El hecho político de la semana pasada fue, claramente, la entrevista que el periodista Luis Novaresio realizó a le ex presidenta Cristina Fernández. Más allá del contenido de la entrevista es sorprendente poder comprobar hasta qué punto CFK sigue siendo la figura central de la política argentina, aquella que encolumna amores y odios, pero de la que nadie puede dejar de hablar, incluso aquellos mismos que la jubilan a cada paso y ven con asombro, incredulidad y acaso ya con resignación, como montada en su Babieca se apreste para una nueva batalla. Pero, paradójicamente, ese dato incontrastable puede resultar más funcional a los intereses de quienes buscan gobernar discutiendo hacia atrás, que a aquellos que hoy deben ser oposición pensando en ser recambio de poder hacia adelante.

Hoy el universo peronista tiene dos grandes líderes. Una indiscutible por su potencia electoral y otro por potencialidad electoral. Cristina es hoy la dirigente del peronismo que más votos puede juntar y eso terminó jugándole a favor en los reacomodamientos al interior del peronismo de la provincia de Buenos Aires por sobre los del otro posible referente del peronismo, hoy autoexiliado en el variopinto armado de 1País.  En tierras bonaerenses para dirimir la candidatura a senador, los intendentes buscaron el candidato que les garantice mayor cantidad de votos que les permitan retener sus concejos deliberantes, así como la mayor representación en las cámaras de La Plata sin perder demasiado el sueño por quién entrara o no al Senado de la Nación. Lo que ocurra después de octubre será harina de otro costal.

Esta semana, luego de la movida mediática de Cistina, varios actores, sobre todo sindicales, muchos de ellos provenientes del nonato randazzismo, dieron su apoyo a la ex Presidenta, bajo el argumento de que prefieren a Taiana por sobre Gladys González en la cámara alta. Los gremios, claramente, saben que un triunfo del PRO en la provincia envalentonaría al oficialismo nacional que iría por un combo que incluiría desde la flexibilización laboral (que se pueda alcanzar) hasta una quita de poder a los sindicatos bajo el eufemismo de “democratización sindical”.  Lo que no une el amor, parece que podría llegar a unirlo el espanto y quedará siempre flotando sobre la derrota de Scioli, el error histórico que significó  que un gobierno peronista en vez de tender puentes con los sindicatos se haya dedicado a dinamitarlos.

Claramente si CFK ganase (cosa que al día de hoy parece difícil y no por las encuestas sino por el sentido común que indica que el PRO en un escenario de paridad como el que se dio, tiene más lugares de dónde acumular esos votos que le puedan permitir imponerse en octubre) debería darse un verdadera política de seducción del movimiento obrero si es que quiere recuperar votos peronistas, por fuera de su núcleo duro de votantes entre los cuales los sectores del gremialismo organizado peronista no son mayoritarios.

Pero no sólo de los votos bonaerenses vive el hombre, ni la mujer por cierto, y es que trasponiendo las fronteras bonaerenses, conforme el resultado de las próximas elecciones allí, los otros gobernadores empezarán a jugar sus cartas de cara al 2019. Randazzo quiso ser dos veces y no pudo. Ahora su objetivo no es posicionarse una tercera vez, sino que pasa por mantener su magra cosecha de las primarias aunque, y más allá de ello, sigue manteniendo una imagen interesante en la opinión pública con llegada a sectores allende el kirchnerismo.

Cristina, por su parte, a la foto de hoy no la tiene fácil de cara al futuro. Descartado un cristinazo en octubre, que la hubiera posicionado como ganadora indiscutida, lo más probable es que, a menos que empeorase la economía muy rápidamente, CFK no tenga posibilidades de tener chances propias en 2019 con el alto nivel de rechazo que genera en ciertos sectores de la sociedad y del peronismo. CFK ostenta una alta base de votos que necesariamente hace que deba ser tenida en cuenta si el peronismo quiere ganar el próximo turno presidencial, pero también puede jugar a conservar y consolidar fuerza propia en 2019, apostando a un hipotético operativo clamor, en caso de que la gestión PRO naufrague entre el endeudamiento galopante, altos intereses, déficits crecientes, precarización laboral y aumento de la violencia social. Si tenemos en cuenta que Cristina dijo taxativamente que podría correrse si es un obstáculo para el peronismo, en caso de que el oficialismo actual resultara vencedor nuevamente en las presidenciales y si la economía desmejora, se daría por fin el escenario –aunque algo después–  que algunos llegaron a imaginar antes de la elección de 2015 pensando en volver en 2019, aún a costa de la suerte del otrora candidato oficialista.

En ese sentido, el otro nombre fuerte del peronismo actualmente y el único con capacidad hoy de enfrentar a Cristina seriamente  es el de Sergio Massa, que si quiere ser presidente, claramente tiene que adueñarse del peronismo o derrotarlo por fuera, para luego hacerse de él una vez victorioso. Tercero en la elección de octubre eso no será posible de cara al 2019, ergo: Massa intentará jugar por dentro del PJ (tratando de buscar un divorcio elegante de su nueva socia macriprogresista) y, como nadie es profeta en su tierra volverá de la mano de uno o de varios gobernadores del interior que ambicionarán dar la pelea interna de su mano. En una reciente entrevista él nombró elogiosamente a Das Neves, a De la Sota, a Schiaretti, a Uñac, a Urtubey. No parecen apoyos despreciables y hasta resultan lógicos aliados naturales, en tanto logre ponerse de acuerdo con el también decidido presidenciable gobernador salteño, que necesariamente intentará jugarse a todo o nada por ser el candidato cuando ya no tiene re-elección posible.

En tanto no haya una conducción unificadora del peronismo que sea aceptada por una mayoría interna inapelable y legitimadora, Cambiemos -mientras no estrelle la calesita- tiene asegurada gobernabilidad y  posiblemente algunas elecciones más de englobados festejos. El peronismo, para lograr volver a ser una alternativa unificada y mayoritaria de poder, debe dejar de hacer propia la agenda del cristino centrismo, que propone el tándem oficialista mediático - político, y ponerse a discutir cara a cara con la restauración conservadora y regresiva que significa el gobierno de Macri y, a la par, trabajar en un armado contenedor que junte todas las partes del espejo roto  que es el campo popular y que permita entonces, nuevamente a los argentinos reflejarse en él.

*Historiador