Fue notorio, lo registraron todos los textos que se refirieron al lanzamiento de las nuevas medidas socio-económicas y es parte de los zigzagueos que se advierten en el accionar del macrismo desde que la calle lo sacudió fuerte a fines de 2017, y más a partir de la corrida que se inició a principios de 2018 y todavía no se apacigua. Las idas y vueltas de María Eugenia Vidal en cuanto a la fecha de los comicios bonaerenses, el descuelgue de las restantes elecciones locales de la nacional, el decreto de prohibición de listas colectoras y las rebeldías al interior de la alianza Cambiemos son parte de lo mismo: Marcos Peña está cada vez más sólo en su optimismo acerca de la electorabilidad del presidente Mauricio Macri. Si hasta, según contó Diego Genoud, Jaime Durán Barba ya forma parte de los que dudan del rumbo que lleva la nave amarilla.

Todo esto, además, salda un debate de larga data: la fortaleza cambiemista no fue una novedad histórica, el oficialismo ha dependido de la economía tanto como todos sus antecesores y como cualquier experiencia política que se haya conocido. Por supuesto que nada es nunca monocausal: el bolsillo dispara comportamientos sociales que luego la dirigencia gestiona mejor o peor. Pero el bienestar, o su inexistencia, son vitales a la hora del análisis. Bill Clinton tenía toda la razón.

Nunca debió estar en duda esto, en realidad. Por mucho que se quiso teorizar sobre la supuesta infalibilidad del laboratorio comunicacional duranbarbista, a la hora de los bifes, cuando en 2017 se jugaba la convalidación o no del relato del cambio, apelaron a una batería de medidas mucho más contundentes que las anunciadas el miércoles pasado. Se llama FMI: el cepo que supone la tutela de Christine Lagarde, a la que Macri debió someterse para evitar un choque macroeconómico (que aún no se descarta pese al mayor préstamo de la historia del organismo y de su actualidad), impide recrear una atmosfera estimulante: sólo queda el ruego sacrificial. Pero el dogma tuvo que ceder hasta en sus consignas: si en los mensajes de otrora que intentan simular la cotidianidad que el jefe de Estado no tiene las personas comunes que se prestan al guion decían bancar más allá de las dificultades, ahora se giró a “aguantamos, pero manden un alivio”, palabra clave.

También CFK perdió por la economía. Por supuesto que dejó números por lejos mejores a los actuales, pero la diferencia hacia 2015 en relación a 2011 era mucho menor a la que en su reelección se sentía respecto de 2007, y por supuesto que en comparación a 2003. Las demandas se complejizan, se reconfiguran, los pueblos nunca llegan a una meta tallada en piedra. La presidenta mandato cumplido tampoco contuvo adecuadamente en épocas de vacas más flacas, y aquí se está. Pero parte del mandato que llevó a Macri hasta Balcarce 50 está siendo defraudado.

Nunca caerá por debajo de los treinta puntos, el promedio histórico del no-peronismo, marca que se sostuvo aún en medio de la hiperinflación de 1989. De modo que no sorprende que el Presidente mida a pesar de tanto ajuste que corrió debajo del puente. Salvo, claro está, que se dividiera la oferta en ese campo: he ahí el acierto de formar Cambiemos. Es verdad que faltaría, a su vez, recomponer las cifras tradicionales del peronismo para asegurar el fin CEOcrático.

Pero, se insiste, hay un incumplimiento de contrato a considerar de cara al voto que se avecina. Macri capturó hace cuatro años 17 puntos entre la primera vuelta y el balotaje que le permitieron formar mayoría. Ahí es donde la promesa de ninguna otra cosa que sangre, sudor y lágrimas ya no cuaja, y por eso una porción del establishment piensa alternativas que van desde el Plan V a Roberto Lavagna, pasando por Sergio Massa y el peronismo de las provincias, hasta unos pocos que van confesando que estarían dispuestos a repensar si no conviene más volver a Cristina.

En la que culmina, Macri batió por enésima vez su récord de peor semana del ciclo, pero no como usualmente venía sucediendo por acumulación de datos catastróficos, aunque los hubo, sino porque como nunca antes la sensación de boleto picado trascendió todas las fronteras.

En definitiva, estamos asistiendo al funeral de la línea “hagamos cualquiera, que, total, después Jaime lo arregla con la big data”. Un hechizo bien elaborado finalmente encuentra sus topes.