Una final a dos partidos
Las cosas en JxC parecen relativamente claras y las cosas en el FdT también se van aclarando
Hemos insistido aquí que la candidata, a ambos lados de la grieta indefinida, será la unidad. Los escarceos, las escaramuzas, las incineraciones seguidas de disculpas, las mesas grandes y chicas, las amenazas de ruptura, de portazos, el coqueteo con foráneos del espacio, las fotos que dicen todo y nada, los mimos y los pases de factura: todo ello forma parte, aunque a veces lo olvidemos, del menú tradicional de opciones disponibles.
¿De opciones para qué? Para lograr lo que todas/os pretenden: el mejor resultado electoral posible, que se traduce en poder político para hacer.
El futuro llegó hace rato
Las cosas en JxC parecen relativamente claras. Son voces interesadas las que señalan que Horacio Rodríguez Larreta se pincha, y que la correcaminos Patricia Bullrich no para de crecer, porque cuenta con aval de ojitos de cielo. En el juego de la silla, Mauricio no quiere quedar culo al norte. Como a todo político, la intuición le dice tres cosas en este momento, que su imagen es tan negativa, pero su ego le canta al oído las mismas canciones de amor: a) quiero que las cosas se hagan de una determinada manera (la mía); b) lo primero que harán, si me corro, es responder al ¿Para qué? de una forma diferente; c) si no soy socio de peso en lo que viene, además, crecen los incentivos para que me tiren debajo del colectivo.
En concreto, Mauricio actúa como debe hacerlo: vedetea, amenaza con subirse, se baja y pide que lo bajen, y mantiene la incógnita. ¿Qué busca? Asegurarse, por las buenas o por las otras, que lo que viene se le parezca tanto, que todo el mundo reconozca que él es el padre de la criatura, y un verdadero activo a cuidar. Y para ello, utilizará todo lo que tiene a mano, para incidir en las alianzas, las listas, el gabinete, y más allá también: que haya nombres propios, que ayuden a ganar; y más precisamente, que condicionen a un futuro gobierno de JxC.
Las cosas en el FdT, también se van aclarando. A Sergio Massa las ganas lo desbordan. Cuando señala que su edad es su principal activo, está diciendo que las condiciones de partida importan: sentado sobre un polvorín, su destino puede ser el de Néstor, o el de Mauricio. Y el de Mauricio está tan fresco que duele. Pero la historia (y en particular, la historia política -es decir, la de la competencia por el acceso a posiciones de poder político y los recursos que configuran dicho poder-) no espera a quienes buscan condiciones de partida ideales (como no lo esperó a Carlos Alberto el Lole Reutemann, por caso). Esa historia, desde hace sólo un par de siglos, la hacen quienes ponen el cuerpo y más y ganan elecciones en las condiciones que les tocan.
Puesto que Massa ha superado, bendición de Cristina Fernández mediante, el único obstáculo interno que se interponía entre él y su sueño máximo, ahora sólo depende de un obstáculo externo, sobre el que su poder para hacer está relativamente menguado: la inflación. Que señale una y otra vez que esa es su única obsesión, su única meta, el único indicador por el que quiere ser juzgado (y que todo lo demás, incluida una candidatura, sólo lograría distraerlo) es de manual: aplanar esa curva no es un fin en sí mismo, sino el medio que le permitiría no sólo ser EL candidato (y por ende, menos condicionable por sus socias y socios), sino además uno competitivo. Uno con chances.
Lo que está claro, huelga decirlo, es que el círculo rojo puede descansar en paz. El juego de las diferencias entre Sergio Tomás y Horacio es, realmente, un trámite para un bebé de 2 años o menos. El segundo ha identificado mejor, claro, el principal desafío (que no es ganar la próxima elección, sino gobernar luego). Cree que debe liderar un proyecto político que goce de la adhesión del 70% de las preferencias políticas del país. El primero, más audaz, sabe que si domina el potro de la inflación, sólo debe agregar 15 puntos al 30% que su adversario ningunea. Y en eso anda. Conejo a conejo, como decía Mostaza.
Toda política es política local
Todo lo anterior sólo puede ocurrir (sólo se explica), como siempre, por abajo. JxC lo sabe mejor que nadie: agita el palo cuando las zanahorias no alcanzan, porque los desacuerdos por abajo pueden afectar la suma de voluntades para ganar por arriba. La otrora sumisa UCR construyó, a base de victorias por abajo, fibra política de la buena en los últimos siete años. Y ya no la atropellan a billetazos y vicepresidencias. Mientras Manes no levanta vuelo, y Morales se hinca para no chocarse con su techo, todos pueden sobreactuar las diferencias. Pero por abajo, la UCR es otra cosa.
Algo semejante ocurre en el campamento de FdT, pero su potencial impacto nacional está mucho más acotado, por la congruencia entre niveles que entrañaría (de la que la UCR, por caso, carece en casi todos los distritos). Impedido de ser reelecto, pero con capacidad indiscutible para imponer su candidato primero, y ganar luego, sin grandes condicionamientos de aliados (sectores de la UCR incluidos), Schiaretti busca explorar su supervivencia allende los límites provinciales.
Su relativa autonomía territorial no es la que disfrutan sus pares de la región centro. Bordet y Perotti tampoco pueden ir por la reelección (Bordet ya lo hizo en 2019, y Santa Fe, junto con Mendoza, son las únicas provincias argentinas que no la permiten). Pero a diferencia del mandatario mediterráneo, sus gobiernos fueron posibles (y las sucesiones lo serían) por amplio acuerdo del peronismo y aliados distritales.
¿Bordet y Perotti tendrían vocación por un armado que sobrevuele la división central de la política nacional? Difícil asegurarlo; lo que es más fácil de advertir son las restricciones propias de la política provincial que enfrentarían si tal fuera su voluntad. En efecto, los apoyos que necesitarán para competir con chances en las elecciones provinciales y municipales las y los principales referentes de su espacio, y de cuyo éxito depende la representatividad política que esgrimen), son altamente sensibles de los acuerdos que se necesitan para competir a nivel nacional (acuerdos, necesariamente, inter-temporales). Te comprometes con la unidad a nivel nacional, o te armamos la paralela en la provincia.
Pensar que el desdoblamiento es sinónimo de impunidad para reforzar los acuerdos distritales e incumplir los nacionales (necesariamente posteriores), desconoce cuestiones básicas del funcionamiento de la política provincial. Así en la política como en la vida, los pícaros existen, pero pocas veces se salen con la suya sin pagar la cuenta. Milagros de las interacciones repetidas.
Una final a dos partidos
Si el desafío mayúsculo es gobernar un país dividido, para tener ese privilegio hay que ganar dos elecciones. En 2015, Massa impidió que el pan-peronismo se alce con la victoria. En 2019, el efecto Massa fue más simbólico que contante y sonante, pero no por ello irrelevante para jalonar el camino de la victoria. Preparar el partido de vuelta; esa es la tarea. El factor Milei es algo esquivo de dimensionar realmente, por su relativa volatilidad. Y hay errores que las politólogos y los politólogos no cometen a menudo; uno de ellos, es extrapolar resultados de elecciones legislativas a elecciones ejecutivas.
En los hechos, así como las alianzas provinciales del economista son, en muchos casos, escalofriantemente piantavotos, no existe encuesta que lo ubique por debajo del 15% a nivel nacional si se proyectan indecisos. Despierta adhesiones en diversos sectores socioeconómicos, y en franjas etarias amplias. Presumo: un factor eminentemente de grandes centros urbanos. Pero hasta allí es posible llegar por el momento.
Especular cómo se comportaría el votante de Milei en un ballotage que no lo tendría entre los contendientes, es hoy un ejercicio de ciencia ficción. Estudios como los de Zuban, Córdoba y Asociados advierten, cada dos o tres meses en los últimos 18, que vamos desde un escenario cuasi-tripartito (FdT, JXC, Libertarios) a un predominio de las coaliciones que se alternan desde 2011, para luego señalar la recomposición de las adhesiones que despierta el Libertario. Paciencia. Falta cada vez menos para un nuevo superclásico de la política argentina.