La marcha de las dos CTA, la de los trabajadores liderada por Hugo Yasky y la autónoma por Pablo Micheli, tiene múltiples lecturas. Por un lado la convocatoria claramente se posicionaba en la vereda de enfrente del neoliberalismo , contra el hambre y los despidos , consecuencia lógica de las políticas de ajuste del gobierno actual. Ambas confederaciones obreras han superado viejas rencillas y diferencias, y si bien no se han unificado como antaño, es ponderable que hayan podido limar asperezas para reconocer prontamente dónde está el enemigo principal al que localizan en Balcarce 50. Pero por otro lado la marcha tuvo otro destinatario unas cuadras más al sur, ubicado en la calle Azopardo.

La CGT también ha atravesado un complejo proceso de unificación, tal es así que debió nombrar al frente a un triunvirato. Mientras que para la CTA estar en la calle es todo acumulación política, los de la calle Azopardo homenajeando la máxima saavedrista de que las brevas no están maduras , esperan su momento impertérritos para que cuando hagan un paro, este sea un golpe del cual el gobierno no pueda hacerse el distraído o ¿alguien escuchó algún funcionario hablando sobre lo que pasó el viernes en Plaza de Mayo?, y por supuesto mucho menos a su corte de adulones mediáticos. La CGT no podría permitirse eso. La CTA, por su parte, quiere ganar la calle y marcarle la cancha al gobierno y al triunvirato cegetino, que acaso espera su momento pensando que el que pega primero no pega dos veces, sino que por el contrario pierde fuerza para cuando tenga que pegar el golpe que realmente duela.

Históricamente el sindicalismo peronista ha tenido distintas vertientes, una más combativa y otra más negociadora. No hace falta recordar a Ongaro, a Avelino Fernández o a Ubaldini como así tampoco a Vandor, a Triacca o al inefable Barrionuevo. El propio Yasky en su discurso hizo mención a diferentes tipos de dirigentes en la CGT, lo cual da cuenta de la complejidad de un proceso de unidad que tiene sus costos y sus tiempos. Los militantes populares debemos poner en la agenda de la tan demorada autocrítica por qué un gobierno peronista y popular gobernó cuatro años de espaldas al movimiento obrero cuando éste debió haber sido un aliado inestimable, como lo supo ser en los aciagos años de 2008 y 2009, en los que algunos dirigentes que en los últimos años se despedazaban las vestiduras abjurando su devoción por la ex presidenta, en las horas difíciles vaya uno a saber por dónde estaban, mientras que la CGT llenaba la 9 de Julio para respaldar al gobierno. No debemos perder de vista que hay sectores que reclaman un paro general a la CGT mientras los acusan de traidores, burócratas y cómplices del macrismo creyendo a la vez que una huelga puede ser una alquimia que pone fin a las políticas regresivas del gobierno nacional de un día para otro.

El peronismo está en un proceso de reacomodamiento interno y actualmente hay en líneas generales dos grandes polos entre los cuales se mueve por un lado muchos dirigentes de baja imagen pública y  que se oponen tenazmente al gobierno macrista, y por otro lado  dirigentes mucho mejor tratados por los medios y que por ende gozan de una mejor ponderación pública, que son los que le facilitan muchas de las iniciativas a un gobierno que por fuerza propia debería vérselas de perillas en el palacio legislativo. Sin duda cuando alguien logre sintetizar la oposición a políticas que están reñidas con la historia del peronismo y a la vez satisfaga los deseos lógicos de una deseable renovación interna habremos hallado al ungido y veremos nuevamente a la CGT en la calle.