Un querido profesor me dijo una vez, parafraseando a Lévi-Strauss, que no son los hombres los que hablan de los estilos sino que son los estilos que hablan de los hombres. ¿Qué sucede cuando el estilo nos antecede? ¿Cuándo anticipa nuestros modos de relacionarnos con los otros? Me pregunto. ¿Hay algún momento en que así no suceda? Imagino qué preguntaría mi maestro. Pero yo no puedo salir de mi voluntarismo.

Las cosas no “siempre han sido así”. Un modo de ser, percibir e interactuar con los otros si bien se hace carne en nosotros, puede formarse y transformarse. Es decir que ese estilo que nos antecede se fue construyendo y puede ser desarmado y rearmado. Creo que algo del estilo  hay en los errores que se cometieron en la disputa discursiva en estos últimos tiempos. En el debate político se privilegió el grito, el énfasis, el imponerse sobre el otro por sobre el formular preguntas, el hacer pedagogía, el tratar de convencer.

Tal como dice mi profesor: “la grieta no es centralmente un problema sociológico, político o económico, es un fenómeno estilístico que incluye a un sector grande aunque minoritario de la sociedad, que gusta de vivir la vida política en un ambiente polarizado y lleno de énfasis; incluye a figuras políticas, académicas, sociales y del espectáculo; el estilo es así, atraviesa a los actores fuera de su consciencia”. Esos gritos, énfasis y tribuneadas velaban conflictos sociales y agendas tales como lo educativo, la innovación, la distribución del ingreso, la extranjerización de la tierra, que exceden ampliamente a 'la grieta' y sólo se oscurecen por el ruido generado por los agrietados.

Hay una grieta insalvable: la lucha de clases. Pero ninguna lucha de clases es posible sin una lucha en las conciencias individuales y colectivas y durante un amplio tiempo que va de 2011 a 2017 el kirchnerismo quedó entrampado en la puesta en escena que armaron las corporaciones de información y entretenimiento y los políticos neoliberales. Y lo que las audiencias vieron en programas de paneles de opinadores fueron gritos y enojos. Pero desde el propio kirchnerismo se respondía con tribuneadas y provocaciones.

Al verosímil de las corporaciones se respondía con un verosímil nac and pop de las mismas características. Y así desde los pocos y limitados espacios de decibilidad y visibilidad pública que se daban por fuera de los medios concentrados se corría detrás de una agenda basada en una lógica de casos individuales de corrupción, o de enojos o malos modos y se construía con un mismo estilo, canchero, gritón, altanero, centrado en casos y ejemplos y no en preguntas.

Un verosímil que construía, de ambos lados de “la grieta”, una verdad inconmovible. No había posibilidad de contemplar las cosas desde otro punto de vista que no sea el propio. Un verosímil que hacía que una palabra y un modo de decirla y un grupo de personas se legitimaran como única voz posible. Cuando este modelo, propuesto por los agentes corporativos de información llegó al paroxismo, cuando la saturación de ese estilo se volvía indigerible, apareció el discurso “Cambiemos” y puso en escena imágenes de escucha, de diálogo, de esperanza.

Ese discurso, ese estilo es el que le permitió a Cambiemos ganar las elecciones a pesar de los esfuerzos denodados de las militancias políticas, sindicales, artísticas y de género entre otras, por parar la avanzada neoliberal. Una vez en el Poder, Cambiemos, la cosa fue otra, el “diálogo” perdió su potencia para interpelar y construir consenso en medio de un gobierno que cada vez se mostraba más cerrado sobre sí mismo y menos abierto a los problemas concretos que los docentes, los científicos, los jubilados, los jóvenes y los trabajadores les planteaban.

Cada acción de ajuste y de recorte era acompañada de una estigmatización de quienes sufrían las consecuencias de esas situaciones. Así, el gobierno del diálogo acusó a los docentes de politizados, a los trabajadores estatales de vagos y kirchneristas, a los jueces laborales de mafiosos, etc. Pareciera que la estrategia de Cambiemos se centrara en profundizar cada vez más un ellos o nosotros y teñir de kirchnerismo todo lo que se le opone. Pareciera que esperaba que la reaparición de Cristina reconfigurara este escenario de la opinión pública en el lugar donde se ubicaba en 2015.

Pero no, como Cambiemos se espejó en el kirchnerismo, este último, sobre todo desde el liderazgo de Cristina, se espejó en Cambiemos, pero para abrir los espacios que Cambiemos había cerrado. Y así se dieron lugar a los abrazos, a escuchar, a dar voz a las y los jubilados, estudiantes, docentes. Y Cambiemos acusó el golpe. Ya no puede atacar dos o tres voces. Porque el kirchnerismo se reconstruyó desde las voces de quienes representa, les dio cuerpo e imagen.

Y así este nuevo estilo comunicacional es hablado por muchos, se plantea la diversidad y la polifonía y se responde a la puesta en escena del macrismo, imitándola en estilo y superándola en lo argumental y en las agendas que plantea. Ante esta vuelta de discurso los agentes corporativos volvieron sobre un tema conocido: la criminalización de la pobreza y la juventud.

Ante esto queda el desafío de discutir las agendas y no el caso a caso. La inseguridad no se debe reducir y explotar el caso y discutir el caso. La inseguridad es producto de la falta de accionar policial. Y más aún inseguridad es que los pibes no puedan comer ni estudiar. Se trata de devolver el golpe, si. Pero usando la fuerza del oponente. Si hablan de inseguridad es culpa de la Policía de Vidal que se dedica a reprimir pibes y es un tema de Educación, esa que Vidal no garantiza. Se trata de un estilo del gesto justo, de saber cuándo y cómo pegar y no entrar en el golpe por golpe. Se trata un cambio de estilo.

*Licenciado en Ciencias de la comunicación. Comunicador y Educador Popular. Twitter: @dodarix