Tres tristes tercios
Una tiene un plan, el otro maneja mecanismos imprescindibles de gobernabilidad y el último parece acaparar la mayoría de los votos
El campo político argentino está fragmentado en tres tercios. Pero no me refiero al caudal electoral de las principales fuerzas que contendieron en las PASO del 13 de agosto o a los hipotéticos porcentajes de intención de voto en las próximas elecciones generales. Estoy hablando de un juego más profundo y a la vez más preocupante para nuestro incierto futuro. El problema es el fatal desacople de tres recursos políticos claves, diferentes pero necesarios para gestionar adecuadamente la profunda crisis socio-económica que estamos padeciendo.
El primer recurso podemos ubicarlo en el orden del saber. Para bajar una inflación estratosférica (por su nivel), galopante (por su dinámica) y con un soberano desmadre de precios relativos (que es el emergente de una serie de dislocamientos estructurales de larga data) se requiere un plan integral, una concatenación precisa de objetivos e instrumentos, una cuidadosa secuencia de decisiones y de mecanismos de coordinación, y un equipo avezado de tecno-políticos/as que trabajen bajo el mando de una batuta común. Pero el desafío no consiste “solamente” en bajar la inflación como un objetivo que se agota en sí mismo, y a cualquier costo, sino “apenas” como un medio para recuperar el ahorro, la inversión, el crecimiento, el empleo genuino y la inclusión social (en los cementerios la inflación no llega a un dígito…).
Entre los tres candidatos que asoman en el horizonte el único plan que conozco –aunque sea por arriba- es el de Bullrich-Melconian. Hace un año que un nutrido grupo de especialistas lo viene elaborando y ha comenzado a discutirlo con actores de la política, de la sociedad civil y de la economía real a lo largo del país. Por supuesto, sospecho que no hay ningún ser humano que se “entusiasme” con un plan de ajuste y de reformas estructurales. Pero la alternativa a un plan guiado por la política es dejar que las “fuerzas del mercado” (o sea, los capitostes económicos de privilegio, los especuladores, los licuadores seriales de deudas o los que juegan a la timba financiera) se lleven puestos a los sectores más vulnerables de la sociedad. El escenario que hay que evitar a toda costa es una salida “desordenada” del berenjenal en el que estamos metidos, cuyo consecuencia cantada sería una caída brutal de los salarios reales, una pulverización absoluta del poder adquisitivo de los planes sociales y un salto astronómico del nivel de pobreza (Una nota técnica e histórica destinada a los más jóvenes permite apreciar la magnitud de lo que estamos hablando: según cálculos del economista Fernando Marull, el dólar libre que hoy ronda los $ 800 –a precios actuales y ajustado por inflación- llegó a los $2008 en la hiperinflación del tránsito entre Alfonsín y Menem, y tocó los $ 2514 durante el “Rodrigazo”…).
Claro, uno de los tantos problemas que enfrenta Juntos por el Cambio es disponer de los anclajes de poder social (sindicatos, movimientos sociales, jefaturas territoriales), de los elencos activos en distintos estamentos del Estado y del acompañamiento sostenido de una mayoría ciudadana para encarar un programa que –en el mejor de los casos- comenzará a dar resultados después de unos cuantos meses: la inflación deberá primero subir para luego lentamente empezar a bajar. Y es aquí donde entra a tallar la capacidad de gobierno que puede aportar el peronismo. Ciertamente, se trata de un conglomerado variopinto cuyos engranajes hace rato que giran siguiendo su propia lógica de poder, pero un Massa presidente (no un Massa-ministro-de-Alberto-y-de-Cristina) parece tener la capacidad de articular a esos diferentes sectores en torno a un vector de conducción estatal orientado a garantizar mínimos niveles de gobernabilidad. Que tenga la posibilidad de hacerlo no quiere decir que vaya a lograrlo, pero al menos es un buen principio contar con una ristra de mecanismo de poder (las “efectividades conducentes” de las que hablaba Yrigoyen...) que podrían jugar a su favor. Concedo de entrada el contra-argumento: buena parte de esos dispositivos son corporativos, caudillescos, patrimonialistas o clientelares; muchas veces son oscuros y otras veces directamente corruptos; pero en situaciones de máxima turbulencia como la que estamos atravesando es mejor tenerlos a la mano que no tenerlos. Ya habrá tiempo para llegar a la república “verdadera” –como decía Alberdi-, aunque haya que pasar por el desagradable sendero de la república “posible”.
Pero la desgracia histórica de la hora es que –hoy por hoy, al menos- la mayoría de los votos parecen estar con Milei, que no ostenta ninguno de los atributos antes citados: no tiene un plan económico (su plataforma es un listado de objetivos descaminados sin la identificación de instrumentos concretos para alcanzarlos), no posee un equipo consolidado de especialistas para ocupar funciones estratégicas en el Estado, no cuenta con el soporte legislativo necesario (afortunadamente podríamos agregar) para modificar nada, carece de toda experiencia personal de gestión pública y no dispone –ni de lejos- de los basamentos de poder social necesarios para encarar una salida ordenada de nuestros problemas, en el supuesto caso de que le interese.
De este modo, la mala noticia del día es que en cada rancho hay un paisano: una tiene un plan, el otro maneja mecanismos imprescindibles de gobernabilidad y el último parece acaparar la mayoría de los votos. Entre los tres candidatos no hacen uno, pero necesitamos que los tres recursos funcionen en sintonía.
Un detalle no menor: se me dirá con razón que los tres elementos están atravesados por una asimetría estructural. Por ejemplo, un líder ya constituido legítimamente en el poder puede “comprar” un plan económico llave en mano (no es lo mejor, pero no estamos para sutilezas), pero la inversa no es válida: el mejor economista del planeta no puede adquirir gobernabilidad en ningún mercado. Y en un sentido análogo, tener un plan económico coherenteo dispositivos de gobierno eficaces no le garantiza a nadie la fortuna en las urnas. Lo lamento, pero la vida es así.
Ya veremos en los próximos meses si logramos –como sociedad- dar tres pases políticos seguidos, o lo que nos espera es sufrir –a manos de los dueños del dinero- una ominosa goleada.