La realidad política, histórica y económica es multifacética, compleja e inabarcable. No se deja explicar y comprender fácilmente, contra lo que algunos sostienen.Muchas veces está encriptada en códigos, signos, y ello se presta a que haya quienes digan conocer los arcanos de la profundidad colectiva.No debería caerse, sin embargo, en la creencia de que habría algunos iluminados; quizá, ellos solo pretendan sacar provecho de los dolores más profundos que atraviesan a una sociedad. Sea como sea, la población o la sociedad (o la opinión pública, como Usted mejor prefiera) es un colectivo histórico con rituales que, o bien rememoran un pasado glorioso para la felicidad pública –en el mejor de los casos–, o bien recuerdan un pasado trágico, la historia más oscura, con el objetivo de que no sucedan eventos semejantes. En este marco, el 24 de marzo, que cada año la Argentina colectiva (o, al menos, una parte de ella) rememora como Día de la Memoria, es una de esas fechas donde el orden de lo simbólico cobra vitalidad –o debería cobrarla– al recordar a los más de 30.000 desaparecidos; y más aún en estos tiempos, a juzgar por el momento histórico que atravesamos.

A ese duro trauma se encuentran asociados toda una serie de hechos, acontecimientos, eventos, vivencias, despojos y memorias singulares que tampoco cabe dejar de recordar por estos días aciagos. Ese gran drama se vinculó –en términos generales–a planes económicos que, ya desde antes, aunque sobre todo desde 1976, generaron un gran empobrecimiento. Está bien documentado, como para que yo no abunde en ello, el hecho de cómo la Argentina de los últimos 50 años puede ser considerada un extraño caso que va a contrapelo de lo que sucedió en algunas de las otras sociedades occidentales: en lugar de crecer, la Argentina decreció. Éste es un factum muy difícil de digerir, entre otras cosas, porque impide una redistribución más justa o equitativa. También está documentado cómo a los gobiernos que intentan satisfacer el interés común (con el gran problema sociológico de la inflación) le continúan otros gobiernos que, beneficiando a tan sólo unos pocos, empobrecen a las mayorías.

Tal vez, no se trate de buscar un “equilibrio” en el péndulo sino de no generar el caldo de cultivo (uno de sus condimentos sociales es la inflación) para que prevalezcan (como sucede por estos días) aquellos que, con soluciones encriptadas y que, por ideología, interés o las razones que fuesen, tengan la posibilidad de ofrecer sus fórmulas mágicas que generan más pobreza y sufrimiento. Para ser sincero, sin embargo, aun cuando no soy ni político ni economista, todo lo anterior no tendría por qué eximirme de pensar la realidad e intentar un esbozo de comprensión  de lo inexplicable. Si uno se dedica al pensamiento, le corresponde, al menos, hacer un intento mínimo de ejercicio de responsabilidad intelectual. Y no deja de llamarme la atención lo acontecido durante las últimas semanas. En este marco, le agradezco de antemano que me disculpe, pero voy a caer en otros lugares comunes: ¿cómo puede ser que un gobierno que, hasta hace un mes, aseguraba que tenía controlada la economía, haya emitido un DNU para realizar un (aún) encriptado acuerdo de salvataje con el FMI? ¿No se vendió Milei como un desencriptador que proponía como símbolo de fracaso el recurrir al FMI? ¿Los gobiernos que recurrieron desde hace décadas al FMI no planteaban, también, que las cosas marchaban bien?

Es un signo de soberbia remitirme a mí mismo cuando hace poco más de un mes escribí para éste mismo medio que –palabras más, palabras menos– estábamos en medio de una fiesta de consumo con endeudamiento mientras (como en otras épocas de la Argentina) una mayoría de la población es intencionalmente empobrecida y marginalizada por las políticas. Nuevamente, me excuso ante la persona que esté leyendo estas notas, ahora por ser directo, pero en ésta ocasión no puedo dejar de preguntarme si “la plata dulce” solo le sirve a unos pocos para hacer negocios cada vez más sofisticados y a tan solo un click. También, podrían estar haciendo su negocio (político, por supuesto) quienes dicen defender a los siempre perjudicados, de modo que no les sería tan nocivo el oscuro negocio del crédito y el endeudamiento de todos. En consecuencia, y para finalizar, considero que éste día de la Memoria también habría que repudiar a todos aquellos que, con el sufrimiento de muchos, desde hace décadas, no dejan de sacar todo tipo de provecho o, en el mejor de los casos, por estos días posan para las redes sociales y los medios y miran para otro lado, desentendiéndose de los nuevos traumas colectivos que habrá que desencriptar más temprano que tarde.

El único aliciente es que hay mucho por hacer.