El silencio que nos ve
Tal vez no haya ya nada que decir, sino que hacer
“Veo en el silencio, amor”
Mi elemento, Luis Alberto Spinetta
El silencio se escucha demasiado fuerte. Un silencio que hace eco y se propaga, se extiende, se aprehende, se contagia y al que se acostumbra. El silencio que ya no se deja de oír, por tenerlo tan presente. Nada pasa y todo está pasando. Ya ni hay queja por tanta ausencia de ruido. Parece que nada pasa y todo está por pasar. Nos habituamos a que se cobre menos o más pero que no alcance, que queramos hacer cosas, comprar cosas, trabajar menos y que no nos salga. Trabajar más tampoco nos sale. Entonces nos reducimos al silencio. Intentamos argumentar, expresarnos, debatir y pensar y nos gana el mutismo y la pasividad. No sabemos. No sabemos qué decir y no decimos. Buscamos algo que compartir sobre este malestar y no lo podemos enunciar, las palabras se arrepienten y se acurrucan en nuestra boca.
Tal vez porque no haya ya nada que decir, sino que hacer. Quizá, con Derrida, “hay un afuera del lenguaje, y todo comienza allí”, por ello el mutismo sea el síntoma de lo que viene, de lo que debería, sin demora, venir.
Quizá el punto crítico al que se enfrentan las actuales medidas del gobierno sean las reducciones a los jubilados y la búsqueda por elevar la edad jubilatoria como está sucediendo en Santa Fe. Allí, decir no alcanza, sólo queda todo por hacer. Allí comienza algo que quiebra el sosiego y se despierta, de a poco o muy de deprisa, de un sólo golpe o en cadena. Pero el silencio se transformará en acción, no puede ser de otra manera.
Habrá que romper el silencio, si es que algo así se puede hacer. Habrá que buscar decir algo, por limitado y carente, a veces, de sentido. Habrá que dejar de lado la indiferencia y el miedo para poder exponerse sobre lo que se piensa y posicionarse sobre la problemática, nada nueva pero actualizada de los recortes a los trabajadores, o mejor expresado, de las violencias contra los ciudadanos. Aún más, del rechazo abierto hacia lo otro, hacia lo que no es uno. Pero ¿por qué romper el mutismo? ¿Qué decir o escribir que amerite silenciar al silencio? ¿Cómo decir lo inefable? Seguramente lo que se lea aquí pecará de la soberbia de interrumpir el silencio y adolecerá de la humildad de pretender sostener algo novedoso. No obstante, es necesario correr el riesgo, enfrentarse con todo lo que podría tentar a que no se escriba nada más sobre el tema, sobre la monstruosidad, la muerte, los embates a la democracia y el avance, cada vez más cruel, de políticas neoliberales, y que no se piense en eso.
Habrá que buscar respuestas, alejándose, sin poder hacerlo real o completamente, de posiciones soberanas, divinas, bestiales o mortales. Quebrar el silencio soberano. Habrá que intentar responder para eliminar ese silencio, para romper la mudez sobre cuestiones que asedian y reclaman que se den algunas respuestas, aunque insuficientes y deficientes. Se deberá realizar un movimiento que aleje del derecho soberano de no responder. “Aunque la soberanía fuese (pero no lo creo en absoluto) lo propio del hombre, lo sería como ese éxtasis expropiador de la irresponsabilidad, como ese lugar de la no-respuesta que se denomina común y dogmáticamente la bestialidad, la divinidad o la muerte.” (Derrida, La bête et le souverain. Vol. I, 2008, 91) Una no-respuesta ante el posible veto al presupuesto universitario y la búsqueda de destinación de millones a la SIDE.
En ese flirteo continuo e infinito entre el silencio y la enunciación de la palabra, entre el poder del silencio y la palabra, se juega el instante de la acción, como si el silencio y la palabra no fueran ya acciones.
Sería ingenuo pensar que el silencio es ausencia de algo, sería quitar la potencia que este posee. El silencio no es ausencia, de ninguna manera, pero es intriga, incertidumbre, apertura a lo completamente otro, a lo desconocido. El otro puede interpretar el silencio de uno, puede suponer un guiño para continuar haciendo lo que hace, para ir un poco más allá, para, quizá, abusar de esa interpretación como una “concesión” silenciosa. Pero el silencio tiene la potencia que no se sabe cómo se “romperá”, hacía dónde lo hará y cuándo, pero el silencio se manifiesta, no es ausencia, es presencia siempre asediando. Los que quieren interpretar el silencio como un acuerdo tácito que pueden seguir haciendo lo que se les antoja (Decretos, Ley base, modificación de las jubilaciones, ventas indiscriminadas de la Naturaleza -como si fuera infinita-, recortes a las Universidades públicas, quita de inversión en Ciencia y un muy largo, lamentablemente, etcétera), caerán en la cuenta que malinterpretaron y subestimaron este silencio actual, verán que el silencio nos mira con toda su potencia y se darán cuenta que deberían aprender, como Spinetta, a ver en él.