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La exitosa marcha antigubernamental de ayer no altera significativamente las relaciones de fuerza de la última elección, lo que cambian son los climas que permiten avanzar a uno u otro bloque
La exitosa marcha antigubernamental de ayer no altera significativamente las relaciones de fuerza de la última elección, lo que cambian son los climas que permiten avanzar a uno u otro bloque. Es difícil discernir en este momento, porque lo cierto es que desde hace varios años el antiperonismo gana las calles por cualquier cosa, lo que no les sirvió para evitar que el gobierno de Mauricio Macri haya sido el único en nuestra historia que, intentando reelegir, no lo consigue. En el marco de una cuarentena todavía exitosa pero demasiado larga, que lastima ánimos y bolsillos, el drama sería que conecten un malestar con otro(s).
Que reaccione el “campo”, nervio central del statu quo, no debería sorprender en un gobierno que se propone al menos morigerar injusticias, imposible sin afectar el negocio agrario. Lo que enfurece a la gringada no es tanto la expropiación como el concepto de empresa testigo que repite el presidente Alberto Fernández: ojos públicos mirando de cerca las mugres privadas.
En ese punto, la duda pasa a ser si conviene dar la discusión aunque se pierda, exponiéndose al desgaste pero quizá consolidando un núcleo duro de apoyos por una pelea digna; o si, por el contrario, es preferible eludir el conflicto y seguir aspirando al mayor consenso. El lector habitual de esta columna estará harto de leer textos que parecen siempre iguales, pero ésa parece ser la permanente disyuntiva a la que el actual gobierno nacional está sometido. Hagamos memoria: sí, probablemente el kirchnerismo haya perdido en 2015 como producto, en parte, de la cantidad de frentes de batalla que abrió en doce años. No menos cierto es que, en buena medida, si el peronismo recuperó el poder tras sólo un mandato, fue gracias a que el núcleo duro cristinista es enorme para ser una primera minoría. No fue magia: es un montón de gente que siente que la Vicepresidenta, aún con todos sus errores, jamás los traicionó.
Muy cerca de aquí, Brasil vive horas trágicas, apilando muertos bajo el falso pretexto de salvar una economía que igual se derrite, por decisión del insano mental que lo gobierna. Cuando asumió su segundo período, en enero de 2015, Dilma Rousseff, acosada por el establishment de su país, cedió a un ajuste importante, creyendo que con eso disuadiría a quienes querían desplazarla de su cargo. Cuando de todas maneras fueron por ella, al revés, lo que sorprendió fue que sus bases no tuvieron mucho entusiasmo por defenderla. En su lógica, ¿por qué lo harían, si finalmente la que debía ser su representación actuaba el libreto del enemigo? Más tarde, el PT, impedido Lula de competir, no le hizo ni cosquillas en las urnas a Jair Bolsonaro.
Cierta desesperación que se leyó en las redes sociales de los votantes del Frente de Todos cuando pareció que se reculaba con Vicentín no se relaciona sólo con este asunto, sino con el tiempo que corre sin que llegue el primer gol del Presidente. No está mal que se tome hasta el último segundo disponible para negociar la deuda: el problema es buena parte de la gestión se supeditó a ello, y la demora no hace juego con las urgencias que derivaron en el 48-40. También es correcto congeniar con Horacio Rodríguez Larreta. Porque la lucha contra el COVID-19 lo demanda y para relegar al segmento opositor irracional de Macri y Patricia Bullrich; incluso Cristina advirtió al proponer a Alberto que era imprescindible trascender los topes electorales de la coalición: pero valdrá nada si el alcalde se diferencia sólo en las formas y echa a perder en lo concreto los beneficios del aislamiento, por contentar a sus adherentes.
Y la desazón tenía que ver también con una derrota que llegaba sin siquiera dar el debate. Tanto Cristina Fernández en la 125, como Néstor Kirchner en 2009 encararon escenarios adversos pese a la alta probabilidad de las derrotas que, en efecto, terminaron sufriendo. Y ambas caídas las asumieron con naturalidad, sin la épica que les dieron a los procesos que los llevaron a tropezar. “Mala suerte, así es la democracia. A partir de mañana, empieza otra caminata para convencer a los que esta vez no logramos llegar.”
Todo aquí se olvida, pero lo último que había sucedido antes de entrar en cuarentena fue un paro patronal salvaje del agro por apenas dos puntos más retenciones, estipuladas por ley (no por resolución, como en 2008), con diálogo y toda la sarasa: no importó. No serán los modos, pues. También hubo escándalo para eliminar las jubilaciones de privilegio de los jueces. Y ahí el oficialismo hizo bien en jugar al límite, con la famosa presencia de Daniel Scioli en el recinto de Diputados. La incógnita, en definitiva, es qué se va a poder en este país, si no se admite siquiera que se le ponga límite a una banda de delincuentes vestidos de empresarios.