El enfrentamiento entre Cristina Fernández de Kirchner y un sector de las organizaciones sociales por el manejo de los mentados planes sociales dejó un conflicto en puerta que ya está dividiendo aguas. El dilema abierto esta semana alrededor de la asistencia social terminó de exponer una tendencia marcada en los últimos tiempos: la búsqueda del kirchnerismo de desmarcarse del “pobrismo” y recuperar la legitimidad como ordenador de la asistencia social y el “trabajo genuino”. 

La discusión que explotó en los últimos días estableció un nuevo escenario de grieta entre dirigentes sociales, intendentes, Estado y organizaciones populares. Entre medio, se juega la potestad por las políticas de asistencia a los sectores más excluidos y la búsqueda por motorizar el trabajo y el ingreso universal. Con una clase media de fondo que día a día aumenta su bronca por la pérdida de poder adquisitivo y la falta de respuestas del Gobierno, el cristinismo busca ahora recuperar confianza, aunque entra en el riesgo de ganarse un nuevo enemigo.

El lapidario discurso de CFK en Avellaneda volvió a ratificar que, en su búsqueda por generar un nuevo relato político, el kirchnerismo no sabe de medias tintas. Las tan criticadas “formas” del kirchnerismo, el “nosotros vs. ellos”, a todo o nada, supo ser bandera en batallas pasadas contra figuras como el campo, el grupo Clarín, los grandes medios de comunicación, el macrismo, la “corpo” y la cúpula del Poder Judicial, entre otros. No obstante, el nuevo adversario ya no parecería estar ahora en corporaciones ni grupos concentrados, sino en las mismas bases populares que fueron parte constitutiva de la década ganada, con las organizaciones sociales a la cabeza.

Cabe recordar que, en los últimos años, el gran estigma que debió cargar el cristinismo fue su imagen de permanente “conurbanización”, el estereotipo de un gobierno nacional que, a los ojos de la clase media, pareciera gestionar de manera exclusiva para los pobres urbanos del AMBA nucleados en organizaciones y cooperativas. Tal imagen -en buena parte fogoneada por una oposición de discurso clasista y por la insistencia del periodismo de guerra- caló profundo en un sector de la clase media que se autopercibe “abandonada” por el peronismo desde hace años. 

La derrota electoral del oficialismo en 2021 removió el avispero y obligó a repensar las prioridades del oficialismo y pensar por dónde y por qué se fugaron esos votos que supieron conseguir en 2019. Con la fractura del Frente de Todos, el kirchnerismo ahora reordena la tropa y busca fortalecerse de cara al año entrante y necesita recuperar la confianza del sector productivo, las Pymes, comerciantes, privados, empresas y pequeños contribuyentes que ven sus esfuerzos diezmados. En la búsqueda de esa confianza, las organizaciones aparecen como nuevo “cuco” en el relato político.

En los últimos días, fueron varios los gestos del camporismo para intentar sintetizar la armonía entre la asistencia social -imprescindible incluso hasta para el criterio de Javier Milei- y la puesta en marcha del trabajo genuino. Allí, el kirchnerismo busca instalar el rol del Estado como ordenador principal -con los intendentes ya postulándose como alfiles en territorio bonaerense- frente a las organizaciones sociales “sin que una parte niegue a la otra”, en palabras de Andrés “Cuervo” Larroque.

Asimismo, este jueves se conoció un extenso comunicado de organizaciones afines al kirchnerismo que ratificaron el apoyo a CFK tras su discurso y sentaron una tajante diferencia respecto de los movimientos populares. “Ofendidos acusan a Cristina de sostener un discurso de 'guerra' y maliciosamente lo asimilan con postulados que desde el liberalismo, neoliberalismo y la derecha se han alzado contra los sectores populares”, señalaron con referencias a figuras como Luis D’Elía. 

En ese plano, el cristinismo se juega una nueva épica que pueda enamorar de nuevo a la clase media del sector privado y productivo, al mismo tiempo que contenga a los excluidos que no pueden prescindir de la asistencia social.  Al cierre de una semana signada por la batalla declarada por CFK a las organizaciones sociales, se abre el interrogante sobre la posible irrupción de un nuevo kirchnerismo para la clase media, que satisfaga al sector productivo y controle y regule los planes sociales. Esa búsqueda de un nuevo héroe para 2023 necesita un villano y, al parecer, ya está asomando.