Tatiana, la primera nieta encontrada por Abuelas
Todo el horror de la dictadura y toda la esperanza de las luchas de ayer y hoy, en una historia que nos interpela con las preguntas que aún hoy siguen abiertas
La historia de Tatiana porta todo el horror que significó la última dictadura cívico-militar, así como también las distintas luchas y resistencias frente a ella y por una sociedad mejor. Pero no es el propósito de estas líneas contar la historia de Tatiana y su familia como una excepcionalidad, como algo inimaginable por el horror que conlleva, algo que no se puede creer cómo pudo suceder, a pesar que así sea. Ella misma lo dice, “el país fue atravesado por el terrorismo de Estado, no sólo nosotros”. Lo que se busca, es que la lucha siga latiendo en nuestra sociedad. La de sus padres, detenidos desaparecidos por la última dictadura cívico-militar; la de sus abuelas, la de las Abuelas, Madres y todos y todas quienes buscaron tanto y siguen buscando; la de ella misma, por la memoria, la verdad y la justicia como emblemas y cimientos de una sociedad que debe seguir construyéndose sobre ellos, y jamás debería permitir que se demuelan.
El quiebre en la historia de nuestra historia que significó el kirchnerismo en materia de re conceptualización de nuestro pasado en clave de derechos humanos, está aún en despliegue activo. Resistió los embates neoconservadores del tiempo macrista, y hoy se va abriendo una nueva etapa en la que ya varias generaciones de jóvenes nacen y crecen con un piso en la discusión social sobre estos temas que un par de décadas atrás hubiesen sido inimaginables. La pregunta que nos atraviesa, entonces, tiene que ver con qué columnas, paredes, puertas y ventanas tenemos que construir sobre esos sólidos cimientos. Qué tenemos que comunicar y cómo tenemos que hacerlo para que los árboles “Nunca Más” y “Memoria, Verdad y Justicia” den frutos y flores novedosas, trasciendan los límites que incluso hoy nos cuesta imaginar, en la búsqueda de una sociedad más justa. La historia de Tatiana es una de las que hoy conocemos, pero quedan miles por reconstruir. Conocerlas, reflexionar y preguntarnos a partir de ellas cómo construir algo mejor, es un derecho a nuestra identidad como sociedad que aún nos sigue siendo negado por la persistencia del terror en el silencio de los genocidas.
MIRTA, OSCAR Y JAVIER
Mirta Graciela Britos y Oscar Ruarte Pérez se conocieron haciendo teatro. Oscar estudiaba arquitectura, Mirta trabajaba en la clínica del niño. Ambos eran militantes de base en Villa Libertador, un barrio humilde de las afueras de Córdoba. Tatiana los recuerda como “estudiantes, trabajadores y artistas” además de su militancia. En el barrio, trabajaban con los vecinos en la construcción, y fomentaban el arte a partir de un centro cultural que aún hoy sigue en pie. Obras de teatro y de títeres, recuerda Tatiana, pero no “desde afuera”, sino con el impulso de que la villa expresara su propia cultura, sus realidades.
Vivían en una casita en Villa Atlanta, un barrio de clase media humilde, y allí tuvieron a Tatiana. Cuando ella tenía dos años y medio decidieron separarse, y con el tiempo Oscar comenzó una nueva relación con Mariana Feldman y Mirta con Javier Jotar. Mirta y Javier se mudaron con Tatiana, y Oscar iba a visitarla cada 15 días a visitarla. Mariana no militaba, pero Mirta, Oscar y Javier ya estaban para ese entonces en la clandestinidad, como tantos jóvenes que en ese momento buscaban con su militancia transformar la realidad injusta del país.
El 17 de agosto de 1976, volviendo a su casa, Oscar fue secuestrado por la dictadura junto a Mariana. Se los llevaron a ambos junto a las pertenencias materiales que tenían al ex Centro Clandestino de Detención, Tortura y Extermino llamado Campo de la Ribera. A los 10 días, a Mariana la liberaron en el centro de Córdoba porque no tenía información relevante para los militares, y ella recuerda haber escuchado que a Oscar lo llevarían a otro lugar, posiblemente a La Perla, principal centro clandestino de la provincia, por donde se estima pasaron unas 3000 personas durante los años de la dictadura. Allí se dio el primer gran quiebre en la vida de Tatiana, que tenía entonces tres años y medio.
Mirta y Javier se mudaron con ella a Buenos Aires, a una casa del barrio de Villa Ballester. Y si la tragedia y el horror no eran ya suficientes en su vida, el 31 de octubre de 1977, poco más de una año después del secuestro de su padre, la dictadura volvería a desgarrarla despiadadamente. Ese día, Mirta había salido a comprar con Tatiana y su hermana Laura, que tenía apenas unos meses de vida. Al llegar de vuelta a la esquina de su casa se encontraron con un operativo clandestino de militares en la puerta de su hogar. Mirta intentó esquivarlo, escapar con las niñas, y se dirigió a la plaza del barrio. Pero la habían visto y ella lo sabía. En una decisión que nunca jamás ninguna persona debería tener que afrontar, sentó a sus dos hijas, una de cuatro años, la otra una bebé meses, en un banco de la plaza y se despidió de ellas. “Me besaba como despidiéndose, recuerdo que me dijo algo así como cuidá a tu hermana” recuerda hoy aquella niña de cuatro años, que volvía a ser despojada por los insensibles hombres de hierro que nunca sintieron el dolor ajeno.
Tatiana vio cómo su madre salió al encuentro de la patota de militares para que no la siguieran buscando y la encontraran con las niñas. Vio como la encapuchaban y se la llevaban. Y se quedó sentada donde estaba, cuidando a su pequeña hermana como Mirta le había pedido. Pasaron horas hasta que un comerciante del barrio avisó a la policía que había dos niñas “abandonadas”, las buscaron y las pasearon por un par de comisarías de la zona.
Aún hoy mucha gente minimiza o hasta niega el profundo trauma que significa la dictadura en nuestra historia. Aún hoy se califica como subversivos o terroristas a miles y miles de jóvenes que como Mirta, Oscar y Javier, daban su tiempo y su vida por la construcción de una sociedad más justa, donde nadie quedara afuera, y que fueron vejados por el terrorismo de Estado. Aún hoy hay quienes dicen que no fueron 30.000, desconociendo o negando que se habla de una cifra abierta porque aún hoy los genocidas, los verdaderos terroristas, guardan pacto de silencio y le siguen negando la verdad a la sociedad argentina. Todavía se intenta degradar a las juventudes comprometidas con la realidad social y política del país, las de ayer y las de hoy, porque es claro que sólo allí reside la posibilidad de algo diferente.
¿Cuántas de esas personas se habrán indignado con el reciente caso de la niña M.? ¿Cuántos de los que habrán hablado de abandono, de pobreza y marginación discutirán hoy en sus mesas familiares que no hubo 30.000 detenidos- desaparecidos? ¿Cuántos podrían sostener inmutables esos discursos frente a una niña de cuatro años, despojada de su padre, que vio secuestrar a su madre y quedó abandonada a su suerte con su hermana bebé en una plaza? ¿Cuánto margen sigue habiendo en nuestra sociedad para negar o minimizar la profundidad del horror y sus consecuencias? ¿Qué ganamos con eso?
TATIANA Y MARA LAURA
Las niñas fueron calificadas por la justicia como “abandonadas en la vía pública como NN”, algo que omite el operativo militar y los secuestros. Ante las dudas de la trabajadora social que intervino en caso, debido al buen estado de ambas, que estaban bien vestidas, limpias, bien alimentadas, condiciones que no se condicen con un abandono, la respuesta del juez a cargo fue: “Vos sabés las cosas que están pasando, ¿no? Bueno, entonces no hagas tantas preguntas”. La “justicia” argentina y su línea de conducta histórica.
Las hermanas fueron separadas. A Tatiana la llevaron al hogar Remedios de Escalada de Villa Elisa, y a su hermana a la casa cuna, porque era demasiado pequeña para ir a un hogar. Estuvieron separadas unos seis meses, tiempo del cual Tatiana recuerda sus travesuras en el hogar, sus amistades y lindos momentos. Sólo tenía miedo al irse a dormir, cuando sentía que se quedaba sola. Tampoco preguntaba nada sobre sus padres o su hermana.
En marzo del 78, las dos niñas fueron llevadas a un Juzgado de San Martín ante la posibilidad de ser adoptadas por diferentes familias. Laura no estaba bien de salud, y eran frecuentes sus internaciones en hospitales. Pero ese día la moneda de la fortuna les devolvería por primera vez una cara distinta a las hermanas. Y es que justo en ese momento estaban en el mismo Juzgado Carlos e Inés Sfiligoy, un matrimonio que desde el año anterior venía en trámites de adopción de otra nena. Por esas cosas de la vida, la trabajadora social que estaba con Mara Laura se cruzó con Inés, se quedaron conversando, y quien sería la madre adoptiva de las niñas sintió automáticamente una conexión con la bebé. Al verla frágil en su estado de salud, sintió la necesidad de cuidarla y decidió pedirle al juez que cambiara los trámites para poder adoptarla a ella. En medio de esa situación, Tatiana cuenta que estaba en otra sala y al reconocer a su hermana empezó a hacer algunos berrinches para llamar la atención. Inés preguntó quién era, y la trabajadora social le contó que era la hermana de la bebé que acababa de elegir adoptar.
Entonces, Carlos e Inés decidieron adoptarlas a ambas. Tuvieron que defender la decisión frente a la negativa del juez, que siguió en ese momento reflejando lo lejano que el Poder Judicial está siempre de las necesidades y las realidad de la gente de a pie. Lo consiguieron, y una semana después de haber llevado a Mara Laura a su nuevo hogar, buscaron a Tatiana y generaron el reencuentro entre ambas. Tatiana recuerda que al entrar a su nueva casa preguntó por su hermana, y cuando le indicaron dónde estaba el moisés en el que descasaba, le dio tres vueltas alrededor hasta asegurarse que era ella. Ya habían sido demasiadas las pérdidas como para no necesitar asegurarse.
La resistencia al horror no pasó solamente por la militancia, en las diferentes formas que tuvo. Cotidianamente, miles de historias anónimas habrán sucedido, como la de la trabajadora social que posibilitó la adopción de ambas hermanas juntas, o la del matrimonio Sfiligoy que se jugó en adoptarlas y darles una familia con la incertidumbre de no tener respuestas sobre su familia de origen, o tantas que quizás no conozcamos nunca pero que le habrán cambiado la vida a muchas personas, en el tiempo más oscuro que nuestra memoria recuerde. El proyecto de la dictadura también consistió en someter, silenciar esas experiencias cotidianas. Conectar esas resistencias de ayer con la militancia que daba su vida en la lucha, tender puentes entre quienes hoy resisten desde sus lugares como pueden y quienes se organizan para transformar la realidad, resulta necesario. Porque todas esas experiencias, con sus matices, se encuentran de un mismo lado de la grieta, y sólo tender esos puentes permitirá fortalecer las posibilidades de algo mejor.
IDENTIDAD
Algo tan indispensable como el saber quiénes somos es uno más de los derechos que la dictadura le arrebató y le sigue arrebatando a muchas personas. Inés eligió el nombre de Mara para la niña que adoptaba, pero cuando Tatiana les contó que en realidad su hermana se llamaba Laura, decidieron finalmente ponerle ambos nombres. Con tan solo cuatro años, Tatiana no solo cuidó a su hermana como su madre le había pedido, fue además la salvaguarda de su verdadera identidad. Más adelante, con la historia más reconstruida, todos pudieron saber que Mirta la había llamado Laura Malena. ¿Cuántos nombres seguirán aún perdidos, enterrados bajo el silencio perverso y criminal de quienes todavía se niegan brindar la información que poseen para que más personas recuperen sus historias?
Buscando esos nombres, esas historias, esos nietos y nietas, estuvieron y están las Abuelas. Florencia Carmen Britos, mamá de Mirta, y Amalia Pérez, mamá de Oscar, buscaron desde un primer momento a Tatiana y su hermana. La búsqueda las encontró con otras abuelas, que ya en ese entonces se organizaban como podían, evadiendo los controles de la dictadura, para compartir información y aunar esfuerzos en la voluntad de encontrar esos niños y niñas que los militares habían secuestrado junto con sus padres. En noviembre del 1979 Abuelas recibe un testimonio de una persona que dijo ver el secuestro de Mirta, pero que no había visto a las niñas. A raíz de esto, asumieron que quizás los militares no se las habían llevado, y que de haber quedado abandonadas deberían haber pasado por algún juzgado de menores.
Ahí comenzó un intenso recorrido por distintos juzgados, a los que Florencia y Amalia iban con fotos y documentación de las hermanas, sin obtener respuestas. Hasta que un día llegó a Abuelas una carta desde Canadá, escrita por un amigo de Carlos e Inés, en que se daban detalles de las niñas, diciendo que estaban bien, que habían sido adoptadas por la familia Sfiligoy, pero que él sospechaba que podían ser hijas de desaparecidos. En esta presunción sin dudas habrán jugado un papel las tres veces que el matrimonio consultó al juzgado sobre la familia biológica de Tatiana y Mara Laura, obteniendo siempre la misma respuesta “no pregunten más, estas nenas no tienen familia”.
En junio de 1980, finalmente las abuelas se reencontraron con sus nietas. El encuentro se dio en el Juzgado, y estaban Florencia, Amalia y la madre de Javier Jotar, los abuelos ya habían fallecido. Tatiana cuenta que hizo como si no las reconociera, “supongo que tenía miedo, un mecanismo de defensa en ese momento donde yo estaba de alguna manera contenida, y me veía venir otro cambio más”. El Juez pidió hacer un segundo encuentro 15 días después, y a partir de ahí Tatiana y Mara Laura comenzaron a tener relación con sus abuelas, a reconstruir su identidad.
Símbolos de lucha, de amor y de paz en el mundo, Madres y Abuelas siguen siendo atacadas en lo personal por sectores de la dirigencia política argentina, lo cual refuerza ese discurso violento hacia abajo en sectores de la sociedad. ¿Cuántas historias como ésta, de levantarse del peor de los dolores como la desaparición de un hijo, de lucha incansable por encontrar nietos y nietas, de restituirle su identidad a personas y cambiarles la vida con ello, cuántas son necesarias para que abandonemos como sociedad definitivamente esa actitud violenta y autodestructiva de atacar a quienes encarnan como símbolo viviente nuestros mayores ejemplos de amor y resiliencia?
DERECHOS HUMANOS
La identidad es un derecho humano, que como todo derecho fue conquistado y se sigue conquistando a partir de las luchas sociales. La sociedad argentina atravesó y sigue atravesando un proceso por el reconocimiento de este derecho fundamental, que hoy adquiere nuevas formas como la identidad de género, y también genera nuevas resistencias.
Tatiana recuerda una anécdota de su paso a la escuela primaria, en la que una maestra llamó a su madre Inés porque no tenía un buen desempeño y era muy introvertida. Inés le contó su historia, le dijo que era hija de desaparecidos, y la respuesta de la maestra fue “esto no lo tiene que saber nadie”. Más allá de que aún corría el año 1980 y el país seguía en dictadura, no puede dejar de señalarse lo terrible del hecho que la identidad le siguiera siendo negada a Tatiana, incluso después de haber llegado a saber quién era y de donde venía en realidad. Y recordar esto permite contrastarlo con el presente, donde la recuperación de la identidad de cada nieto o nieta nueva es algo que hoy gran parte de la sociedad festeja y abraza. Ahí están esos cimientos desde los que se debe seguir construyendo.
Inés decidió cambiarla de escuela, y al año siguiente Tatiana fue a otra institución, conducida por un cura que tenía relación con la Iglesia Tercermundista, y que ella recuerda como un buen lugar. Pero la adaptación no fue fácil, y al principio Tatiana seguía muy introvertida y casi no hablaba. Entonces el área de psicopedagogía del colegio llevó a Estela de Carlotto a dar una charla sobre la dictadura y Malvinas. Corría el año 1982. Estela contó en el aula la historia de Tatiana, y ella recuerda que “me puse toda colorada, pero a partir de ahí ya pude hablar; Estela pudo poner en palabras ella lo que yo no podía”. Hoy Estela tiene a su nieto, merecida retribución a su lucha que le cambió la vida a tanta gente desde acciones mínimas y desconocidas como esta. Sin embargo no afloja y sigue, por todo lo que falta, a pesar que por sus posturas políticas mucha gente, empezando por sectores conservadores de la política, la ataquen negando su descomunal aporte a nuestra sociedad y nuestra historia.
Ya de adulta, y embarazada de Irina, su primera hija, Tatiana se quedó sin trabajo. La crisis le pegó en pleno año 2000, y se quedó sin el puesto que tenía de secretaria e un centro de salud. En ese momento lo contó en Abuelas, con quienes seguí manteniendo vínculo, y a la semana siguiente desde el organismo la llamaron para proponerle una idea. “Nosotros tenemos acá muchos chicos que vienen con dudas, y ya las abuelas a veces no sabemos cómo atenderlos y resolver; vos ya casi sos psicóloga y acá necesitamos ayuda” recuerda que le dijeron. A partir de ahí Tatiana fue parte del armado del área de Presentación Espontánea de Abuelas.
Y aquí cabe también la mirada no ya sobre las personas que lucharon y siguen luchando por los derechos humanos, sino sobre los organismos que lograron construir, también fuente permanente de los más viles ataques conservadores que logran derramar discursos de odio en parte de la sociedad. Los organismos de derechos humanos, tan bastardeados, insultados y atacados por sectores de la política argentina que terminan derramando discursos de odio en sectores de la población, brindaron y brindan asistencias sociales que son desconocidas por gran parte de la sociedad. Su importancia trasciende por mucho las luchas que llevaron y llevan adelante para recuperar identidades e historias de personas violentadas por la dictadura. Su trabajo cotidiano no ocupa las páginas de diarios ni las pantallas de la televisión, pero le cambia la vida a muchas personas cotidianamente. Revalorizarlos y defenderlos es una tarea indelegable de todo aquel que sinceramente quiera vivir en un país mejor. Desenmascarar la infamia de quienes los atacan, concientizar y difundir los alcances de su trabajo cotidiano, es la única actitud coherente con el deseo del Nunca Más.
JUSTICIA Y FUTURO
Tatiana, después de años de trabajar en Abuela, pasó a desempeñarse como profesional en el Centro de Asistencia a Víctimas de Violaciones de Derechos Humanos Dr. Fernando Ulloa. El centro fue creado en 2015 por un decreto de CFK con el objeto de acompañar a víctimas, testigos y querellantes en la búsqueda de justicia en los diferentes momentos del proceso judicial, y proponer y desarrollar políticas públicas de asistencia integral y reparatorias dirigidas tanto a las víctimas de violaciones de derechos humanos cometidas durante el terrorismo de Estado como a aquellas personas afectadas por hechos de Violencia Institucional. Trabajó allí hasta 2017, tiempos de Macri en el que Tatiana cuenta que le pidieron “no muy gentilmente” que se retirara del Centro.
El contraste habla por sí mismo. De años en los que abrían, desplegaban y financiaban políticas concretas para la expansión de los derechos humanos, se pasó al gobierno del discurso del “curro de los derechos humanos”, el allanamiento a la Universidad de las Madres y el 2x1. Si bien la sociedad argentina, encabezada por los organismos de DDHH, no dejó pasar estos ataques y resistió al intento conservador de avanzar sobre el sentido común en esta temática, no puede obviarse ni dejar de mirar con preocupación la pregnancia que esos discursos negacionistas y de odio irracional tienen en ciertos sectores. Macri tuvo que prometer “pobreza 0” para ganar las elecciones sabiendo que mentía, pero no necesitó ocultar su verdadera cara negacionista y retrógrada en materia de derechos humanos, al contrario, hizo bandera de ellos. La disputa por el sentido común alrededor de la memoria, la verdad y la justicia sigue abierta en nuestra sociedad, y es preciso preguntarnos permanentemente cómo seguir dándola de maneras renovadas, que partan de los cimientos construidos para fortalecerlos y expandirlos, sabiendo que las nuevas generaciones son el campo fértil en el que deben sembrarse la igualdad y la justicia anheladas.
“Tenemos que hacer un trabajo sobre cómo testimoniar, para qué ya sabemos, pero cómo y de qué manera transmitimos ese mensaje” dice Tatiana sus palabras responden la inquietud anterior. “No es a través del terror ni la parálisis, contar un testimonio que te deje paralizado no sirve. Hay que contar un testimonio donde se vea que hay una salida posible, sino hacés todo lo contrario... Y reflejar lo que pasa hoy, no dejarlo fijado a nuestra historia como Nietos, sino a la de toda una generación, y todo un compromiso de un país también. Hacerle carne eso a los jóvenes hoy es un trabajo continuo y colectivo, que se va construyendo diariamente desde diferentes lugares”.
Tatiana aún espera justicia por la desaparición de sus padres. Su historia nos interpela como sociedad con todas las preguntas que aún hoy tenemos abiertas. Su testimonio y su construcción nos invitan a mirar hacia adelante, pensando en un país más justo y humano. Es tarea permanente, que hoy recordamos con más fuerza que otros días, hacernos cargo de ese pasado que estas historias gritan contra todo silencio genocida, para transformar nuestro presente y construir un mejor futuro.