Con su propuesta de desmontar el modelo financiero de Mauricio Macri y derivar los fondos que lo alimentan a revertir el ajuste permanente que funciona como su contracara, Alberto Fernández recuperó el centro del debate para la economía, el tema que en Balcarce 50 preferirían que no existiese. Igual que la semana anterior a partir de las alusiones de CFK a Pindonga y a Cuchuflito y del reportaje que el propio pre-candidato a presidente de Todos dio a Joaquín Morales Solá (dinámica que cortó momentáneamente la hipérbole de pésimo gusto que Aníbal Fernández estableció entre María Eugenia Vidal y el femicida Ricardo Barreda), pero aumentado. Es que, como muy bien sintetizó en Twitter @ContradictoOK, en este caso, el ex jefe de gabinete apuntó directo al corazón del modelo, y no hacia sus efectos.

Es por ello que el litigio que desató Alberto produjo las reacciones más furiosas que se registran en la campaña en curso, lo cual es decir mucho teniendo en cuenta la participación vicepresidencial de Cristina, abonada a sopapos mediáticos por cualquier cosa que opina.

El Fernández varón consiguió demostrar, exponiendo el mecanismo perverso de las Leliqs, que no todos estamos poniendo el hombro en la Argentina macrista. El loop infinito de malaria que tanto el Presidente como el resto de su elenco viven predicando como única alternativa frente al desastre que supuestamente habrían heredado, y que alguna vez nos llevaría al paraíso, choca de frente con las ganancias extraordinarias de que están gozando otros (muy cercanos al calor de Olivos, para colmo). Así, el “hay otro camino” dejó de ser sólo un eslogan.

A esta altura, ya nadie necesita que le sigan recitando la larguísima lista de datos que componen el retroceso que en calidad de vida han significado Macri, Vidal y compañía; ni los medios mayoritariamente adictos pueden ocultarlo (ni lo intentan). Estamos en otra fase: ahora se trata (entre quienes integran el oficialismo) de convencer acerca de la conveniencia e inevitabilidad del continuismo, “pero más rápido”, como le prometió el jefe de Estado a Mario Vargas Llosa. Y ya que de prensa hablamos, de ahí proviene otra consecuencia del Leliqazo: de manera inverosímil, los periodistas que darían cualquier cosa por evitar un triunfo peronista desplazaron, con violencia, a los mismísimos dirigentes amarillos en las respuestas. El peor combo para el (ex)cambiemismo: actores de reparto de una polémica indeseada.

Detalles al margen (que son lo de menos en el proselitismo, por cierto), los goles de Alberto llegaron en el mejor momento posible: sobre la hora de las urnas. Si el macrismo se desempeña en campaña como en ningún otro rubro, se hace particularmente robusto en el epílogo de los mismos. En este 2019, en cambio, corre de atrás a los hechos, patinando en las contestaciones e incapaz de imponer agenda. Diego Genoud escribió el último domingo que estamos frente a la disyuntiva entre la aceptación del sacrificio como único horizonte y el regreso de los desencantados del último kirchnerismo tras confirmar que esto ha sido peor.

De yapa, la puesta en evidencia de los poderosos intereses que encarna Macri le regalan épica a la tropa fernandizta, porque el calibre del adversario haría más disfrutable la victoria; y un argumento poderoso para ganarse el favor de los que aún puedan estar dudando: ¿qué solidaridad puede sentir lo que se llama gente de a pie con los bancos? La empatía hábilmente construida por Jaime Durán Barba a través de diversos artilugios comunicacionales se derrite al calor de un recetario que no da más de elitista. No hay relato que valga si la política se rompe.