Circula, por allí, un chistín goriláceo sobre el 17 de Octubre dice que en esa fecha, los peronistas festejamos el Día de la Lealtad porque los otros 364 días del año somos traidores . Discrepo. Es más, me ofende la idea, tanto por mi pertenencia ideológica como por mi natural animadversión a las generalizaciones. Seguramente hay traidores (siempre los hubo), pero son individuos, sujetos, no el Movimiento. Porque la lealtad es un valor inherente a la persona. Igual que su capacidad de traicionar. Igual que su tendencia a corromperse.

La lealtad es, además, un valor constitutivo de una identidad, de una manera, de un modo de ser que va a signar al individuo a lo largo de su vida. Y esto ha pasado con el Movimiento Peronista. Se constituyó leal a la conducción precisamente porque su conductor mostró lealtad hacia el Pueblo. Aquel era el signo de la interrelación entre Juan Perón y las masas. Aquellos eran, también, tiempos de Modernidad en estado de máxima pureza, el pico más alto de esa época; mucho más aún que el momento de su nacimiento o de su instauración.

Esa Modernidad, que en sus últimos estertores sacaba a la luz toda su belleza para tratar de enamorar todavía y así no desaparecer del todo, sedujo con valores y emociones al Movimiento que nacía. El Peronismo debía ser leal, alegre, solidario, visceral, bello& como la vida misma. Una emoción alzándose como una ola de certezas. Un pacto explícito con el amor.

Los enemigos del Pueblo lo descubrieron casi al mismo tiempo que los propios; aún antes, diría. Y trabajaron desde ese mismo momento para socavar todo lo bueno, lo digno, lo genuino de ese movimiento político, social, nacional y popular que germinaba.

Pero, además, la época& o mejor dicho, la mudanza de época. La Posmodernidad (o Modernidad Líquida, o Tiempos de Subjetividad, o como cuernos sea que termine llamándose) y su avance sobre los viejos valores para instaurar otros nuevos deseo en lugar de amor; consumo y no ahorro; individuación antes que solidaridad, transparencia en vez de honestidad, satisfacción mejor que felicidad.

Todo producido, envasado, etiquetado y vendido por el nuevo dios marketing. Un marketing que, entre otras cosas, se dedicó a poner a la lealtad en la picota. ¿ Garpa ser leal? ¿El Pueblo vota lealtad ? Y, además ¿Leal a quién? Todo muy difícil en la melánge de egos y negocios en la que intentan transformar a la política, aquellos que detestan la política. Lo trágico es que parte de la dirigencia partidaria ha abrazado con delectación este juego perverso que deja afuera, sobre todo, al Pueblo.

Sin embargo, hay quienes todavía pueden (y deben) festejar el Día de la Lealtad. Los que salieron a la calle para que el Pueblo ganara en la segunda vuelta; los que afiliaron poniendo el costo de cada fotocopia de su bolsillo para que hubiese más y más peronistas (aunque luego, en un acuerdo cupular, no los incorporaran a los padrones), los que a pesar de quedarse sin trabajo (y no eran ñoquis) siguen llenando plazas, locales, movilizaciones con la certeza de que sólo así se puede recuperar un gobierno de y para todos; los que han hecho su propia autocrítica y su catarsis personal y no andan echando culpas a otros porque& porque todos perdimos, pero sobre todo perdieron ellos, los leales.

Los que no declaman lealtad mientras traicionan.

Los que deben volver.