Los miserables, ¿y quiénes más?
Hará falta traducir en hechos todo aquello con lo que conceptualmente vienen coincidiendo quienes se sumaron a la primavera albertista
Alberto Fernández ya ganó buena parte del campeonato de la salud. Mayormente, “la gente” cree que hay que hacer lo que el Presidente dice que hay que hacer. Que anticiparse a los hechos, mientras por no haber obrado así se apilan cadáveres en el primer mundo, era necesario. Y que se está haciendo todo lo posible, corriendo contrarreloj para ampliar la capacidad sanitaria del país.
No está tan claro, en cambio, que se haya ganado el campeonato económico. Sí en cuanto a que eso viene después de ocuparse de la vida. Pero, como se decía el sábado en esta columna, tampoco puede arrojarse por la borda la variable del bolsillo. Nadie va a preferir morirse de hambre para evitar morirse de coronavirus. Y la verdad es que siguen faltando certezas tanto para los comercios que pueden seguir abriendo pero venden menos, como para aquellos que se vieron obligados a cerrar durante la cuarentena. Pymes, autónomos, monotributistas, economía informal, etc. El mundo que está entre los pobres de toda pobreza, sobre los que el gobierno nacional ha activado un más que satisfactorio dispositivo de emergencia; y los miserables que podrían aguantar mucho más que hasta el día posterior a Semana Santa, cuando la segunda (¿y última?) etapa del aislamiento social preventivo y obligatorio haya por fin concluido.
No son los que razonablemente pueden exigir que a ellos también se los atienda los que agitan. Son los otros que se montan sobre reclamos atendibles para colar, como caballo de Troya, los propios, impresentables. Con el capitalismo al menos puesto entre paréntesis, hay todo un mundo por redefinir. Y en esas discusiones, el Estado viene acumulando consenso para convertirse de nuevo en eje ordenador. Contra eso se lanzan operaciones. Hay que repelerlo políticamente.
Fue dicho hasta el cansancio: hay un 40% que no votó a Alberto, y que en general no vota peronismo. Eso, o mucho menos, alcanza para hacer ruido, confundir y, sobre esa base, construir un clima que revierta el consenso sobre la cuarentena. Es muy posible que, en las horas que corren, Fernández haya ido mucho más allá de su 48%. Todos conocemos a alguien que no lo votó pero que, en ésta, lo banca, aunque no se fume a CFK, quien por eso lo propuso. Pero algún día, si la panza empieza a hacer ruido, esos nuevos romances serán golondrinas de verano.
De lo que se trata aquí es de impedir que vuelvan a emigrar. Y eso se hace con bienestar. Ya en 2019 se pudo recuperar a segmentos que también habían quedado en el camino desde 2011. Hubo capacidad de convencerlos de que había un destino común entre ellos y el voto duro cristinista, y que Mauricio Macri, poniendo en riesgo a unos, condenaba en realidad a todos. Hará falta traducir en hechos todo aquello con lo que conceptualmente vienen coincidiendo quienes se sumaron a la primavera albertista. Que no huyan puteando de nuevo contra el Estado y contra el peronismo, “que, al final, siempre son lo mismo. No se puede confiar en ellos”.
Es el gesto de que los políticos cedan algo y, además, que ello se vea reflejado en transferencias contantes y sonantes. Por más que ya sabemos que no tiene nada que ver un dinero con el otro. Que si la manta siempre queda corta es porque hay un modelo injusto que hay que cambiar, y que no pasa por los salarios de los representantes. No importa. El riesgo de que se crea que la que falta en algunos monotributistas es la que la dirigencia no querría resignar, existe. Hay que mirar una jugada más allá. Conservar el consenso permitirá incluso definiciones más drásticas, de ésas que de veras reconfiguran esquemas. No hay que perdonar, porque entonces la pelota volverán a tenerla los otros y se perdería la oportunidad histórica una vez más, pero eso se hace sumando.
Cuidado, tampoco debe aspirarse a una imposible unanimidad: cuando se debata el financiamiento real de los cambios que se impone hacer, igual habrá ruido, porque nadie va a ser el pato de la boda sin por lo menos algo de pataleo. Pero si se quedan gritando en soledad por sus privilegios, como poco antes del COVID-19 los jueces y el “campo”, ahí sí no habrá peligro alguno.