El doloroso parto del bolsonarismo argentino
Cuidar que el descontento de bolsillo no ponga masas en disponibilidad de escuchar a cualquier delirante por la sola pulsión de rechazar statu quo
La nueva ola anti-cuarentena, de las tantas que ha habido en casi tres meses de pandemia, no se monta esta vez sobre ningún error ostensible del gobierno de Alberto Fernández, que ha tenido varios en dicho lapso. El sueldo de los políticos, la demora y la torpeza en la llegada de la ayuda económica a los sectores a los que el COVID-19 los privó de su sustento o la mal llamada liberación de presos pudieron explicar las anteriores arremetidas. La que atravesamos por estas horas, en cambio, no se nutre de ninguna noticia ruidosa, ni mucho menos. Por el contrario, cae cuando mejora la instrumentación de las medidas pensadas para los bolsillos. Nada extraordinario, pero el ATP y los créditos a tasa cero se están concretando y velozmente.
Tampoco se trata de la aceleración en la detección de contagios, que podría hacer pensar en un retroceso dramático en la lucha sanitaria. Pero no: justamente, hay aquí un perfeccionamiento del proceso de diagnóstico, y aún así las cifras son infinitamente mejores que las de la mayoría de los países con los que se puede comparar. Más allá de escandalizar con focos en tierras gobernadas por kirchneristas -como Avellaneda y Quilmes-, a los que no se les presta atención en CABA aunque allí son mucho peores, mal podría militarse contra el aislamiento desde la denuncia de un caos inminente en hospitales y cementerios.
Sin embargo, con menos bambolla y tímidamente –tal la marca de estos tiempos-, están pasando cosas que podrían ayudar a comprender una reacción que toca extremos preocupantes, como llamados abiertos a la desobediencia civil, marchas callejeras que podrían convertirse en verdaderas bombas epidemiológicas y -por supuesto- fake news. El proyecto de ley de impuesto a las grandes fortunas finalmente será dado a luz la semana que viene, la AFI intervenida denunció la utilización política que hizo el gobierno anterior de la agencia de espionaje y el Banco Central expuso la orgía a la que fue sometido entre 2015 y 2019. En el avance de todos esos expedientes está la raíz de la furia del segmento opositor miserable.
Si de semejantes nimiedades, tamaña furia, no hace falta ser doctorado en política para adivinar lo que espera si se avanzara todo lo deseable y a la velocidad pretendida. No menos cierto es que si con este poquito ya se es tratado de nazi, de comunista o de una mezcla de ambos, pues que tengan motivos verdaderos para hacerlo y al menos se contenten los propios.
En definitiva, Argentina asiste al parto de la derecha desaforada que se despliega en toda su ruindad en la lucha contra el nuevo coronavirus, sin ni mínimo reparo en mostrar cuánto desprecia la vida. Los topes de una mayor cultura cívica que aquí han impedido a izquierda que haya chavismo, hacia el costado opuesto no han dado lugar a un Jair Bolsonaro… por ahora. El gobierno nacional no debe pensar la batalla económica sólo como garantía de la continuidad del aislamiento: cuidado que el descontento de bolsillo no ponga masas en disponibilidad de escuchar a cualquier delirante por la sola pulsión de rechazar statu quo porque sí. Hoy el Frente de Todos, aunque lo cuestione más o menos, es caratula del sistema.
Si se piensa, esto también aclara la interna de la oposición. Si su sobreviviente en funciones, Horacio Rodríguez Larreta, se abraza al Presidente porque su territorio sufriría como ninguno las réplicas de lo que se observa en Brasil o Chile; y quizá también porque de veras cree en una competencia menos agresiva, no debería extrañar que quienes aspiran a violentar el escenario público conspiren en su contra. Si esto sale bien, el jefe de gobierno se gana el derecho a la candidatura 2023 y a definir el método. Si no, ambas quedarán relegadas.
Si hasta volvió a abrir la boca Ricardo Lorenzetti, discípulo doméstico de Sergio Moro, clave en la pata judicial que parió a Bolsonaro (y a quien quisieron traer de visita).
Las tensiones por la distribución del ingreso llegaron a límites de ruptura con el último kirchnerismo y con el macrismo, claro que en sentido inverso. Si los primeros han conseguido entendimientos que le permiten trascender sus límites, antes rígidos, no les quedaba otra que la radicalización a aquellos que no admiten la existencia de los conducidos por CFK. Algo empezó a olerse con la gira #SíSePuede con la dijeron intentar la remontada imposible en 2019, cuando en realidad tramaban el núcleo duro imprescindible en toda resistencia.
No son las formas: es la angurria de quienes, parece, ni con un virus arrasador se domestican.