Algunos de los de mi generación, pero, sobre todo, quienes tienen algunos años más que yo, seguramente recordarán aquella despedida con la que finalizaba su programa televisivo el genial artista e intelectual Tato Bores: “Mis queridos chichipíos: vermut con papas fritas y… ¡Good Show!” De igual manera, también podríamos evocar aquello que se decía en gran parte de los años noventa del siglo pasado: pizza con champán, imagen del consumo ostensible y emulación pecuniaria, porque gran parte de la opinión pública fue endulzada y los ciudadanos gozaron del consumo con la convertibilidad de $1= USD 1. Pero, mientras en renovadas condiciones la pizza con champán también simbolizaba “mejor no hablar de ciertas cosas” —al margen de lo que unos años antes hayan querido expresar Luca Prodan y el Indio Solari en aquella canción—, gran parte de la población se iba pauperizando y marginalizando cada vez más. Ahora, unas décadas después, cuando los procesos de empobrecimiento y marginalización adquirieron niveles impensables en algún momento de nuestra historia ¿seguimos siendo chichipíos, a pesar de que no solo sea una clase ociosa (concepto desarrollado por Thorstein Veblen en el siglo XIX) la que consume, mira para otro lado y calla sobre las verdades públicas?

Tomando cierta distancia, luego de las profundas transformaciones de los últimos más de veinte años y de estos días, ¿cuáles serán los actuales “equivalentes funcionales” del vermut con papas fritas y la pizza con champán? ¿Quiénes serán los nuevos chichipíos? ¿Seremos los mismos, distintos, aunque no tanto? Las preguntas no vienen a cuento luego de que, no solo el presidente Milei haya tachado de impresentable a Domingo Cavallo—el padre de la criatura de la paridad entre el peso y el dólar hace más de 30 años—, sino también después de que el gobierno“ejecutara” con“la guillotina”a la hija del ex ministro respecto a su cargo en la OEA. Las preguntas vienen a cuento porque, aun cuando no soy economista, todo estaría transcurriendo como en distintas ocasiones: mayor empobrecimiento y marginalidad, consumo ostensible, incapacidad de ahorro para una gran mayoría de la población, escasez de inversiones, una “tensa calma” económica e incapacidad de planificación para las familias, más no sea tomando numerosas deudas con las nuevas posibilidades que brinda la tecnología. El pan y circo, la pizza con champán, el vermut con papas fritas y el good show toman la posta en la opinión pública, nuevamente, aunque también de maneras más virtualizadas. “Miremos para otro lado, no sabemos cuándo todo explotará, aunque sabemos que, como cada tanto en este país, en algún momento eso sucederá”, decimos sottovoce.

Aunque, tal vez, no haya ninguna tecnología (al margen de su omnipresencia, como la de las tecnologías actuales) que tenga la capacidad de ocultar lo que está a la vista de todos. Frases tales como “no hay nada nuevo bajo el sol” (a las que Max Weber solía apelar en muchos de sus escritos y conferencias) aún tienen vigencia, al margen de que puedan ser problematizadas y discutidas por y con todo el arsenal tecnológico contemporáneo mediante agentes humanos y no humanos. No obstante, sigue vigente la pregunta: ¿habría —y en todo caso, cuáles serían—equivalentes funcionales del good show, el vermut con papas fritas y la pizza con champán? Parte de la respuesta podría aquí estar ya siendo dada, al considerar la profundización del endeudamiento que posibilita una cada vez mayor virtualización de todos los agentes económicos (grandes, medios y pequeños); aunque también, al mismo tiempo, esas mismas nuevas tecnologías (aunque también las viejas) nos mantienen como idiotas (apelo al sentido griego del término) casi todo el tiempo, al margen de las ideologías y las posiciones políticas.

Pero como “no se puede tapar el sol con las manos”, más tarde que temprano —o viceversa—, la cruda realidad posiblemente mostrará su feroz rostro y ya nadie podrá mirar para otro lado, porque estaremos todos inmersos en la explosión, quizá sin que nos demos cuenta. Me retracto. No todos, porque la clase política argentina (tanto la “vieja” como la “nueva”) siempre encuentra artimañas con las que sale bien parada y experimenta con nuevos artefactos para que ello no se note ni para que se hable sobre las soluciones reales a nuestros problemas, comenzando, así, novedosamente un nuevo ciclo en el que la opinión pública siempre permanecerá en el estado de chichipíos. Vaya a saber uno mediante qué alquimia se produce este eterno retorno del circo. De modo que me confieso desarmado para darle explicación, comprensión e inteligibilidad a las mentiras públicas y verdades privadas (o a la inversa, ¿qué más da?) que, quizá, sean el origen de todo lo insondable y que no se deja asir. Teniendo en cuenta mis limitaciones, tal vez yo no pueda decir más que: Black Mirror! What a mess!