“El primer Gonzaleano, que no lee a González, soy un Gonzaleano práctico”, me retumba en los oídos esa frase mía -dicha en el último homenaje a Horacio en la librería el Caburé- a los tantos años de la primera edición de Restos Pampeanos ¿Para qué decir eso?, ¿porqué si era un homenaje a Horacio y su obra? No se, aún me pregunto por qué mi resistencia a leer los libros de Horacio. Así era Horacio, me hizo leer de todo, menos su obra, a la que me acerco ahora, tarde, cansado y sin Horacio para discutirla.

LOS COMIENZOS

Fines de los noventa, la Argentina destrozada y yo hospedado en la militancia “social”, agrupación de desocupados Aukache de La Boca, mi vida transcurría entre la panadería comunitaria, los piquetes y en los tiempos que sobraba la facultad (ya habían pasado 5 años desde que arranque la carrera y faltaban 4 más para terminarla) ¿Para qué terminar la carrera en un país que se hundía irremediablemente? En la facultad me ventilaba de tanto desgaste barrial, y junto con otros compañeros utilizábamos el andamiaje teórico de la carrera para pensar nuestra práctica, “praxis” que le dicen. En esos pasillos estrechos ennegrecidamente sucios nos empezamos a cruzar con la idea de cursar “pensamiento social latinoamericano” de Horacio González. Ninguno de los que militábamos en el barrio conocíamos a González, la mayoría éramos primera generación de militantes de nuestras respectivas familias. Para nosotros Horacio González podía ser como Pablo López, Juan Pérez, José Fernández, un gallego más del montón. Después de él, como con Maradona con la diez, hay que llenar el nombre Horacio González.

Empezamos a cursar fines del año 99. Segundo cuatrimestre, nuestra organización crecía a pasos agigantados, nuestros tiempos por fuera del barrio ya eran cada día más imposibles. Y ahí nos empezamos a cruzar con Horacio en otros ámbitos, en los piquetes de las cinco esquinas en La Boca, en las volanteadas en el Parque Lezama, mientras él tomaba su café en el bar Británico. Ya no éramos solo alumnos de la facultad, eramos vecinos. Tanto que en la facultad  lo tratábamos como uno más, con una familiaridad que solo Horacio permitía. Pero a pesar de eso, una vez Horacio pidió distancia. En los pasillos del primer o segundo piso de Marcelo T, a los gritos, un amigo y yo  gritamos “González”. El frenó, se dio vuelta, y nos dijo “¿Profesor no se usa más?”. Creo que nos caímos de una carcajada, él como siempre, pese a que la situación no le fue cómoda, rió con nosotros.  No disfrutamos de la cursada, como solían disfrutar todos los alumnos de Horacio, pero ganamos una referencia en la facultad. Al fin sentíamos que teníamos alguien a quien hablarle, alguien al cual invitar, alguien a quien reivindicar.

Durante los años que siguieron los invitamos a dos o tres charlas en el marco de la agrupación que hicimos en la facultad (La Simón Bolívar). El vino a todas, pese a que sabía que nosotros no compartíamos muchas de sus apreciaciones. El venía, hablaba primero, segundo o último según iba creciendo cuanto lo apreciamos, nunca le esquivaba a la discusión.

LA ARGENTINA QUE CAÍA Y RENACÍA, MI VIDA QUE SOLO CAÍA

Pasaron muchos años y compañeros de militancia entre que cursé la materia y el 2002. Todo había caído, y parecía que nunca iba a mejorar. Con Horacio nos vemos en el Parque Lezama, nosotros a plena radio abierta, denunciando al gobierno, exigiendo dignidad para los argentinos y nuestros compañeros. La visita obligada era pasar por el Británico, dejar el periódico y/o volante (“para que sepa cual es la línea correcta, le bromeaba”), charlar un poco, algún chiste de ocasión, y cerrar con la palabra “profesor”. Otro día Horacio me dijo “no me gusta el tonito con el que me decís profesor, parece que me estas cargando”. ¿Pero quería o no  ser llamado profesor?.

La Argentina caía y arrancaba devuelta después del 25 de mayo del 2003. Los que nos hundimos con los destinos de nuestros barrios, como a los ex combatientes, nos costó adaptarnos a otro ritmo vital, a una nueva vida. Ahí entra Horacio devuelta, y en una de esas conversaciones en el Británico, entre intercambios de volantes y periódicos, me dice ¿y cuándo vas hacer algo en la facultad? ¿Yo en la facultad? -le respondí.  Yo tenía un curso de ahorro de eses y cuatro o cinco autores necesarios y suficientes para el nacionalismo popular y la izquierda nacional. Me costó animarme.

Acepté, empecé a dar clases en Pensamiento Social Latinoamericano, allá por el 2004. Si no hubiera empezado, no sé dónde estaría hoy. La primera clase sobre Jauretche, la di solo, Horacio se quedó esperando en la parte de afuera de un aula en la calle Tucumán, módulo del CBC que se prestaba a la facultad de sociales. Nunca entró a ninguna de mis clases, quizás porque sabía que no iba a estar de acuerdo con lo que expresaba en ella. El me  incorporó a su cátedra sabiendo que no iba a compartir mi mirada, sabiendo que mi concepción era de izquierda nacional, y el considera interesante mi mirada, pero no la compartía. Eso hacen los tipos como Horacio, te incorporan, te meten adentro. Te hacen parte de su proyecto.

Mis temas se agrandaron y enriquecieron con Horacio. De los 4 autores, incorporé 40 más de distintas miradas y perspectivas. Después de Horacio yo fui más de izquierda nacional, porque no pretendió cambiarme, solo nutrir mi mirada de una forma exponencial. El ejemplo más claro fue José Aricó y su colección Pasado y Presente.

Hace algunos años Horacio escribió una nota en Pagina 12 y yo, que nunca lo leía , cometí el error de leerlo. En la Nota decía algo así como: “José Aricó y su posición de izquierda nacional…” Me enfurecí, porque justamente Aricó había, desde sus publicaciones y libros, tocado los temas de izquierda nacional, sin siquiera citarlos. Le escribí a Horacio un mail lleno de improperios, enojadísimo, diciéndole cómo se atrevía a poner algo así, justo de aquel que había negado a la izquierda nacional, y no se qué cosas más. Horacio me respondió apenado, diciéndome que no quería molestarme. ¿Qué tonto no? Primero que Horacio podía pensar lo que quisiera sobre Aricó y la Izquierda Nacional, segundo; una cosa era lo que yo interpretaba que Horacio quería decir y otra lo que decía; tercero, yo quería que Horacio dijera, lo que me sirviera a mi y a mi línea política. Que equivocado que estaba y sin embargo, esa equivocación armó una mirada más profunda acerca de Aricó y su obra. No para terminar cambiando la mirada sobre el Aricó político y sus posicionamientos, sino para enriquecer la mirada que yo tenía del marxismo y la relación de esa teoría universal con una de sus manifestaciones locales, la izquierda nacional. Después de Horacio, fui más y mejor izquierda nacional de lo que era.

¿CUÁNDO VAS A DEJAR DE PERDER EL TIEMPO?

Después de años de trabajar en el territorio en Aukache, la panadería comunitaria, y de ser negreado por el mundo de las consultoras en opinión pública e investigación de mercado, tenía que conseguir laburo para vivir. Lo que me llevó a anotarme en una maestría en estadística aplicada a las ciencias sociales. Tardé un tiempo en decirle a  Horacio, y le conté cuando tuve que pedir la carta de recomendación para el ingreso a la misma.  Intenté explicarle a Horacio primero, en sentido leninista, que necesitaba conocer para transformar, después le dije que no podía hacer otra cosa para vivir. El me contestó con el título de este apartado. Con el tiempo me enteré que él también había “perdido el tiempo”  trabajando con estadísticas en el INDEC. Nunca me sentí más lejano de mi, que ese tiempo, que en el tiempo de la estadística aplicada y la encuestología. Quizás Horacio, que había pasado por ese trance, quería evitarme ese mal trago.

MARXISMO Y PERONISMO

Después de muchos años, me tocó hacer lo que Horacio había hecho por mí, abrir puertas. Después de la cursada unos compañeros pidieron ingresar a la cátedra. Le planteé a Horacio, y por supuesto dio el OK. Le dije que yo me encargaba de acompañar a aquellos que se querían sumar. Pero no todos los gonzaleanos entendieron a Horacio, y otro integrante de la cátedra no compartió la idea de sumar a nadie. Para él, había que abrir lo menos posible los espacios a los estudiantes.

Para no quedar mal con los compañeros estudiantes,  armamos un grupo de estudios sobre marxismo y peronismo, que eran, un poco, los temas que a todos nos interesaban. Los ex estudiantes se engancharon y empezamos a juntarnos una vez cada 3 semanas en un bar, después en el Centro de Estudios Nacionales Arturo Jauretche, después empezamos a transformar ese trabajo colectivo en una materia; la presentamos en sociología y ciencias políticas en la UBA durante 10 años sin tener respuesta. Entonces decidimos dictarla en centros culturales, como el Jauretche y el Mugica, luego lo dictamos en la Universidad Nacional de Santiago del Estero y en algún momento del 2015, por el impulso de un grupo de gonzaleanos, la dictamos en la carrera de  Ciencia Política, hasta el 2017 que los radicales Pro de la facultad la dieron de baja. Entonces, con el movimiento estudiantil organizamos una cátedra libre, además de incorporarnos al Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe. Llegamos luego a la carrera de ciencias de la comunicación en donde la dictamos hasta el 2021. Sin Horacio, nada de eso hubiera sido posible, sin Horacio nada de lo que hicimos en el transcurso de casi 10 años hubiera sido posible. Porque acompañó, y pese a no ser sus inquietudes y preguntas, respetó que sean las mías y las de un espacio de compañeros graduados, estudiantes, que se transformaron en docentes.

LAS DEUDAS IMPAGABLES

Termino este texto tortuoso, porque me parte el alma que Horacio se haya ido hace un año. Sin él me quedé sin la compañía fraterna. Sin director de mi tesis doctoral. Sin referencia intelectual, aunque nunca concordáramos. Después de mucho tiempo de escribir poemas vergonzosamente, me decidí a publicar, y le pedí a Horacio unas palabras, las escribió, y confieso que tienen una calidez que no merezco. Pero si él no hubiera escrito ese prólogo, mi libro de poemas dormiría en un vieja PC de escritorio. Él tampoco pudo ver el libro impreso. Hasta en eso estaba para mi, en el empujón para ir para adelante.

Como con mis viejos, mis deudas con Horacio, serán impagables, la generosidad inmensa siempre sin necesidad, sin esperar nada a cambio, sin considerarme como hacen muchos en la academia o en la política que “Este es mío…”, y por lo tanto tiene que hacer lo que yo hago, digo, pienso. Como otro amigo, que nos dejó ese fatídico 2021 año, Martín Puebla, la perdida de Horacio, nos deja huérfanos a aquellos que creemos que la charla, el diálogo, que la conversación es cada día mas necesaria, cara a cara sin dispositivos, para tener esperanza aún en un cambio necesario para las clases populares argentinas.