Es un verdadero desafío tratar de explicar o entender el funcionamiento de la política argentina en un contexto donde la incertidumbre y los problemas se presentan día a día. Desde aquel balotaje que otorgó la presidencia a Javier Milei con el 56% de los votos, todo ha ocurrido de manera desmedida e incontrolable, como si estuviéramos en un país completamente distinto. Sin embargo, al mirar más de cerca, queda claro que lo nuestro es un espejismo constante: pretendemos avanzar y cambiar, pero permanecemos en el mismo lugar, donde las reglas se reinventan, pero los jugadores y sus movimientos siguen siendo los mismos.

Incluso vemos cómo después de diez meses de un nuevo gobierno, quienes venían a luchar y terminar con la casta política, hoy tienen una parte dentro de su gobierno y negocian con parte de la casta opositora que cree en el déficit fiscal.

Al final de cuentas, terminar con la vieja política y  la corrupción, ya suena a las conocidas promesas de campaña, como lo fue poner a “Argentina de pie” en 2019 con Alberto Fernández y “Pobreza cero” en 2015 con Mauricio Macri. Hasta aquí, tres presidentes, de tres espacios políticos diferentes y los tres han fracaso estrepitosamente en sus propuestas. Y nos quedamos en tres pero el conteo podría llegar mucho más atrás.

Es indudable que en Argentina existe una polarización con una profunda fragmentación social y política,  acompañado de un fuerte descontento ciudadano, que vieron en la figura de Milei, una renovación, una opción distinta, que podía cambiar a los mismos de siempre y a la vieja política. La mezcla de enojo con un deje de esperanza de lo que podríamos tener le dio al gobierno de la Milei números positivos en todos los primeros meses. El esfuerzo valía la pena y era necesario para un cambio rotundo en este país que hace tiempo había perdido el rumbo.

¿Y qué encontramos en el otro extremo? Un peronismo derrotado, con casos de corrupción que van desde las cabezas hasta las bases del espacio. Y que en  este  cambio de paradigma se encuentran con mayorías en el Congreso - que no son suficientes- y gobernadores en las provincias que van vendiendo voluntades y aceptando nuevos ideales en pos de recursos que le permiten mantener el status quo en sus provincias. Políticos de años que se levantan horrorizados con los índices de pobreza e inflación mientras miraban hacia otro lado cuando crecían en sus gobiernos. Y también peronistas y radicales de toda la vida que hoy creen en el mercado y el déficit cero por encima de la educación y los jubilados.

Sin embargo, parece ser que olvidaron que en la oposición, los ciudadanos también pidieron cambios. Y se planteaba la necesidad de renovación, reflexión y recambio dentro del espacio pero cuando algunos buscan asomarse y ocupar nuevos lugares los conflictos se reactivan.

En este caso, el Kirchnerismo no está dispuesto a que surjan nuevos líderes y que aquellos que venían en la carrera - como Axel- no se les permite consolidar y legitimar su figura como un nuevo liderazgo, como lo demuestra la actual disputa interna entre Quintela, - candidato de Axel Kicillof-  y CFK por la presidencia del PJ nacional.

En el último tiempo, Cristina Fernández, a través de cartas, tweets y algunos actos políticos, se ha mantenido como la principal opositora a Milei y la figura más destacada del peronismo. Sin embargo, la disputa interna actual expone nuevamente los verdaderos intereses de la vieja política. Lo que está en juego para ella no es la construcción de nuevos liderazgos sino quién tendrá la lapicera para definir los nombres en las listas de la campaña de 2025.

Mientras la disputa crece y se intensificará aún más, los gobiernos provinciales del interior ven en CFK -principalmente aquellos más alineados al gobierno nacional- un intento de imponer límites a las decisiones que vienen tomando y definir cuáles serán los nuevos parámetros para quienes sean realmente peronistas y quiénes no. Se alza con la confianza de tener la suficiente legitimidad para ordenar y comandar a un peronismo desarmado.

Y aquí es donde surge la pregunta ¿Sería su liderazgo capaz de consolidar la unidad en un partido cada vez más fragmentado o estamos frente a una persona que no quiere perder más poder? Incluso si eso significa ir en contra de su hijo político Axel Kicillof, actualmente reconocido en la opinión pública, como el principal opositor al gobierno nacional después de Cristina.

Al final de cuentas, los políticos siguen diciendo que escuchan y comparten los pedidos de cambios y renovación de los argentinos pero hasta ahora sus acciones no demuestran que realmente busquen hacerlo.

Mientras Cristina y otros líderes intentan encontrar su lugar en este nuevo tablero político cambiante, los argentinos se encuentran desilusionados después de años de promesas incumplidas. La pregunta que persiste es: ¿qué cambios son realmente necesarios para acomodar a un país tan diverso y fracturado como Argentina? ¿Lo conseguiremos  algún día?

La respuesta no es sencilla. La fragmentación actual exige un replanteamiento de las prioridades y una renovación genuina del compromiso político, se requiere un compromiso genuino con el diálogo, la inclusión y la búsqueda de soluciones que trascienden las disputas partidarias y personales.

La sociedad argentina también necesita reconstruir su tejido social, y eso implica más que cambios superficiales como vemos hasta ahora. Y como decíamos al principio, se sigue hablando de cambios rotundos y necesarios pero desde cada extremo de la política se utilizan las mismas herramientas y formas de actuar que fragmentan más a la sociedad argentina pero les aseguran un caudal de votos que no están dispuestos a perder en las próximas elecciones. El panorama actual no es alentador, pero como bien sabemos, en Argentina  todo es posible.