Los incalculables alcances del odio a CFK y los serios riesgos para la democracia
La Vicepresidenta es, desde hace más de una década, depositaria de ataques permanentes que se han naturalizado. La reedición de la teoría de los dos demonios alrededor de los discursos de odio. Parar la pelota y entender la gravedad de límite que se cruzó.
La Argentina vive como país sus peores horas desde los dolorosos hechos del 19 y 20 de diciembre del 2001. Institucional y políticamente, para llegar al escalón anterior a ese, quizás haya que remontarse a los levantamientos carapintada contra Alfonsín. Así de grave fue la situación que se vivió ayer en la Recoleta, donde un hombre gatilló un arma en la cara de la principal líder política y popular de la historia del país desde Perón en adelante, la persona más amada y odiada en la Argentina por muchas generaciones, quizás a la par de Diego Maradona.
Sin embargo, una primera sensación con la sangre caliente y el juicio sacudido por la conmoción, es que no se tomó aún la dimensión de que estuvimos, como sociedad, a un milagro de distancia de un hecho de consecuencias inimaginables e incalculables. Lo que pudo haber sido uno de los asesinatos políticos más resonantes de la historia de nuestro continente, y por qué no del mundo, hubiera quedado, además, como una marca de época: registrado en primerísimo primer plano, por más de un camarógrafo amateur, para legar a la posteridad un testimonio audiovisual inigualable de la locura con la que se vive una fractura social sobre la cual hoy parece difícil tender cualquier puente.
CFK viene siendo, hace al menos 14 años, la persona más atacada de la Argentina. Que haya llegado el momento en que alguien haya decidido intentar matarla no es un hecho aislado sino una consecuencia. Decenas de imágenes suyas en una horca, una bolsa mortuoria o tras las rejas se naturalizaron en el espacio público y el debate social, de la mano de la oposición política y sin ningún tipo de condena o repudio de los principales formadores de opinión del país. Los insultos y las amenazas, en las puertas de su casa donde ayer quisieron matarla, se volvieron una costumbre tras el cambio de gobierno en 2015, tal como ella misma expresara el sábado pasado cuando dispusieron un vallado que rodeaba su residencia para alejar las muestras de afecto hacia su figura.
Esta mirada, a pesar de lo miles de ejemplos que pueden argumentarla, no fue, sin embargo, el mensaje unificado que se intentó instalar anoche como una forma de tratar de parar la pelota. Al contrario, medios de comunicación y encumbrados dirigentes políticos de la oposición, que no viene al caso señalar puesto que esto no se trata de una caza de brujas ni tampoco de actitudes individuales, echaron nafta al incendio desde un primer momento. Desde el tiempo que se tardó en ponerle nombre al intento de asesinato, el inaceptable espacio que se le dio a las dudas sobre lo ocurrido que lógicamente se derramarían sobre las audiencias, hasta los enfoques que se adoptaron más tarde, cuando el hecho ya era inocultable, que eligieron cuestionar la custodia presidencial en medio de la polémica por lo sucedido el sábado pasado y el accionar la policía de la Ciudad, los esfuerzos por correr el eje resultaron sorprendentes.
En lugar de decir lo que había que decir, que habían intentado asesinar a la persona sobre la que gravita la vida política del país y que se había cruzado un límite inaceptable, hubo que asistir a expresiones dantescas como declaraciones de que lo sucedido era una pantomima, que no era un hecho de violencia política o a zócalos y análisis televisivos que contaban cuántos minutos siguió firmando autógrafos CFK antes de ingresar a su casa. A nadie se lo ocurrió pensar en el grado de confusión y caos que se pudo haber sentido en ese momento, y todo iba en línea de bajarle el precio al inadmisible atentado que sufrió la democracia argentina.
Los discursos de odio, que ya son moneda corriente en nuestra sociedad y que vienen de ambos lados de la grieta no tienen, sin embargo, el mismo peso. Hoy, cierto centrismo político intenta reactualizar la teoría de los dos demonios, esta vez equiparando las incontables agresiones sufridas durante más de una década por CFK con las que sus seguidores pueden dispensar contra políticos o periodistas opositores. En esto es importante ser muy claro.
¿Cuándo se vieron imágenes de dirigentes opositores colgados de una horca o en un ataúd? ¿A quién de ellos le mandaron retroexcavadoras o le allanaron su casa sin dejar entrar a su abogado? ¿A qué otro dirigente citaron por 8 causas en un mismo día o le armar shows mediáticos judiciales como al que asistimos en las últimas semanas? ¿Qué hijos de dirigentes opositores fueron vinculados judicialmente a los actos de sus padres? ¿A qué dirigente opositor o periodista anti k lo escrachan permanentemente en su domicilio con amenazas de todo tipo?
No vale todo lo mismo, y no hacerse cargo socialmente de la doble vara con la que se mide todo lo que tenga que ver con CFK es gran parte del problema. Y la pregunta que sigue es, ¿qué más podían hacerle a la Vicepresidenta además de todo eso mencionado y tantas otras cosas que se escapan a esta mención rápida? Ayer llegó una triste respuesta a esa pregunta. Intentaron asesinarla, le gatillaron un arma en la cara en medio de cientos de personas que le demostraban afecto.
¿Qué consecuencia tendrá esto sobre la propia CFK? ¿Cómo volverá a relacionarse directamente con la gente, o cómo seguirá enfrentando a los sectores a los que se enfrenta? Difícil de responder. El menor de los efectos de lo acontecido anoche es un disciplinamiento político del que ninguna otra figura del sistema podría sentirse ni cerca.
Pero quizás lo peor de todo sea el enorme riesgo en el que entró la democracia argentina. Por ese milagro antes mencionado, el tiro no salió del arma y hoy no estamos hablando de un conflicto social sin medida posible. Pero podría haber pasado y el atentado contra la democracia estuvo. Por consecuencia, la respuesta de hoy está entre enormes signos de pregunta sobre a qué situación llevará al país.
Lo esperable, lo lógico en una sociedad que se precie de una democracia que costó muchas vidas y que está a punto de cumplir 40 años ininterrumpidos, hubiera sido una respuesta unitaria de toda la dirigencia política en repudio a lo sucedido y que pudiera ser, quizás, el primer paso hacia una pacificación tan necesaria como impostergable. Lejos de eso, el caranchismo político empezó rápido, apenas el Presidente decretó el feriado nacional con un discurso medido y que sólo mediante piruetas discursivas puede interpretarse como que responzabilizó a la oposición por lo sucedido.
Parar la pelota, tomar dimensión de que el país caminó realmente al filo de un abismo de profundidad desconocida, es lo que corresponde y lo que urge en un día que sin dudas será histórico. Lamentablemente, muchos y con mucho alcance se pararán en posiciones que sólo exacerben más el conflicto estructural que atraviesa la sociedad.
Pero no puede dejar de decirse que no vale todo lo mismo, que los niveles de odio y las acciones que resultan como consecuencia de los mismos no se corresponden entre ambos lados de la grieta. Y que los formadores de opinión de la sociedad, la dirigencia política y los medios de comunicación, tienen una enorme responsabilidad en la agitación de este incendio que crece cada vez más y amenaza con llevarse todo puesto. No pasó ayer, de milagro. Asumirlo, para barajar y dar de nuevo en la persecución de otro diálogo, que parece imposible pero es imprescindible, tendrá que ser el primer paso.