Hora de cumplir
Las puertas están abiertas para todos, pero a condición de que el cóctel lo conduzca la política
Los últimos días previos al cambio de mando ilustran un contraste potentísimo entre el gobierno entrante y el saliente. Mientras los coroneles legislativos de Alberto Fernández han construido una red amplísima para garantizarle gobernabilidad, que llega al extremo de su antecesor Carlos Menem, Mauricio Macri demostró en sus últimas funciones que sigue encerrado en un discurso que ya se comprobó fracasado en la elección que lo convirtió en el primer presidente argentino y sudamericano que, yendo por el bis, no lo consigue. Aún si estuviera honestamente convencido de lo que dijo en sus balances (y es probable y legítimo que así sea), debería encontrar un matiz si quiere, como parece, ser jefe de la oposición.
Sea por incapacidad, o bien porque no tiene otra, Macri no está logrando contener al 40% en un único pack, virtud que sí tuvo en 2015. Lo que, junto a la división del peronismo, le permitió acceder a Casa Rosada. Ese cuadro ahora se invierte, y agravado: los compañeros están más juntos que hace cuatro años, e incluso que durante los doce de la década kirchnerista. Hay en eso conciencia de la situación regional: junto a la apertura de canales de diálogo con la oposición sensata, se trata de obturar vías por las cuales pueda fluir la desestabilización.
Con las expectativas habiendo cruzado de vereda, los legisladores se tientan con la fuga. Más allá de que Cristina Fernández, Sergio Massa y Máximo Kirchner han operado con habilidad en sus respectivos ámbitos, hay mucho de inevitable en el proceso. El macrismo luce cerrado en la conducción de su tropa y eso empeora todo, pero tal vez sencillamente no pueda hacer otra cosa. Entregar sitios de privilegio para calmar ansias rupturistas no garantiza que finalmente no terminen yéndose igual, y encima lo hagan con dichos fierros en sus mochilas.
Si bien Cristina sufrió algo parecido a lo que ahora aqueja a su sucesor hasta la reconciliación con Alberto, el giro fue posible en buena medida porque era justamente lo que necesitaba su representación: reconstruir una alianza social que se había quebrado. Los sectores que se referencian en Macri, en cambio, y este ciclo ha sido prueba cabal de ello, no tienen espacio para otro interés que el propio. La cerrazón que denuncia Emilio Monzó tiene bases materiales. La vicepresidenta proclamada edificó una arquitectura capaz de corregir el agotamiento macroeconómico 2011/2015 de su modelo de inclusión social; sus rivales no advierten que su insustentabilidad, que excluye capital y trabajo, es mucho peor. Y no ofrecen alternativa.
El Frente de Todos, por el contrario, se ha extendido más de lo que la propia dupla fundadora se propuso y prometió. ¿Cuántos imaginaban que esto pudiera alcanzar a Menem, se insiste? CFK dijo, al nominar a Alberto, que el adecuado era él porque había que ir más allá de las aptitudes electorales: hace falta comprometer sectorialmente aún a muchos de quienes no integraron el 48%. Esa capacidad adicional de convocatoria que ella no tiene es la mejor garantía contra quienes descalifican al Fernández varón como supuesto títere: la ex senadora avanza en tanto cede. Magia de la política que ha captado a la perfección.
El peronismo es el instrumento más apto para conducir por fin un acuerdo social tantas veces anunciado (y casi nunca puesto en práctica lo suficiente) porque su propia configuración interna tiene cómo alojar un mestizaje en la que una mayoría determinante se comprometa por sentirse parte del acuerdo. El elemento diferenciador de Alberto y Cristina es su compromiso ideológico: no se está pactando porque sí sino para reflejar un esquema socioeconómico que no deje afuera a nadie, sobre todo a los más débiles, los que primero se caen cuando el artefacto se rompe. Ya en el amanecer macrismo la doctora anhelaba construir una herramienta parecida a la que enhebró Juan Domingo Perón en su regreso al país en 1972.
La conformación del gabinete deja, con todo, una salvedad: no hay allí terminales corporativas. Las puertas están abiertas para todos, pero a condición de que el cóctel lo conduzca la política. De ahí las presiones sobre el secretismo que el presidente electo manejó con frialdad, sin dar lugar, anticipo de que se termina el carancheo del Estado por parte de segmentos privados.
Sin la fragilidad de aquel anciano general ni amenaza militar (en igual grado) a la vista, pero con una deuda monstruosa y un contexto global convulsionado, llegó la hora de poner a prueba una experiencia de consenso detrás de cuyo hipotético fracaso sólo podría venir el horror que vemos en el vecindario. Evitar un Bolsonaro argentino demanda grandeza y responsabilidad.