Los procesos de flexibilización productiva y laboral, de hecho y de derecho, que se vienen desarrollando desde la irrupción de la dictadura militar de 1976 fueron erosionando lentamente la calidad del empleo.

La consolidación de estos procesos en la década de 1990 dio lugar al fenómeno de la heterogeneidad laboral. Esto es, el desmembramiento de la condición asalariada plena de derechos y la emergencia de nuevas formas de trabajo sin derechos o con derechos restringidos. Se fueron multiplicando la informalidad, los contratos por tiempo determinado o a plazo fijo, y las pasantías entre otras.

Luego de que estas formas de empleo se hayan refrenado durante el periodo 2003-2012, la nueva etapa que se abría al cambio tecnológico comenzó a extender la precarización laboral consolidando dos fenómenos que constituyen nuevos segmentos: la economía de plataformas y la economía popular.

El mercado de trabajo argentino se caracteriza por su dualidad. Sectores plenamente incluidos a través del empleo de calidad y sectores excluidos de dicha modalidad de empleo. Y por su heterogeneidad dado que se van multiplicando, sobre todo en el contexto actual de cambio tecnológico, nuevas formas de trabajo.

Sin embargo, a partir del segundo semestre del año 2018 comenzó a visualizarse un proceso de empeoramiento de las condiciones de trabajo en todos los segmentos, que se acentuó con posterioridad a la pandemia, dando lugar a una paradoja. La generalización de las malas condiciones de trabajo dio lugar a que la heterogeneidad laboral se vaya homogeneizando bajo la condición precaria. 

Argentina tiene un mercado de trabajo con preponderancia por la falta de derechos laborales. Si se considera la totalidad de los segmentos, el 40% posee empleo pleno de derechos mientras que el 50,8% posee empleo precario, y un 8,8% se encuentra en el desempleo (ODSA-UCA, 2023). Pero, al tomar el segmento de los que poseen empleo pleno de derechos en la actualidad, al menos el 30% es pobre dado que posee ingresos mínimos de subsistencia trabajando cada vez más horas.

Esto significa que el empeoramiento sistemático de las condiciones de trabajo de los últimos 7 u 8 años ha comenzado a homogeneizar a la fuerza de trabajo argentina bajo alguna forma de precariedad. En concreto, las últimas estimaciones de fuentes diversas indican que estamos en una relación 70-30% de precariado y empleo de calidad con ingresos razonables. Heterogeneidad de sectores y actividades laborales con homogeneidad en la condición precaria parece ser el nuevo paisaje laboral que se consolida en la era Milei.

Conviene resaltar que han comenzado a desencadenarse una serie de tendencias que se derivan de la condición precaria. Por ejemplo, la caída del consumo masivo, principalmente de alimentos, a niveles inferiores a los de la pandemia; el crecimiento del endeudamiento familiar con entidades financieras para comprar alimentos; y el agravamiento de la problemática de los alquileres para vivienda. Asociado a esto último, se ha vuelto crítico el problema de la emancipación juvenil (el 40% de las personas de 25 a 35 años vive con sus padres o familiares por falta de ingresos). Estas tendencias se correlacionan con algunos indicadores psicosociales. De acuerdo a la encuesta que realiza el ODSA-UCA se observa un fuerte deterioro del bienestar subjetivo en los últimos 10 años.

Parecería que la sociedad argentina se enfrenta a un problema de desesperanza cuya base material se expresa en el trabajo. Una sociedad que experimenta como año a año se van deteriorando sus ingresos y sus condiciones de vida en general. Esto se torna particularmente crítico debido a que la hoja de ruta del gobierno actual no contempla estas dimensiones sociales sino que está enfocado en la reducción del déficit fiscal como la única política posible. Constituye todo un desafío para la oposición poder interpelar esta desesperanza y articular un discurso y un enfoque de políticas capaces de abordar esta crisis que se deriva de la condición de precariedad.