El drama en acto
La sucesión en el peronismo ya no es aquella disputa entre Cafiero y Menem, no es el enfrentamiento entre Duhalde y Menem, no es la ley de lemas indirecta que hubo en 2003. Y tampoco es como la elección de Scioli en 2015 o de Alberto en 2019
El drama en acto sería observar el problema en tiempo real, el desarrollo de un momento decisivo. Hay algo que está por pasar, hay una pelota rodando, hay un 3 a 2 abajo como contra Francia, indeterminado, en el que la pelota va de un lado hacia otro jugador y la buscan en la mitad de la cancha y cada una de las acciones decisivas, por pequeñas que sean, resolverán el drama.
Acá hay otra escena. Se cumplen veinte años del kirchnerismo. El kirchnerismo reinterpretó al peronismo, le devolvió una consistencia histórica. Ofreció una narrativa y una interpretación del período democrático, abrevó en la justicia social, la soberanía económica y la independencia política del peronismo histórico, pero también supo incluir en sus filas al Movimiento de Derechos Humanos más potente de América Latina. Hasta tuvo un liberalismo progresista activo con una mirada democrática inspirada en Raúl Alfonsín. El kirchnerismo supo hermanarse con la llegada de los nuevos gobiernos que encarnaban la rebeldía latinoamericana y americanista de los 70. Todo eso fue y es el kirchnerismo.
Diferentes dramas y encrucijadas. Fue durante esos momentos del 2003 en que Néstor desbarata el plan liminar de José Claudio Escribano, que le exigía en la primera semana de gobierno una rendición incondicional. Fue Néstor quien desarma el duhaldismo en 2005. Fueron Néstor y Cristina en el 2008 quienes enfrentaron a las corporaciones agropecuarias. Fue Cristina en el 2009 y el 2010 con las estatizaciones de las AFJP y Aerolíneas Argentinas, la ley de Servicios Audiovisuales y de Matrimonio Igualitario, entre otras. Fue Cristina en su reelección, la tercera figura política más votada de la historia, después de Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón. Y fue Cristina hacia el final de su mandato, retirándose en una plaza colmada, como nunca le ha pasado a un presidente de la democracia, con el salario más alto de América Latina.
Hay dramas que no se resuelven por acumulación, ni por magia, ni por desencadenantes celestiales. Hay dramas que acontecen en el alma de los pueblos, en el corazón de los enamorados, en la insatisfacción, en el deseo, en las relaciones económicas que se rompen y se deshacen. Hay dramas y hay partidos de ajedrez. Hay quien imagina la partida como un truco. Hay quien la imagina como fichas amenazadas. Y hay quien la imagina como un amplio diálogo con la cultura política de un tiempo histórico. Néstor y Cristina buscaron y tejieron una conversación con la historia. Siempre quisieron establecer un tuteo con las aguas profundas de la memoria popular.
En ese tuteo las palabras fueron acciones, y los símbolos actos. Bajar el cuadro de Videla era perderle el miedo al poder económico. Era volver a situar el principio ético del período democrático en el Juicio de las Juntas de Alfonsín. Pagarle al FMI y sacárselo de encima era recuperar soberanía económica, de la mano de Brasil y potenciando la unidad de América Latina. Las medidas económicas tienen efectos materiales y simbólicos. Recuperar la AFJP no sólo fue desarmar la política privatizadora de la seguridad social de los años noventa, sino también construir un fondo de capital estatal que pudiera ampliar la ciudadanía, financiar la distribución de computadoras para niños y niñas, reforzar planes sociales.
En las noches posteriores a la caída de De la Rúa, en 2001, dábamos vueltas por la ciudad pensando si cantábamos el Himno Nacional, si armábamos un debate sobre la deuda externa maldita en un centro cultural o si, quizás, en la medida en que la trayectoria educativa de cada cual tuviera el suficiente empinamiento, migrar al exterior a estudiar y/o trabajar. Una noche, un amigo nos invitó a comer un asado en una hermosa quinta donde el chiste era sobre la tía tonta que no se había dado cuenta (o no le habían avisado) que debía sacar a tiempo el plazo fijo en dólares del banco. Otro día, nos enteramos que el corralito le atrapaba a nuestra madre la indemnización por un despido, después de veinte años de trabajo, y que la suegra tenía los pocos ahorros de una vida convertidos en un papel pesificado. Como en la película de Daniel Burman, cuando cierran el banco y la madre le dice al hijo: "No era mucho lo que teníamos, pero era todo".
Las Madres y las Abuelas que ponen el cuerpo frente a los caballos de la Infantería en Plaza de Mayo. El joven Wado arrastrado hacia un patrullero, los pibes y pibas de los centros de estudiantes haciendo trabajo voluntario en una villa y militando en la CTA, los piqueteros y los movimientos sociales.
Ese país había tocado fondo. Ya no lo queríamos. No lo deseábamos. Y nos dolía. Y todo eso empezó a cambiar a partir del 25 de mayo de 2003, con Néstor, el presidente que tenía más trabajadores desocupados que votos cuando dijo su célebre frase contraseña: “Soy parte de la generación diezmada”. Costura tras costura fue cambiando ese país hasta hacer un sueño tan gigante que les hizo doler los ojos a los que querían un país chiquito y para pocos. Y a lo largo de doce años, se alcanzaron logros y objetivos impensados. Muchos de los cuales todavía hay que defender.
Pero han pasado veinte años. Y el drama del 2023, ahora, después de aquellos otros dramas y encrucijadas, vuelve a ser la carestía. El hambre, la precariedad, la fragmentación social. Y para alcanzar alguna suerte de corte o punto de giro conviene establecer con claridad las prioridades, los escenarios, los recursos. No será un golpe patronal, un volantazo a la derecha o un giro demencial a la ultraderecha lo que vaya a resolver milagrosamente la escasez y la distribución desigual de los recursos. Es nuevamente la discusión sobre qué tipo de sociedad queremos. Podríamos pensar con Castoriadis de esta manera: para que se produzca un cambio social debe haber primero un cambio cultural. Y ese cambio cultural son los valores, la Paideia. Una sociedad que fomenta el individualismo y el sálvense quien pueda, tendrá una orientación determinada que producirá una tendencia excluyente. Una sociedad que valora la solidaridad y la vida en comunidad, la vigencia de un proceso colectivo igualitario, tendrá por el contrario una orientación más justa. La pregunta por el drama de estos días es en qué momento estamos, y de qué lado va estar la política en el tiempo que viene.