Este acuerdo del gobierno colombiano con las FARC marca un punto de inflexión histórico en la desactivación de un conflicto armado de más de medio siglo que ya había tenido otros intentos de superación, todos con final en fracaso.

Repasando brevemente, ya durante el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) se pone en marcha el primer intento serio por poner fin al conflicto. De hecho, se impulsa toda una estrategia de paz en torno a una ley de amnistía y un conjunto de normas orientadas a la normalización y reintegración civil de los actores principales de la guerrilla.

El gobierno de Virgilio Barco (1986-1990) provocó cierta desmovilización del M-19 y el mandato de César Gaviria (1990-1994) reactivó la estrategia de la paz para Colombia que tuvo como fruto la desmovilización de otros tres grupos guerrilleros como fueron el EPL, PRT y de la guerrilla Quintín Lame. Pero las FARC y el ELN seguían compitiendo de igual a igual en beligerancia con los paramilitares.

Durante el gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) hubo un intento desprolijo de paz, que incluía 42.000 km2  sin gobierno . Esto acrecentó el poder territorial de la guerrilla y alejó las posibilidades de negociar.

Irrumpe en escena Álvaro Uribe (2002-2010), una figura reaccionaria producto de la opinión pública que pedía mayor seguridad. Durante estos 8 años se desarrolló un concepto llamado de paz negativa . Es decir, se entendía que la paz sólo resultaba posible con una superioridad militar, tal y como ponían de manifiesto tanto la Política de Seguridad Democrática como la reorientación del Plan Colombia. Es válido aclarar que el poder guerrillero en estos años se redujo en un 50%; y los secuestros y atentados, en más de un 80%.

Pero el costo a pagar fue caro, y nuevamente por desprolijidades inaceptables. La conocida como parapolítica, fue una época donde los paramilitares y narcos financiaron a muchos congresistas, provocando un escándalo mayúsculo.

De su riñón surgió el actual presidente Santos (2010), y lo que fue realmente novedoso es que se diferenció de su antecesor en la política de tratamiento de las FARC. Abrió un canal de diálogo, primero secreto y luego público. Aprendiendo de las lecciones del pasado, simplificó la agenda de negociación sobre cinco puntos, armó un equipo serio de negociadores y puso como lugar de encuentro para la discusión la ciudad de La Habana, permitiendo la supervisión de otros países que actuarían, a su vez, como garantes.

Así, continuar con la guerra, se tornó insuficiente e insatisfactorio para ambos actores.

Hoy, esta paz es solamente una ausencia de guerra . El referéndum, la incorporación a la vida política de los líderes guerrilleros de otrora, nueva política para las drogas ilícitas, desmilitarización, las indemnizaciones previstas para las víctimas, hasta incluso el ingreso al Congreso de cinco representantes de las FARC en 2018 y 2022, suponen un largo camino a transitar.

La paz desaparecerá si no emerge un Estado presente, un empresariado que genere empleo para los desmovilizados, y no si se firma este acuerdo, uno similar, o ninguno.

Rigoberta Menchú, Nobel de la Paz (¿Santos será el próximo elegido para este galardón?), definió muy claramente que  la paz no se trata de silenciar los fusiles, se trata de un proceso de transformación social . Menuda tarea tendrá la sociedad colombiana para demostrar este crecimiento y madurez en los tiempos que se avecinan.