Devaluación, ajuste y después
Sobre las perspectivas del programa de Milei
En estas semanas de febrero las terribles consecuencias del programa económico de Milei lanzado en diciembre ya se hacen más claras y dejan de ser pronósticos.
La evolución de los indicadores de producción muestra una contracción importante. Los indicadores del poder adquisitivo de los ingresos de la población (laborales, previsionales o de prestaciones sociales) muestran una abrupta caída. Y dadas las perspectivas no parece ser que estos indicadores mejoren, a tal punto que el propio Presidente señala que recién en mayo comenzarán a verse sus resultados - en su escenario optimista -.
Dada la profundidad del daño que se está produciendo, el gobierno ha seleccionado un par de variables para festejar sus éxitos: el superávit financiero de enero y la acumulación de reservas. Veamos hasta qué punto estos son resultado de una política económica integral destinada a rendir frutos o son resultados coyunturales que no son sustentables. Si sus éxitos son efímeros, todo el programa debe ser evaluado bajo otra luz, buscar alternativas -que existen- y reducir el daño para un resultado crecientemente incierto.
Analicemos el superávit financiero de enero. Por el lado de los ingresos fiscales, la recaudación dependió esencialmente del comercio exterior (retenciones e impuesto país) ya que los demás ingresos crecieron por debajo de la inflación. Pero entre los gastos, con un ajuste cercano al 40% se destacan la caída de las jubilaciones -representaron casi la mitad de esa caída-, la obra pública, las transferencias a las provincias y los sueldos estatales. ¿Es razonable esta magnitud del ajuste y su sesgo? Sin una recuperación real de los ingresos de los jubilados, planes sociales y salarios difícilmente el Estado esté cumpliendo su función. Sin obra pública, el costo del ajuste en términos del mercado laboral actual y de menor crecimiento futuro son importantes. ¿Es sostenible? Pregunta particularmente relevante porque la economía se dirige a una recesión profunda que erosionará los ingresos fiscales.
Miremos la acumulación de reservas que el Presidente exagera planteando que “está más cerca de dolarizar” cuando las reservas netas del BCRA continúan siendo negativas. Si partimos de que el cepo continúa existiendo es difícil considerar que la compra de divisas por el Banco Central se deba a una dinámica normal del mercado de cambios, ya que el argumento para levantarlo es justamente el que impide tal resultado. Si sólo fuera por la devaluación, los problemas externos de la economía argentina estarían resueltos hace años. ¿De dónde surge el resultado entonces? De regulaciones sobre el acceso al mercado cambiario por parte de importadores que con diversos plazos (30, 60, 180 días) fueron postergadas, dejando al BCRA como comprador excluyente en las ruedas hasta aquí. ¿Es sostenible? Particularmente porque para una estabilización plena es necesario el levantamiento del cepo y los volúmenes de divisas comprados se van reduciendo a medida que esas restricciones vencen. También reduce el horizonte la creciente apreciación del tipo de cambio.
Como se puede ver, los dos resultados que el propio gobierno festeja son completamente coyunturales y no justificables económicamente ni sostenibles políticamente. Y allí reside el mayor problema de esta aventura: si el ajuste no es sostenible y no conduce a una estabilización, el sufrimiento que no intenta morigerar es además en vano. Debemos considerar que las crisis no son “neutrales” en el sentido de que los daños a empresas, trabajadores y la población en general no son recuperables. La empresa que cierra no vuelve a aparecer en la reactivación, trabajadores que enfrentan desempleo de larga duración pierden calificaciones, jóvenes que interrumpen trayectorias de formación no las retoman.
En este sentido, en épocas de “ajuste legitimado”, licuadora y motosierra (como las llama el propio Gobierno) vale la pena recordar que el objetivo de la política económica debería ser la estabilización al menor costo posible. Sin embargo, el gobierno parece buscar el mayor costo posible, como en algún momento señaló el ex asesor de Milei, Carlos Rodríguez, cuando dijo que “van a tener que sufrir”. En esta línea se observan otras decisiones que agravan la situación pero que no guardan relación con la estabilización y no tiene explicación, como la anulación de las transferencias a los comedores o de la dirección de asistencia a enfermos crónicos sin cobertura.
Pero el verdadero conflicto hacia adelante es que la búsqueda de reducir el costo social de la estabilización se encuentra opuesta al programa. Tomemos el caso de los salarios estatales o jubilaciones. Para suavizar el ajuste podría determinarse un aumento que recupere la pérdida real de estos meses. Ello suavizaría el golpe, pero ese mayor gasto impediría el superávit fiscal. La menor recesión implicaría mayor inflación ya que la demanda no caería tanto y se consolidaría un piso mayor para la inflación. Finalmente, una mayor actividad implicaría mayores importaciones y por ende menor acumulación de reservas. Todo lo cual reduciría la posibilidad de no devaluar en los próximos meses, reiniciando el ciclo como recientemente sostuvo Caputo. Y sin superávit fiscal y acumulación de reservas el programa económico no existe.
La alternativa a este paquete de medidas económicas siempre fue una menor devaluación y una coordinación del ajuste de los otros precios clave de la economía como el combustible, las tarifas y, fundamentalmente, los ingresos de la población. Buscando los instrumentos para que los costos se distribuyan de manera justa, lo que reduce el daño y fortalece el programa. En el mismo sentido, el capítulo fiscal donde se recuperaba el impuesto a los ingresos y se elevaban las retenciones (no con el esquema planteado que era ciertamente muy nocivo) habrían sido un avance.
Lamentablemente Milei eligió políticamente el camino ideológico del mayor ajuste posible, el mayor daño posible, reduciendo sus probabilidades de éxito del programa de estabilización. Para cumplir el mandato político en pos de la estabilización, alternativas técnicas y políticas existían y existen, siempre. Pero para eso hay que esquivar dogmas y estrategias ya fracasadas en el pasado.