Además de sus obvios efectos sobre la vida humana, las pandemias siempre tuvieron consecuencias devastadoras sobre los ordenamientos políticos y económicos imperantes. Decenas de Imperios y Estados sucumbieron en sincronía con epidemias y catástrofes naturales. Otras organizaciones políticas, en cambio, afloraron o vieron su expansión territorial allanada por los vacíos políticos y militares dejados por el paso de pestes. Quizás después del coronavirus no sea diferente. Puede ocurrir que algunos Estados colapsen, mientras que otros seguramente se repondrán fortalecidos.

En línea con lo que apuntan Kate Pickett y Richard Wilson en The Spirit Level, no debería sorprender que las sociedades más igualitarias aguanten mejor el golpe. Allí los sistemas de salud son universales, los aparatos estatales están entrenados para enfrentar crisis y las sociedades aceptan de buen modo la imprescindible intervención del sector público, al que sienten como propio. Otra ventaja de las sociedades más equitativas, como señala Christopher Ryan en “Civilizados hasta la Muerte”, es la empatía sin restricciones, la importancia que se le atribuye a la vida y al sufrimiento de otros seres humanos. Los países muy desiguales como Brasil, en cambio, corren con desventaja. La herencia esclavista sigue pasando factura durante la pandemia. Esto se refleja en los debates de las últimas semanas. El presidente del Banco do Brasil, Rubem Novaes, lo resume sin eufemismos: “la vida no tiene un valor infinito”[1]. Es lo que piensan los empresarios que organizan marchas para pedir la ruptura del aislamiento (de sus empleados) en automóviles de lujo con los vidrios cerrados. Muchos argumentan que la ‘psicosis’ por el coronavirus no se justifica en un país donde la gente muere por innumerables motivos evitables, incluyendo más de 50 mil asesinados con armas de fuego todos los años. Tienen razón. La vida en Brasil tiene un tipo de cambio muy bajo. El presidente Jair Bolsonaro encarna esta concepción del mundo, no sólo cuando subestima la epidemia y la llama ‘gripezinha’, estornuda en sus seguidores y sabotea la cuarentena que buscan imponer gobernadores e intendentes. También cuando busca crear una absurda oposición entre salud y empleos, se opone a subsidios paliativos en favor de trabajadores informales y hasta busca flexibilizar el mercado de trabajo facilitando despidos y reducciones salariales.

A la descomposición oriunda del gobierno se agrega la desorientación reinante en la élite política y económica. Desde 2013 una parte de la clase política y la mayoría de los empresarios y sectores de influencia, se embarcaron en una agresiva revancha de clases contra todo lo que encarnaba el ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva. Para ello no sólo apelaron a un lawfare y a la destitución sin bases jurídicas de Dilma Rousseff. Por acción u omisión también se embarcaron en ese suicidio llamado ‘Bolsonaro’. La grieta, es decir, una sociedad polarizada y sin la menor cohesión en torno a objetivos compartidos, incluso la vida, es el peor escenario para enfrentar una epidemia. Esperemos que el desenlace no sea una catástrofe. Un paso más hacia el estado fallido en Brasil equivale a un desastre aún mayor para la región.  

*Doctor en Economía y Licenciado en Ciencia Política. Profesor de la Universidad Federal de Rio de Janeiro (UFRJ) en Brasil y de la Universidad Nacional de Moreno (UNM) en Argentina. Twitter: @ecres70. @unimoreno

[1]     https://www1.folha.uol.com.br/colunas/painel/2020/03/no-whatsapp-presidente-do-bb-diz-que-vida-nao-tem-valor-infinito.shtml