Argentina, un país estable
Argentina es una sólida república con instituciones respetadas y sin grandes cambios institucionales. Y con una participación electoral que se mantiene por encima del 70%, envidiable en muchas democracias más antiguas
La democracia está en crisis en todos lados. Mientras que en Europa y Estados Unidos aparecen cada vez más partidos y líderes anti establishment, en América Latina los presidentes tienen dificultados para terminar sus mandatos. En general, las caídas ya no son por golpes de estado, ahora son producto de juicios políticos o renuncias anticipadas. Por otro lado, las reelecciones se volvieron un fenómeno atípico: desde 2018, de los 19 oficialismos que fueron por la reelección tan solo dos lograron hacerlo. Casos emblemáticos de esta crisis fueron Chile, Perú y Brasil, aunque la desembocadura fue distinta en cada país ¿Qué tenemos en común con ellos? ¿Qué nos diferencia? ¿Es Argentina un oasis de estabilidad?
Chile supo tener el sistema de partidos más fuerte de la región. Antes del golpe de Pinochet, la política chilena se dividía en tercios: la izquierda, el centro y la derecha convivían y negociaban políticas públicas. La dictadura cambió esta dinámica. Las normas electorales dejadas por el pinochetismo buscaron reorientar el sistema hacia el bipartidismo. Tuvieron éxito. Desde la elección de 1989 hasta 2017, el sistema chileno era un juego de a dos: las coaliciones que habían jugado por el “SI” y el “NO” en el referéndum realizado en 1989 consultando por la continuidad del dictador, se reconvirtieron luego del triunfo del NO. En la primera elección democrática, quienes apoyaron el NO formaron la Concertación de Partidos por la Democracia (Concertación) y del bando del SI se formó la Unión Demócrata Independiente (UDI). A lo largo del tiempo cambiaron de nombre y algunos miembros. Sin embargo, entre ambas se turnaron para gobernar el país con un pacto inquebrantable: las reformas económicas del pinochetismo no se tocaban.
Las protestas iniciadas en 2019 explotaron este consenso por los aires y con ellas el sistema de partidos chileno. Las elecciones de 2021 mostraron una caída de los dos principales actores que juntaron entre ambos el 25% de los votos. Que se vayan todos no es fácil. El nuevo presidente, Gabriel Boric llegó con una agenda amplia hacia la izquierda, incluyendo una reforma constitucional que fue rechazada por la ciudadanía. A diferencia de sus antecesores, el nuevo presidente propuso expandir derechos sociales, incluyendo una reforma del sistema previsional y el sistema sanitario, sin descuidar la macroeconomía. Un desafío difícil que hasta ahora no tuvo éxito. Chile muestra que la caída puede ser abrupta pero la salida es paulatina.
Perú tuvo 5 presidentes en 4 años. Casi nos ganan en inestabilidad. El sistema de partidos peruanos nunca fue muy sólido. Los viejos APRA, Partido Popular Cristiano y Acción Popular nacieron en el siglo XX pero nunca llegaron a consolidarse. En 1990 con la llegada de Fujimori, encontraron el final como instituciones representativas. Fujimori destrozó los cimientos partidarios que quedaban y tuvo una marcada política antipartidista. Luego de diez años de gobierno fujimorista, el sistema de partidos peruano no se recompuso. Los diferentes presidentes que se sucedieron mantuvieron un pacto similar al chileno: los nombres cambian pero las reformas económicas neoliberales creadas en los noventa no se iban a modificar. Marcado por los personalismos y la inestabilidad, Perú se transformó en una Italia sudamericana: un país con una política imposible pero con una economía funcionando. El spaghetti fue reemplazado por ceviche.
En Brasil la tristeza tiene fin. Los partidos políticos brasileños son muchos. Su congreso es conocido por la alta fragmentación y sus gobiernos por formarse de las coaliciones momentáneas entre partidos. En parte por eso, el juicio político a Dilma Rousseff fue exitoso. Las alianzas que se forman en el Congreso son débiles y ante cambios en la coyuntura pueden romperse y empujar a un presidente al abismo. Esta fragilidad también permite el nacimiento de outsiders, como el payaso Tiririca, el piñón fijo brasilero que fue el segundo diputado más votado de la historia de Brasil. Jair Bolsonaro, en cambio, era un hombre de los márgenes de la política y con la salida de Rousseff pudo catapultarse hasta la presidencia y ser el máximo representante del clivaje que atraviesa el gigante sudamericano, el Partido de los Trabalhadores. La grieta carioca, atravesada por el encarcelamiento del máximo líder del PT y ahora electo presidente por tercera vez, se tornó más extrema con la llegada de Bolsonaro, un líder con un claro discurso antidemocrático y populista de derecha, que estuvo cerca de ser reelecto. Ojalá a la selección de fútbol, mayoritariamente bolsonarista, le vaya como al ex presidente.
Argentina es un país raro. Acá la democracia es bastante estable. Tenemos dos grandes coaliciones en ambos lados de la grieta: el peronismo y el no peronismo. No es necesario contarles cómo funciona la economía argentina. En resumen: mal. Lo raro es la excepcionalidad de la región. Nuestro país es una sólida república, con instituciones respetadas (mayormente) por los actores, sin grandes cambios institucionales y con identidades políticas más o menos ancladas en la sociedad. La estabilidad institucional se refleja en los casi 40 años de democracia y en la conclusión de los mandatos de los últimos cuatro presidentes. Al mismo tiempo, desde la consolidación de Cambiemos/Juntos por el Cambio, las alternativas de poder son dos, con un alto recambio de elites, pudiendo nombrar diferentes candidaturas de diferentes orientaciones partidarias e ideológicas dentro de cada espacio. No estamos tan mal.
“La casta tiene miedo”, dice Javier Milei en sus discursos. Se equivoca. Es cierto que está creciendo un rechazo popular a la “clase política”. La participación electoral, a pesar de ser más baja en mucho tiempo, se mantiene alta, por encima del 70%, envidiable en muchas democracias más antiguas que la nuestra. Para los enojados también hay lugar. Por izquierda y por derecha, surgieron dos espacios dentro del sistema para absorberlos, el Frente de Izquierda y los libertarios. Como actores que expresan el descontento, ninguno de los dos son muy amigos de la democracia en lo discursivo, aunque como dice el refrán “perro que ladra no muerde”. En la práctica juegan el juego del sistema, tienen bancas en el Congreso, participan de la negociación política y buscan llegar al poder mediante elecciones. Sus voces tampoco son tan fuertes. Sumando las rupturas entre libertarios y trotskistas tienen 8 bancas de 257. Eso no quiere decir que no existan. Sirven. Aquel que no quiere votar a las dos primeras opciones de poder puede volcar su “voto bronca” en ellos. Milei y Del Caño, en definitiva, son parte de la casta.
Estamos mejor de lo que pensamos. Es curioso que nuestro país no sufra una crisis política a pesar de tener una economía en descomposición. Más llamativo aún es que las dos opciones de poder se mantengan entre el gobierno anterior y el actual. Entre dos espacios políticos conocidos y consolidados. La respuesta está quizás, no en las políticas públicas que llevaron adelante si no en la pertenencia de la ciudadanía a dos identidades políticas. La grieta, en su justa medida, ordena.