Luego de sus clásicos encuadres y asociaciones retóricas como el “adoctrinamiento”, el “lavado de cerebro” y las “auditorías”, el Presidente Milei decidió en la noche previa a la histórica marcha por la educación pública y gratuita, anunciar en cadena nacional la vigencia de su modelo económico, donde “el sector público registró un superávit financiero de más de 275 mil millones de pesos, lo que significa el 0,2% del PBI”. Un intento comunicacional de apaciguar una manifestación genuina de la comunidad educativa, eventuales nuevos enemigos, en su lógica del conflicto permanente.

Es así que independientemente de la viabilidad o no de su programa económico, prefirió ignorar la demanda universitaria y continuar con su encuadre clásico, con un mensaje marcado por referencias bíblicas, y acompañado por su equipo, a quienes calificó como un grupo de “patriotas” decididos a “correr hacia el fuego”.

De este modo, cerró un episodio más de su posicionamiento formal como mandatario, por fuera de la red social X, ante el pueblo argentino. Volvió a buscar una épica y se refirió al tiempo que queda por delante, como si esos datos formaran parte de una promesa de campaña. Sin embargo, todo indicaría que la hiperelectoralización de la comunicación de gobierno que ha puesto en marcha el Presidente Milei, inevitablemente, dejará de dar resultado. Su retórica violenta, antes disruptiva y enigmática para un gran porcentaje de una población cansada de vivir como vivía, empezará a convertirse en golpes al aire sin efecto alguno.

El anuncio pasó sin pena, ni gloria. No solo por sus modos y el contexto, sino porque la comunicación de un liderazgo también requiere de mensajes acordes a la realidad y al contexto. Es decir, esa conversación no puede descansar en la aceptación de un destinatario afín por tiempo indeterminado.

De seguir así, con este programa y con esta manera de conversar públicamente, el presidente outsider, terminará encerrado en su propio mundo, como el estereotipo perfecto de un político convencional, incapaz de construir acuerdos amplios en el debate público, y decidido a exponer un marco ideológico que no tiene modo alguno de convivir en el debate nacional. Comunicar desde ese esquema, con la intensidad que lo viene haciendo, dejará de ser redituable y permitirá un crecimiento lógico de una nueva coyuntura, de un nuevo encuadre simbólico.

En lo que va del gobierno de Milei, la señal más concreta de un paso hacia un nuevo tiempo de la discusión pública estuvo dado por la histórica marcha por la educación pública. Docentes, profesionales, estudiantes, familias, la sociedad en su conjunto, manifestándose desde una historia común y desde un consenso indiscutible.

En la escena permanecen, aún lejos, los partidos políticos. Partidos opositores que no logran aún expresar una lectura solida del presente, y mucho menos parecen capaces de reconstruir el vínculo de confianza con la sociedad. Por esta razón y por muchas más, la conversación política hoy no está en los partidos, ni depende de ellos.

Para la política partidaria, aún permanece ausente la capacidad de construir un orden simbólico ordenador que logre, independiente de las diferencias ideológicas y las opciones electorales del próximo año, un vínculo de confianza hacia la reconstrucción de un sistema herido. Es la sociedad la que acciona y reacciona, la que lleva a la superficie una nueva discusión, que necesitará ser organizada en un futuro próximo, pero que hoy propone límites específicos y busca proponer un nuevo marco político comunicacional.

En definitiva, el mensaje está en el movimiento. En la sociedad, en defensa de la educación pública, y en todo aquello donde habite un mínimo consenso de patrimonio irrenunciable. Un antes y un después. Una histórica manifestación, desde su convocatoria pero, sobre todo, en su nacimiento, donde reunió a propios y extraños, y aporta un desenlace de lo socialmente inevitable.

El mensaje del movimiento establece, por primera vez en el gobierno de Javier Milei, un límite al discurso de la “motosierra” y la “casta”. También ignora por completo las internas de la oposición, “los leales” o “desleales”, los “dialoguistas” o “no dialoguistas”; posterga y prescinde del nombre propio, y clausura por un tiempo toda intención de ajedrez electoral. Clausura lo que no le importa a nadie y retoma, de manera natural la demanda social y la historia de un país. La educación pública como un todo verdadero.

Allí se encuentra hoy el mensaje político. Un verdadero punto de consenso capaz de torcer la tendencia simbólica y enfrentarse a estos tiempos violentos, para cambiarlos por miles y miles de personas en la calle.