Quitar las elecciones de medio término: ¿más o menos democracia?
Serían la primera y más básica estrategia de participación que de alguna manera, jerarquiza la voz del pueblo y que genera, sin duda, un atisbo de protagonismo en los/as votantes
En estos días, la discusión sobre la reforma del sistema electoral ha vuelto a ocupar un lugar central en la agenda política, especialmente en torno a la propuesta de eliminar las elecciones de medio término. Esta cuestión no es meramente técnica; nos convoca a una reflexión profunda sobre el rumbo que está tomando y el que debería tomar nuestra democracia. La discusión actual se enmarca en un contexto más amplio que incluye preocupaciones sobre el ascenso de la derecha extrema en las democracias occidentales, un fenómeno que distintas corrientes académicas analizan actualmente con atención y que viene gestándose, por lo menos, desde la década de los ‘90.
Efectivamente, en la última década del siglo XX, empezó a producirse en el mundo una ruptura pronunciada entre la clase política y “la gente” (término que comenzó a usarse en esa época), lo que hizo que la democracia entrara en un túnel del que aún no hemos salimos. Fuimos construyendo lo que Peter Mair describe como una “democracia sin demos”: un gobierno sin pueblo. Por esos años, se empezó a valorar más a los expertos—esos profesionales especializados en algunas dimensiones del Estado—que a los políticos y políticas, aquellos/as que poseían el don de hacer confluir ideas, de ponerlas en discusión y llevarlas a la acción y que presentaban una vocación de servicio, dispuestos/as a brindarse al bien común, más allá del camino que consideraran correcto para hacerlo. Cabe resaltar que la Política demanda tiempo y energía, trastoca vínculos familiares y reorganiza prioridades personales. No cualquiera tiene las características y las ganas de participar en política y ser elegido o elegida. Nota aparte merecen las mujeres políticas, quienes deben demostrar el doble en el lugar donde estén y, además, a menudo son juzgadas por posponer sus compromisos familiares. Pero esa sería otra discusión. En este momento, me interesa focalizar en la crisis de la democracia que se está viviendo en el mundo, de la que Argentina no queda al margen.
Se puede decir, entonces, que con esta valoración de los expertos y subvaloración de los políticos, empezó a romperse algo de la democracia participativa. Ulrich Beck menciona que se sustituye la “Política” con mayúscula por una “política” con minúscula o subpolítica. La participación comenzó a no entusiasmar y a no ser considerada herramienta de cambio, y los partidos políticos comenzaron a vaciarse de contenido. La representación, ese concepto que inclusive Rousseau rechazaba para la democracia porque sostenía que la voluntad general debía ser asumida directamente, comenzó a resquebrajarse. Las “personas elegidas” comenzaron a no representarse más que a sí mismas y a sus propios intereses. Como verán no llamo ‘políticos’ a los representantes de los Poderes del Estado, sino “personas elegidas”, porque me parece, como ya señalé antes, que cada término encierra un determinado concepto y que los políticos se corresponden con la Política con mayúscula, como señala U. Beck.
Sumado a esto, las campañas políticas también se modificaron y pasaron de ser periodos de difusión de un Programa de gobierno elaborado colectivamente por los Partidos Políticos, a ser momentos de difusión y posicionamiento de personas, vacíos de contenido. Basta con comparar las campañas de 1983 con las de 1989. En la primera, se discutían propuestas políticas en materia de salud, educación, economía, derechos humanos, etc. En la segunda, la figura del candidato riojano y consignas como “Salariazo” y “Revolución Productiva” tomaron centralidad, a pesar de que su significado fuera confuso. El pueblo acompañó porque se asumió que, al venir del peronismo, las medidas serían a su favor. Resultó ser todo lo contrario.
Desde entonces, la dinámica política posterior al menemismo no solo no se modificó, sino que se acentuó la separación entre “las personas elegidas” y el pueblo, vaciando cada vez más de democracia las diferentes instancias de participación ciudadana. Las decisiones políticas fueron tomadas en cúpulas dirigenciales y “bajadas” a la población como acciones gubernamentales. Es elocuente que el término “bajar” se haya vuelto habitual en ámbitos de militancia y en los barrios, no solo para referirse a acciones—“bajar planes”, “bajar proyectos”—sino también a las personas -“bajar al barrio”, “hoy baja tal político/a”-. Así, las personas elegidas ya se habían posicionado en otro nivel superior y diferente, lo que hizo imposible que el pueblo se sintiera parte de la construcción política. Tocqueville afirmaba que la pérdida de la función de la democracia podría generar desdén hacia quienes están en la política, y eso es exactamente lo que, inevitablemente, ha estado sucediendo.
Los grupos económicos ávidos de maximizar sus ganancias, incluidos los relacionados con los medios de comunicación, aprovechando también el contexto de individuación de la vida privada, fueron implacables en dar forma, reproducir y maximizar el discurso antipolítica que el pueblo tenía latente. Así, se articuló una idea sobre una “casta política” con privilegios, lo que precipitó en el ascenso de la derecha extrema al gobierno. Las opciones de extrema derecha, aquella que representa Javier Milei, que exacerban los privilegios económicos, desguazan al Estado y toman medidas que van en contra de la garantía de derechos de las grandes mayorías, no encuentran oposición popular organizada.
La bibliografía especializada señala que una de las causas a tener en cuenta para analizar el ascenso y consolidación de los partidos de extrema derecha, es la situación de la fuerza organizativa de los partidos políticos y la democratización y apertura de las instancias de participación política en las diferentes instituciones intermedias. En Argentina, las elecciones cada dos años, serían la primera y más básica estrategia de participación que de alguna manera, jerarquiza la voz del pueblo y que genera, sin duda, un atisbo de protagonismo en los/as votantes. Resulta ser la base, el puntapié inicial para reconstruir y fortalecer la democracia. Sería catastrófico seguir con el rumbo iniciado hace más de 30 años y seguir disociando al pueblo de las instancias de participación política.
Cada dos años, más del 70% de los ciudadanos y ciudadanas habilitados/as para votar se expresan en las urnas, lo que indica que las elecciones siguen siendo importantes para la construcción de un vínculo entre la ciudadanía y sus representantes. Este alto nivel de participación refleja un interés por influir, de alguna manera, en las decisiones políticas. Si bien las elecciones pueden ser vistas por algunos como una mera formalidad, son, en realidad, momentos de la vida política nacional en los que el pueblo se mira a sí mismo y puede, potencialmente, hacer surgir nuevos liderazgos.
El rumbo iniciado en los ’90, de elitización de la política, de vaciamiento de las instancias de participación y de toma de decisiones, de transformación de los partidos políticos y del discurso anti-política, se encuentra hoy, en un punto de inflexión a partir del ascenso al gobierno de Javier Milei. Habrá que decidir colectivamente, si seguir limitando la democracia y acentuando la distancia entre la política y “la gente”, entre otras cosas, eliminando las elecciones de medio término o, por el contrario, llenarla de contenido, democratizando las decisiones en todos los niveles y en todas las instituciones para seguir construyendo la Política con mayúscula.