Bonaerenses por el mundo Más Panamá, menos papers
Por Germán White de Beccar
Yo vivo en una ciudad que tiene la selva tan cerca, que es como su jardín. Una ciudad que son tres en una Panamá Viejo, destruida por el Pirata Morgan en 1671 y de la que solo quedan ruinas. El Casco Viejo, que fue construida para suplantarla en 1673, de clásica arquitectura colonial española donde uno puede además de admirarla, intuir los rincones que inspiraron las canciones del gran Rubén Blades y la Panamá moderna que ocupa el puesto 45 del mundo entre las ciudades con los rascacielos más altos.
Una ciudad que mira al Océano Pacífico pero que vibra con el Caribe. Una ciudad con nombre de país.
Yo vivo en una ciudad donde la música suena por todos lados y que forma parte de su ADN. La salsa y "la plena" (el reggaetón local) son religión y la vida se disfruta hoy, como si no hubiese mañana.
Una ciudad donde por ejemplo Grosso es pritty, billetera es wallet, encendedor el lighter, y chantin es casa. Y donde Arraiján (at right hand, a mano derecha) y Perejil (Perry´s Hill) dos barrios de la ciudad, son verdaderas marcas de la presencia americana en el Canal.
Una ciudad donde nadie se siente extranjero. Desde su nacimiento ha sido un verdadero crisol de razas, los nombres de algunas avenidas dan cuenta de ello Vía Israel, Vía España, Vía Brasil, Vía Argentina, Av México, Av. Perú, Av. Italia, Av. Cuba y Calle República de la India, son sólo algunos ejemplos. Pero sin embargo, el panameño indefectiblemente te indicará una dirección con las referencias de los negocios que hay (o que hubo) cerca de allí y si preguntas donde queda un determinado lugar lo hará lanzando un beso con sus labios (como en la seña del 2 en nuestro juego del truco) apuntando hacia donde queda.
El desayuno chino es una tradición, el ceviche es local; la arepa, adoptada; la entraña un lujo; los frutos de mar y el pescado frito, deliciosos y accesibles.
El calor es intenso y la humedad nunca baja de 85/90%. Por lo que caminar por las calles entre las 10 de la mañana y las 4 de la tarde, es un desafío titánico parecido a la competencia olímpica de marcha. Pero si deciden hacerlo, les recomiendo el Casco Viejo o la Cinta Costera (la rambla local) especialmente al atardecer.
La ciudad, a diferencia de La Plata, no tiene un trazado ortogonal y a veces es complicado ubicarse, pues las calles tienen recorridos un tanto caprichosos. Los taxis son un caso particular. Porque además de tener que compartirlo con otras personas, pueden decidir no llevarte, si no vas en la dirección a donde ellos se dirigen.
Y a pesar de tener el primer Metro de Centroamérica, un orgullo local, aún circulan los Diablos Rojos, antiguos buses escolares americanos pintados de manera muy llamativa, que se manejan como locos por las calles y que no tendrán ningún empacho en lanzarte el bus encima con tal de pasar ellos primero.
Comprar pescado fresco en el Mercado del Marisco, conocer el Biomuseo de la Diversidad (la primera obra del genial Frank Ghery en Latinoamérica), admirar la maravilla del Canal, caminar por la selva, tomarse una pinta o un ron en alguna terraza del Casco Viejo con vista a la ciudad de noche, disfrutar una playa paradisíaca a solo una hora de la ciudad y llevarte un sombrero Panamá, con la salvedad de que sepas que en realidad son Made in Ecuador, son experiencias absolutamente mandatorias.
Ven. No te pierdas Panamá. Es un caos, pero uno de esos caos que se disfruta. Creeme, me lo vas a agradecer.