El racismo, un “virus” que podemos erradicar
La deuda histórica con las comunidades afrodescendientes que es urgente saldar
La Declaración internacional sobre la eliminación de todas las formas de discriminación racial, fue proclamada en 1963 y constituyó uno de los antecedentes de la Convención homónima adoptada por Naciones Unidas en 1965.
El racismo excede al caso del colectivo afro ya que refiere a cualquier doctrina de superioridad basada en la diferenciación racial. El término “raza” fue ampliamente utilizado en los siglos XVIII y XIX. Actualmente está perimido debido a que se ha demostrado que las razas no existen biológicamente. El concepto de racismo se utiliza en función de la persistencia de prácticas discriminatorias fundadas en la falsa creencia de la existencia de las “razas”. Todas esas doctrinas por lo tanto son científicamente falsas, moralmente condenables y socialmente injustas y peligrosas. Nada en la teoría o en la práctica permite justificar dicha discriminación.
El racismo es siempre una forma de violencia moral y psicológica con consecuencias materiales cuantificables en todos los ámbitos de la vida. La formación de relaciones sociales fundadas en la idea de “raza”, produjo en América identidades sociales históricamente nuevas: indios, negros y mestizos y redefinió otras. Es decir, raza e identidad racial fueron establecidas como instrumentos de clasificación social básicas de la población y, por ende, instrumentos de dominación.
El Plan Nacional contra la Discriminación de Argentina (2005) define al racismo como un “fenómeno fundamentalmente social y moderno, como un conjunto de ideologías, pre-conceptos, estereotipos y prejuicios que tienden a segmentar al conjunto humano en supuestos grupos que tendrían características comunes entre sí (y jerarquizables entre los distintos grupos), cuya explicación radicaría en una supuesta herencia genética que impondría la posibilidad (e, incluso, la inevitabilidad) de ciertos comportamientos en detrimento de otros.”
Las identidades estigmatizadas son el conjunto de clasificaciones que, en cada contexto histórico, la sociedad pone en práctica y permiten a sus integrantes identificarse a sí mismos e identificar a les otres.
En la Argentina, según las últimas encuestas disponibles, el racismo es percibido en relación a les migrantes de países limítrofes (en primer lugar bolivianes, peruanes y paraguayes), en la discriminación por el color de piel, a los Pueblos indígenas y a las personas de origen asiático. Es vivenciado o experimentado especialmente por les migrantes y quienes tienen un color de piel cobriza u oscura, y mayoritariamente en los lugares de trabajo y paradójicamente en el ámbito escolar. Las denuncias de les migrantes al INADI están en el cuarto lugar y las de Pueblos originarios en el décimo tercero (últimos datos públicos disponibles 2013).
En el marco del grave debate global sobre el racismo y la violencia contras los afro, es justificadamente importante visibilizar las principales situaciones de discriminación que vive ese colectivo en nuestro país en el campo de los derechos sociales, culturales, económicos y políticos, al mismo tiempo que promover políticas públicas y acciones afirmativas que reparen –concretamente- las condiciones de exclusión y pobreza en las cuales viven.
La historia oficial argentina se escribió prescindiendo de la presencia de las comunidades africanas, afrodescendientes y afroargentinas que habitan este territorio desde la época de la colonización, dando como resultado la negación e invisibilización del componente afro de nuestra población. Fue configurándose el mito de que en Argentina no hay negres ni indígenas y que sólo somos descendientes de les migrantes llegados de Europa, tal como sostuvo el ex Presidente Mauricio Macri en el Foro Mundial de Davos en 2018.
Según el censo de 1776, en Santiago del Estero y Catamarca más del 50% de la población era afro (54 y 52 % respectivamente) y donde menos había eran un tercio un cuarto de la población (Buenos Aires 30%, Mendoza 24%). El número declina entre 1836 y 1887 producto de las guerras, enfermedades, mestizaje y la inmigración masiva europea, luego se les deja de medir en los censos hasta la actualidad (2005).
El sistema esclavista, que duró 4 siglos, racializó el infamante tráfico al identificarlo casi definitivamente con les africanes negres y dejó improntas sociales, culturales y educativas estigmatizantes que aún subsisten. Con la abolición de la esclavitud en 1853 en las Provincias Unidas y en 1861 en la Provincia de Buenos Aires los gobiernos no desarrollaron políticas reparadoras para ese grupo, que pasó a ocupar los estratos más bajos de la sociedad capitalista.
Además, hubo y hay nuevas corrientes migratorias desde Cabo Verde a fines del siglo XIX y en el XX por razones económicas, bélicas y climáticas; en la década del 90 desde Senegal, Nigeria, Mali, Ghana, Congo, Liberia por razones políticas y económicas y migrantes afrolatinoamericanes y afrocaribeñes de Uruguay, Brasil, Bolivia, Perú, Cuba, Colombia, Haití, Jamaica por múltiples causas.
La herencia más pesada del pasado colonial es el racismo estructural de nuestra sociedad. Como sostiene la académica afrocolombiana residente en nuestro país, Anny Ocoró Loango, “el Estado argentino empleó una estrategia bopolítica que buscaba, mediante la exclusión violenta de los afroargentinos e indígenas, favorecer un tipo de población que se ajustara al modelo de nación deseado. En consecuencia, el biopoder fue empleado para ‘hacer vivir’ el ideal de nación fundada en la hegemonía de la sociedad blanca, europea, como elemento deseable para alcanzar la modernidad y el progreso nacional al que se contraponía a la comunidad afroargentina.”
“Lo negro” está presente en infinidad de expresiones culturales, desde el lenguaje, comidas, literatura, hasta en géneros musicales (tango y folklore) que hoy forman parte de la incuestionable “argentinidad”. Se produjo una apropiación despojándolas de su etnicidad.
La comunidad afrodescendiente en la Argentina ha sido víctima de un proceso histórico y sistemático de negación e invisibilización que la llevó a una situación de marginación, pobreza y violación reiterada de sus derechos. El racismo estructural se manifiesta también en la extranjerización constante de las personas afrodescendientes, es decir, en considerarlas automáticamente como extranjeras y también en el endorracismo, cuando las propias personas afrodescendientes se esfuerzan cotidianamente para construir el ser “no negre”.
La Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación Racial, la Xenofobia y las Formas Conexas de Intolerancia (Durban, Sudáfrica, 2001) fue un gran impulso para el cambio. Pero en nuestro país, recién en el 2005 con el Plan Nacional contra la discriminación en el Gobierno de Néstor Kirchner hay un reconocimiento del Estado de su racismo estructural y acciones concretas desde el INADI para combatirlo en 2006, con la participación directa de las propias organizaciones afros y sus referentes académicos y comunitarios. A lo largo estos últimos años se ha generado una revitalización del movimiento afro en Argentina, con un gran protagonismo de las mujeres y con aportes teóricos importantes del feminismo. Producto de ello son los lentos avances legislativos en varias provincias y ciudades.
En el 2018, organizaciones afrodescendientes presentaron en el Congreso de la Nación un proyecto que propone crear el Instituto Nacional de Asuntos Afroargentinos, Afrodescendientes y Africanos (INAFRO), para el impulso, la creación y aplicación de políticas públicas y promover sus derechos humanos y acciones afirmativas dirigidas a ese colectivo y para visibilizar y poner en valor histórico la contribución de les afrodescendientes a la identidad nacional.
Es llamativo, además, que Argentina no haya ratificado la Convención Interamericana contra el racismo, suscrita en el 2013 y en cuya elaboración tuve el honor de participar. Persiste una deuda histórica con las comunidades afrodescendientes que es urgente saldar. Entretanto, en la cotidianidad, todes podemos combatir el “virus” del racismo.
*Presidenta de la Asociación Ciudadana por los derechos humanos. Profesora de Derechos Humanos de la UBA. Presidenta del INADI 2006-2010.Twitter: @Lubertino