A poco más de un año de gestión de la actual administración, mientras los críticos más duros buscan denodadamente fracasos, gran parte de los públicos de la opinión pública e, incluso, de los medios publicados, discuten cómo evaluar los logros del gobierno. Esto resulta concomitante con la ampliación del “mercado de ideas”. Así, con la nueva oferta se produjo un intenso proceso de ajuste de precios relativos, es decir, cambió el precio a pagar por las nuevas ideas y aumentó la satisfacción por adoptarlas. Esto llevó a que ciudadanos, periodistas, expertos, intelectuales y políticos calibren y jerarquicen logros y fracasos, mientras calculan costos y beneficios. El “mercado de las ideas” en sí mismo parece, por momentos, encontrarse en pleno proceso evaluativo. (Aclaración: es necesario precisar que el término “mercado de ideas” surge a partir del caso Jacob Abrams vs. United States (250 U.S. 616, 1919), a partir del cual se consagra—institucionalmente— la práctica de la libertad de expresión en las democracias contemporáneas).

En este contexto, más allá de los logros del gobierno y su discusión pública, hay otro asunto quizá más relevante: los logros para el gobierno. No se me ocurre mejor forma de ejemplificarlo que mediante una vieja pregunta: ¿qué es lo que hace un político? Más allá de respuestas como acudir a un llamado (el famoso beruf weberiano), promover el bien común, luchar por una causa noble y justa, lo que hace un político es asegurar los recursos para ejercer el poder. Puesto que sin el control de esos recursos ninguna causa noble y justa resulta posible, ningún gobierno es factible. Por tanto, el logro para el gobierno durante este año es haber construido un partido (LLA) donde solo había voluntades dispersas. El logro para el gobierno surge de las entrañas mismas del ejecutivo, allí donde despacha y dispone Karina Milei, la Jefa, apodada así por el propio Presidente.

En retrospectiva, la tarea de construir un partido contra reloj parece prometeica o romántica, según se quiera ver. Lo que parece incuestionable es que haber construido un partido mientras se negociaba con aliados parlamentarios requiere talento o fortuna, quizá una mezcla de ambas. Así, hemos sido testigos de amistades que nacieron para ser traicionadas y traiciones que dieron lugar, sin duda, a nuevas amistades políticas. En medio de ese escenario, el gobierno avanzó sin prisa, pero sin pausa.

Mientras las mejores plumas y las más contundentes voces de la oposición se enfrascaron en un debate bizantino acerca de por qué ganó la incipiente LLA, de manera espontánea o planificada Milei enturbiaba más el escenario de las ideas rotando entre los rótulos de libertario, anarcocapitalista o liberal a secas. Mientras acaparaba la atención dentro y fuera del país, el Presidente facilitó la tarea para que la Jefa emprendiera un tejido parsimonioso de voluntades, desembocando en la construcción del partido cuya eficacia, claro está, se verá durante el próximo año. 

No sabemos si los que afirman que Milei entiende la política reduciéndola a lo económico tienen o no razón, aunque lo que el círculo cercano al presidente ha demostrado es que sí sabe que para hacer política hace falta dinero. Aunque no han “sacado dinero debajo de las piedras” (según la frase atribuida a Lord Keynes), sí han utilizado la idea del superávit fiscal para cambiar las rutas de financiamiento de las actividades políticas. Los logros del gobierno, a juicio de una importante parte de la ciudadanía, dan cuenta de ello.

Durante gran parte de este año, para sus simpatizantes y militantes, el presidente Milei siguió siendo el “Javo”, “el peluca” y, con cariño, “el loco” (descripción que, según sus propias palabras, lejos de molestarle, las toma como muestra de afecto). Conforme avanzó el año, no obstante, apareció el término “profeta”, que, hasta donde sé, el primero en señalar fue el periodista Carlos Pagni. Entre “el loco” y “el profeta” no solo transcurrió tiempo, también tuvieron lugar importantes sucesos. Y es que cabe recordar que el filósofo alemán Ernst Bloch supo decir —en su Espíritu de la utopía (Geist der Utopie) de 1921— que entre los dos prefería al profeta, porque al mirar al futuro va construyendo comunidad.

Para concluir, el profeta Milei ya ha cruzado el desierto; la oposición, en cambio, debe hallar un candidato dispuesto a deambular por tierras yermas, azotadas por el Zonda, nuestro simún local. Lo que implica que la oposición tiene que encontrar un candidato que no tenga nada para perder o bien que no le importe perder lo que tiene. Debe haber, apelando nuevamente a Weber, un llamado (beruf). Sin embargo, como dice el refrán: Dios no obra milagros por encargo. En definitiva, el año se va y, por fortuna democrática, empieza la despiadada competencia política.