Rescate en oscuridad, con el agua al pecho, una soga y un colchón inflable como únicos recursos: memorias platenses de la inundación
Se cumple una década de la catástrofe del 2013. La historia de Carlos y Leo, que con lo que tenían a mano rescataron a una decena de familias ante la ausencia total del municipio.
Cuando empezó la lluvia Carlos Dos Santos estaba en su casa del barrio Abasto y no tenía idea de la noche que le esperaba. Leodán Espínola Barrios tampoco imaginaba que más tarde dejaría su casa inundada para ir a ayudar a otros vecinos. Nadie en La Plata tenía noción de lo que se avecinaba en esas últimas horas de la tarde del 2 de abril del 2013. Menos de cuatro horas y 392 milímetros de agua después, nada volvería a ser lo mismo para la capital bonaerense y sus habitantes.
Mientras el aguacero caía Carlos sólo podía pensar en lo que haría una vez que parase. “En todas las catástrofes siempre estuve, cuando hay tormentas siempre salimos a recorrer los barrios porque sabemos a los compañeros se le vuelan los techos, se les inunda la casa y si vas al otro día te encontrás con que tuvieron que dormir en cualquier lado, entonces actuamos en el momento” le dice a Diagonales justo antes de recordar su intervención en la inundación del Abasto en 2008. “Pero lo de 2013 fue algo ilógico, impensable, un desastre climático que nunca vimos” agrega enseguida.
MENOS DE CUATRO HORAS Y 392 MILÍMETROS DE AGUA DESPUÉS, NADA VOLVERÍA A SER LO MISMO PARA LA CAPITAL BONAERENSE Y SUS HABITANTES.
Ni bien paró el diluvio Carlos le dijo a quien era su pareja en ese momento que iría al barrio Las Rosas, en Melchor Romero, porque seguro se habían volado chapas y había gente inundada. Llamó a su compañero Leo mientras todavía funcionaban los teléfonos y le dijo que lo pasaba a buscar. En la casilla a la que Leo se había mudado hacía poco tiempo, ubicada en una zona alta de Las Rosas, el agua había entrado unos 40 centímetros pero la situación no era tan grave como en el resto del barrio. “Me levanté y mi ex pareja estaba barriendo agua debajo de la puerta. Abrí, miré para fuera vi lo que era la lluvia torrencial, entonces empezamos a subir las cosas de valor arriba de la mesa o donde se pudiera” recuerda Espínola. Cuando Dos Santos lo llamó, él no dudó un segundo: “le dije que viniera así nos metíamos más al fondo en el barrio, en las zonas más bajas, porque ahí sí que iba a estar complicada la cosa”.
Carlos subió a su camioneta Ford Ranger y agarró por la avenida 520, pero al llegar al cruce con la 167 se encontró con una veintena de autos que habían quedado varados y no podían avanzar. “Había una pileta de como un metro de altura, mi camioneta es alta y me entraba el agua” describe a Diagonales 10 años después. Como pudo, Dos Santos siguió avanzando hasta llegar a donde estaba su compañero y allí empezó una de las noches más intensa de sus vidas.
Los dos amigos llegaron hasta donde pudieron con el vehículo y recién ahí empezaron a tomar dimensión de la catástrofe. En una oscuridad total, el agua corría como si fuera un río arrastrando maderas, chapas objetos de todo tipo mientras “la gente gritaba desesperada de todos lados, no sabíamos ni de dónde venían los pedidos de ayuda” cuenta Carlos. El agua llegaba hasta la mitad de las casas y Leo recuerda que “nos encontrábamos con la gente en las casillas en medio de las instalaciones precarias y pensábamos que en cualquier momento nos electrocutamos todos”.
"EN UNA OSCURIDAD TOTAL, EL AGUA CORRÍA COMO SI FUERA UN RÍO ARRASTRANDO MADERAS, CHAPAS Y OBJETOS DE TODO TIPO MIENTRAS LA GENTE GRITABA DESESPERADA DE TODOS LADOS"
Carlos y Leodán empezaron a meterse en la laguna sin límites que era el barrio, y de a poco el agua pasó de cubrirles las rodillas a la cintura y luego hasta el pecho. “El agua estaba muy muy fría, parecía de deshielo y además corría con fuerza” describe Carlos. Leo también recuerda lo mismo: “el agua fluía de una forma impresionante, arrasaba con todo, te arrastraba”. Carlos siempre llevaba en su camioneta una soga de unos 10 metros para remolcar algún vehículo o atar alguna cosa, y esa noche tenía también un colchón inflable debajo del asiento “para cuando iba a pescar”. Esos elementos fueron las herramientas con las que ambos compañeros hicieron frente a una situación que Carlos describe así: “imagínate que estábamos en un barrio popular, totalmente a oscuras, con el agua al pecho sin ver nada, sin saber dónde pisábamos, buscando a la gente que gritaba con una linterna para intentar sacarla”.
“EL AGUA FLUÍA DE UNA FORMA IMPRESIONANTE, ARRASABA CON TODO, TE ARRASTRABA".
Sin saber dónde apoyaban sus pies y para no terminar arrastrados, mientras se acercaban a las casillas Carlos buscaba un lugar dónde afirmarse, se aseguraba con la soga, y Leo se ataba el otro extremo a la cintura para meterse en los hogares a sacar a la gente que estaba dentro. “Mi prioridad eran los chicos” dice Leo, y recuerda “llegué a la puerta de una casa y la tuve que patear para poder abrirla. Adentro estaba toda una familia subida arriba de una mesa, a donde podían, todos llorando desesperados”. La escena se repetía cada vez que ingresaban a una casilla: chicos arriba de las mesas, padres y madres desesperados sin saber qué hacer. “Y ahí otra cosa que pasaba es que la gente te decía ´llevame los chicos y yo me quedo´ porque tenían miedo a que se les metieran y les robaran lo que el agua les dejara en pie” cuenta Carlos.
El caos era total y Dos Santos y Espínola actuaban sin demasiada conciencia de lo que estaban viviendo. “Estábamos en modo resolutivo, espontáneo pero asustados. Queríamos resolver todo pero no nos daba el físico ni teníamos los recursos” cuenta Carlos, mientras que su compañero también recuerda “era un momento de coraje, no pensar en nada y tratar de ayudar a la gente. Después sí, te ponés a pensar y decís qué loco, sin saber nada, sin tener experiencia en eso podría haber pasado cualquier cosa, pero en ese momento a ciegas era solo ayudar a las personas que lo necesitaban y la estaban pasando peor que uno”.
En otro punto del barrio, un grupo de gente se había agolpado en un alto por donde pasaban unas vías y los dos amigos intentaron acercarse para rescatarlos, pero había que cruzar un arroyo y era muy peligroso. Tenían el colchón inflable a modo de un bote salvavidas precario atado con la soga, pero los vecinos no se animaban a subirse con el arroyo corriendo fuerte abajo. Mirando en retrospectiva, Dos Santos revive qué fue lo que le generó más bronca e indignación de esa situación. “Hubiéramos necesitado un bote, algo para rescatar a esa gente. Pero el municipio se borró totalmente. Llamabas a defensa civil, a los delegados y nadie te atendía, el municipio absolutamente desaparecido”.
“EL MUNICIPIO SE BORRÓ TOTALMENTE. LLAMABAS A DEFENSA CIVIL, A LOS DELEGADOS Y NADIE TE ATENDÍA”.
Como podían, los dos compañeros seguían sacando gente de las casas y llevándolas hasta un lugar alto o a la camioneta de Carlos. En el barrio, una compañera suya del Movimiento Evita, Myriam, tenía un comedor que Carlos sugirió usar como centro de evacuación. Lo abrieron y hacia allí llevaban a los chicos con la camioneta, en un ir y volver frenético porque la gente atrapada parecía no terminarse nunca. Carlos revive lo que sentía en ese momento: “Nosotros teníamos desesperación y miedo, ¿sabés lo que es el miedo que se te muera un pibito, que te lo arrastre el agua? teníamos mucho miedo de eso”.
En uno de los rescates Leo llevaba a upa y abrazado a un chico de unos cinco años. Mientras avanzaba contra la fuerte corriente, trastabilló en el suelo irregular y ambos cayeron al agua. “Vino una correntada y nos tiró a los dos, quedamos bajo el agua, fue una desesperación terrible porque no sabía dónde afirmarme. Salimos como un metro más abajo y la criatura tenía una cara de terror indescriptible” recuerda.
“¿SABES LO QUE ES EL MIEDO QUE SE TE MUERA UN PIBITO, QUE TE LO ARRASTRE EL AGUA?"
Hasta pasada la una de la mañana, los dos compañeros siguieron sacando a todo el que pudieron del medio del agua. El agotamiento era total, pero ni eso ni la hernia de disco en la espalda de Carlos impidieron que ambos continuaran el rescate hasta asegurarse que nadie más había quedado atrapado en esa parte del barrio. Estaba pasando lo peor, pero el drama recién comenzaba. Había que pasar la noche helada, y mientras Leo regresó a su casa para asegurarse que todo estuviera bien y el agua no hubiera subido, Carlos recuerda “llamé a mi pareja de ese momento y le dije: júntame toda la ropa seca que tengamos. Teníamos dos colchones que los usábamos para cuando venía alguien, fui a buscar todo y lo llevé de nuevo al barrio para que los nenes pudieran dormir secos. Llevamos una olla y cosas para cocinar que saqué de casa”. Bajo el tinglado del comedor convertido en centro de evacuados por la emergencia, los rescatados se acomodaron como pudieron junto a la gente que llegó por su cuenta para pasar la noche.
Recién al día siguiente Carlos pudo dimensionar lo que había vivido la ciudad. “Nosotros sentíamos miedo y desesperación, porque sabíamos que si ahí había pasado eso en otros barrios también había pasado. Pero igualmente no sabíamos la magnitud, no pensamos que en diagonal 74 iba a haber dos metros de agua. Al otro día fuimos para La Plata y no podíamos llegar, por diagonal 74 viniendo del centro había como 20 autos apilados en una plaza” describe, recordando solo una de las imágenes de la catástrofe.
Llegar al centro de evacuados de la Facultad de Periodismo fue toda una odisea. Dos Santos, junto con otros compañeros, tuvieron que buscar desvíos frente al agua que todavía no bajaba por zonas y los pasos anegados por postes y árboles caídos, vehículos cruzando las calles y todo tipo de obstáculos. Una vez allá, junto a todas las organizaciones y militancia que se desplegó para enfrentar la tragedia, Carlos encaró la nueva tarea de llevar recursos a los barrios. En ella, la dimensión del caos creció aún más.
“El tema era que ibas a los barrios y te asaltaban, se metían 4 o 5 adelante con pistolas y te decían ´no te vamos a hacer nada, somos compañeros, pero necesitamos las cosas´. Te sacaban las cosas organizadamente, te abrían la camioneta y los vecinos sacaban todo de la desesperación misma, porque hubo gente que perdió absolutamente todo” recuerda. Esa situación se volvió una constante hasta que intervino el Ejército y comenzó a acompañar los recorridos en los barrios. Dos Santos, sin embargo, no recuerda esas acciones con desprecio: “la gente hacía lo que podía, pedían agua con desesperación, ni agua para tomar tenían, y habían estado flotando entre residuos cloacales”.
“LA SOLIDARIDAD DE NUESTRO PUEBLO ES INCREÍBLE. LLEGABAN CAMIONES Y CAMIONES CON COSAS QUE MANDABA LA GENTE DE TODO EL PAÍS”.
Durante más de una semana continuaron esos trabajos de reconstrucción, de los cuales Carlos destaca “la solidaridad de nuestro pueblo es increíble. Llegaban camiones y camiones con cosas que mandaba la gente de todo el país. Hasta la gente de clase media, media alta, que a veces uno siente que odian a los pobres, te cruzabas por el centro de La Plata y te daban cosas para curarte, agua, lo que hubiera. Todas las organizaciones participaron en la reconstrucción de las casillas, eso fue impresionante también”.
De esa experiencia, Dos Santos se queda con “la solidaridad del pueblo y la ausencia total del municipio esa noche”. Recordando el escándalo por la foto de Pablo Bruera, Carlos sentencia “Era un municipio peronista, vos no podés esconderte así. Llamá por teléfono y poné todo el municipio a disposición y listo. No es que nos quejamos porque estaba en Brasil, fue un desastre natural, nadie sabía que iba a pasar eso. Pero da la cara y poné todo a disposición. Necesitábamos de todo y nadie nos atendió el teléfono. Ese fue el principio del fin para Bruera”.
“FUE EL PRINCIPIO DEL FIN PARA BRUERA”.
Ni Carlos ni Leo vieron en primera persona alguno de los fallecidos esa noche, pero sí relatan cómo otros compañeros vieron pasar gente arrastrada por el agua sin poder hacer nada. “Eso fue terrible, ver alguien muriéndose y no poder ayudar porque te lleva el agua. No me quiero ni imaginar los familiares de los fallecidos” cuenta Dos Santos reviviendo el trauma social que vivió La Plata hace diez años.
“Fue una experiencia heroica pero también traumática. Hice todo inconscientemente, hoy me siento orgulloso y si lo tuviera que volver a hacerlo lo haría sin dudarlo” reafirma Leo, que sólo tuvo que lamentar algunas pérdidas materiales entre las que estuvieron sus diplomas de mecánico.
“LA GENTE NO SE OLVIDA MÁS DE ESA INUNDACIÓN PORQUE FUE UNA CATÁSTROFE ÚNICA”.
Carlos piensa que, a una década de la tragedia, “la gente no se olvida más de esa inundación porque fue una catástrofe única. Ojalá que no se vuelva a repetir nunca más, quedó mucha gente traumada”, al mismo tiempo que critica el hecho de la falta de formación para la sociedad en general y las organizaciones para situaciones de crisis como la del 2013. “Fue algo único a nivel climático, por más preparados que estuviéramos hubiera sucedido igual, pero con recursos y formación podríamos haber reaccionado mejor” sentencia.
Los dos compañeros no saben con certeza cuánta gente rescataron esa noche y hasta minimizan el número posible. Ambos sienten que “dieron todo” y que no podrían haber hecho otra cosa. Diez años después, las historias de la tragedia siguen tan vivas como aquella noche fatídica del 2013. Las historias de heroísmo y solidaridad como la de Carlos y Leo, y también las historias del dolor y la angustia irreparable de miles de platenses que sacuden la memoria de la ciudad.