La política exterior del gobierno de Mauricio Macri, reafirmada días atrás en las Naciones Unidas, se enfrenta cada día con más asiduidad a un hecho inocultable. El mundo al que planteaba volver tras los años del kirchnerismo simplemente no existe más. Al menos no por ahora. Y este desajuste actúa directamente sobre la situación que nos toca atravesar como país. Por ello, vale la pena realizar un pequeño recorrido para entender en qué medida se relacionan ambos temas.

La guerra comercial entre China y Estados Unidos, las disputas al interior de la Unión Europea tras la salida de Gran Bretaña, el rol creciente de Rusia desde un modelo de poder, son algunos elementos que dan cuenta que el planteo de un mundo basado en el respeto de las instituciones multilaterales y el libre comercio propuesto por Cambiemos se encuentra en crisis.

Sin embargo, el gobierno insiste con sostener una política exterior inocente, sorprendentemente ideologizada, que centra sus objetivos en mostrarse cercano políticamente a las potencias occidentales, principalmente los Estados Unidos; y abierto comercialmente al resto de los grandes jugadores, bajo el concepto de que la defensa del libre comercio y una cara amable al mundo de los negocios que atraería inversiones y mercados.

Esta distancia entre lo que se quiere y lo que es, ayudó a  generar algunos rasgos propios del actual estado de situación del país, provocando que aquello que debería haber ayudado a estabilizar la economía (cómo es el comercio exterior y las inversiones) se hayan vuelto en contra.

Tomemos aquí dos ejemplos para explicar brevemente esta cuestión:

La relación con los Estados Unidos y el espacio regional.

Con relación al primer punto, volcado fuertemente a la apuesta demócrata de Hillary Clinton, el triunfo de Trump colocó a Macri en una situación compleja debiendo hacer equilibrio entre su denuncia a los “populismos” de por aquí´, y su buena relación con el “populismo” de por allá. En realidad, en términos concretos, la llegada de Trump trajo para Cambiemos la desestructuración del liderazgo global detrás del cuál pensaban ubicarse, orientado a la disputa del Pacífico de la mano del Acuerdo Transpacífico y su versión americana, la Alianza del Pacífico, a la cual Macri se apuró a acercarse apenas asumió el poder.

A esto se sumaron dificultades en términos comerciales que obligaron a la diplomacia argentina a discutir permanentemente por el sostenimiento de mercados existentes (cómo el aluminio o el acero), antes que a pensar en la apertura de nuevos espacios de exportaciones.

Esta situación se replicó de alguna manera en el resto del mundo, y ante el ofrecimiento unilateral del mercado argentino para recibir importaciones, la respuesta de los grandes países no fue la apertura de sus mercados, sino por el contrario, un mayor control de los mismos.

Tal es el caso del fallido intento de acuerdo con la Unión Europea, que Macri anunció numerosas veces y que hoy, principalmente por la negativa europea de aceptar las mínimas demandas del MERCOSUR, se encuentra lejos de cerrarse.

Lo extraño, es que aún en este contexto, el gobierno argentino insiste con su propuesta, planteando incluso flexibilizar el MERCOSUR, dando de baja la Decisión 32/00 que obliga a los países a negociar en conjunto. Sería, sin dudas, hipotecar su principal mercado exportador (Brasil), surgido justamente de las preferencias que brinda el bloque regional, en pos de un acuerdo asimétrico de dudosas perspectivas.

Es decir, que lo dicho para el mundo, también vale para la región, nuestro segundo ejemplo a tratar. Aquí el mismo esquema ideológico de libre comercio ya mencionado llevó a despreciar los marcos regulatorios internos del intercambio regional provocando un déficit histórico con Brasil, particularmente en el mercado automotor, que aún hoy persiste. Sintéticamente, para el gobierno argentino los foros regionales se han constituido más en espacios de denuncia a la situación de Venezuela que en lugares de debate económico-comercial, contradiciendo incluso el sesgo que se esperaba con su llegada al poder.

Retomando entonces, en virtud de lo dicho observamos que el hiato entre el mundo planteado y el realmente existente generó un fuerte desbalance comercial, restando dólares genuinos a una economía fuertemente demandante de divisas. Con las grandes potencias cerrando sus fronteras, y la Argentina abriéndolas sin acuerdos mediante, la avalancha importadora provocó además la crisis del sector manufacturero, expulsando empleo nacional y achicando el mercado, ayudando de esta manera a desincentivar la inversión.

Sin dólares reales, y juegos especulativos mediante, la corrida llevó al gobierno a pedir el salvavidas del Fondo en un juego que parece no tener fin. Allí, el alineamiento con EEUU parece si haber traído algunos frutos para lograr un cierto apoyo. Pero estructuralmente, las dificultades no se solucionaron, sólo se han enviado hacía adelante a un futuro que de todas formas parece acercarse cada vez más.

De todas formas, aún en el caos, vale la pena rescatar algunas ideas para  intentar revertir al menos en parte esta situación. La primera, el mundo es como es, y habría que dejar de lado las anteojeras librecambistas para construir una mirada inteligente sobre la inserción internacional argentina. La segunda, la región, y particularmente Brasil, sígue siendo vital y por tanto hay que fortalecer el MERCOSUR antes que debilitarlo aún más. Y tercero, o negociamos en conjunto con China, o el futuro será muy difícil.

 

*Investigador del Centro de Estudios de la Estructura Económica, Facultad de Ciencias Económicas (UBA).