Democracia ejecutiva versus democracia republicana en un contexto de mal humor social
Los líderes políticos tienen altos niveles de desaprobación y la sociedad descree de la política en un marco de mucha incertidumbre.
En un año electoral, frente a una danza de candidatos, es interesante pensar modelos de gestión política que los ciudadanos deberán elegir en las próximas elecciones. Con pocas ideas sobre la mesa, al menos puede vislumbrarse un mapa de intereses que clarifique la oferta electoral.
La base clasificatoria que utilizo en este artículo se basa en lo que Natalio Botana describe como democracia “ejecutiva” y “republicana”.
La diferencia central entre ambos modelos, clivaje histórico en nuestro país por cierto, tiene que ver con la separación real de poderes. Mientras que el primero busca que el ejecutivo sea un primus inter pares, el segundo se aferra al sistema de frenos y contrapesos sostenido teóricamente por los federalistas
En términos menos teóricos, el primero favorece a la concentración de poder en el ejecutivo mientras que el segundo contempla más la mirada de los otros poderes (legislativo y judicial).
En el sistema político actual, el Frente de Todos representa al primer grupo mientras que Juntos por el Cambio el segundo. El conflicto en torno el pedido de juicio político a la Corte Suprema, así como el gusto excesivo por los decretos, son indicadores claros de las preocupaciones de cada sector.
En términos electorales se suma la postura moderada, la famosa avenida del medio, que absorbe cosas de los dos. Si bien un alto (y decisivo por cierto) porcentaje del electorado es moderado, a este tipo de espacios les cuesta instalarse como una opción competitiva fuerte. Lavagna, Stolbizer, Urtubey, De la Sota, pueden dar fe de lo dicho.
Hasta aquí, todos tienen en común el rol de un Estado fuerte y presente. Restan presentar otras dos visiones que estarán presentes en la contienda electoral, con posiciones más confrontativas sobre el diseño institucional.
Una es muy extrema, que se nuclea teóricamente en la que el autor Andreas Schedler denomina los partidos “anti-establishment” o “anti-política”. Para este sector la clase política en general es “culpable” de todo, independientemente de su posición ideológica, y se necesita de nuevos actores que - siendo víctimas junto al “pueblo” de éstos - vienen a cambiar las cosas. Hablo de los “libertarios” centrados en la figura y discurso de Javier Milei. Vale decir que la anarquía institucional que plantea es tan grande que justamente no queda claro su visión institucional, si es que la tienen.
Del otro lado está la izquierda, con una propuesta ambigua desde el punto de vista institucional debido que su discurso de base clasista no deja bien en claro qué harían con las instituciones vigentes de cuño liberal.
Las dos primeras opciones descritas son al momento las mayormente elegidas, pero con un componente que se agrava con el paso del tiempo: el humor social va de mal en peor. De esta manera estamos frente a un escenario de incertidumbre, con líderes políticos con altos niveles de desaprobación y con una sociedad tristemente descreída de la política.
“A río revuelto ganancia de pescador”, dice el dicho. Este escenario levanta las acciones de aquellos espacios que justamente se dedican a bastardear a la clase política. En un severo llamado de atención a los dirigentes, más aún cuando se envalentonan con peleas y discusiones sin sentido. Atentos porque las soluciones mágicas no suelen ser las mejores.
Para finalizar, en todos núcleos hay “halcones” y “palomas”. Siendo también los dos primeros grupos quienes tienen las principales chances de victoria, va a tomar ventaja quien pueda unir o acordar posiciones de cara a la oferta electoral.
Esto recién empieza. Sin duda quien logre unidad, armonía y coherencia potenciará sus chances de victoria.