y reclamos particulares, pero no los interpela. Adolece de una instancia sintetizadora que permita reorganizarlos en favor de una causa común. Al igual que Funes, puede relatar todo lo que observa, pero no puede dar el siguiente paso, ordenarlo, volver visible y relevante cierto aspecto común para generar una praxis superadora. Y describir, comentar, relatar es importante, pero la política se trata fundamentalmente de esto otro, de encontrar la continuidad en la dispersión, de revelar lo común y dar un nombre.
La fijación del sentido de los objetos y prácticas se trata de igualar lo diferente en base a una serie de desplazamientos metafóricos que implican seleccionar, jerarquizar y descartar dimensiones, y eso nos evita caer en la diferenciación infinita en la que se encuentra atrapado el personaje del cuento. Y ese es el paso que necesita dar el peronismo para volver a ser una opción política valiosa para la opinión pública, dejar de correr desde atrás un escenario que no se detiene y demanda creatividad explicativa.
Un detalle más (y pido disculpas por el spoiler): al final del cuento, el uruguayo Ireneo Funes se muere sin haber logrado resolver su incapacidad para pensar. Pero Funes no era peronista… Y lo que estamos viviendo tampoco es un cuento de Borges.