Cerca de las 20 horas del 31 de agosto un avión partió desde Brasil hacia China. Habían pasado tan sólo seis horas desde que  61 senadores le pusieran un prematuro fin al segundo mandato de Dilma Rousseff. Satisfecho, el hombre que veía el suelo brasilero alejarse mientras contemplaba la ventana del Airbus 319 respiró hondo y pudo finalmente dar por terminado el plan de acción que había comenzado a elucubrar a mediados de 2015. Ya no había vuelta atrás, sería el presidente hasta 2018. Aunque, Michel Temer supo que en el medio de una de las peores recesiones de la historia del gigante sudamericano, no había tiempo que perder.

El viaje del flamante jefe de Estado a la provincia de Zhejiang tuvo lugar en el marco de una nueva cumbre del G-20, donde la República Popular China decidió darle una fuerte estocada al proteccionismo que, según caracterizaron, es el último obstáculo que se presenta para llegar a un modelo de crecimiento innovador, basado en una nueva revolución industrial y en la economía digital . Para Temer, fue la posibilidad de presentarse ante el mundo como el presidente firme de un país próspero que ya dejó atrás las turbulencias políticas , según declaró ante la atenta mirada de Xi Jinping. 

No obstante, la realidad brasilera está lejos de esta expresión de deseo del titular del PMDB. Su plan económico no es más que un conjunto de viejas recetas disfrazadas de una agenda de desarrollo , entre las que se destacan la privatización de la Casa de la Moneda y el Correo, la venta de la participación estatal en más de 230 compañías de electricidad, flexibilización laboral, reducción drástica de la inversión pública, destrucción del sistema previsional y el desmantelamiento de 9 ministerios entre los que se destacan Desarrollo Social, Ciencia y Tecnología, Unión General de Contralor, Igualdad Racial y los Derechos Humanos e Instituto de las Mujeres.

Además, adelantó que los gastos en Educación y Salud estarán supeditados a las metas de inflación fijadas. Por caso, ha enviado al Congreso Nacional la Propuesta de Enmienda Constitucional (PEC) 241/16, que prevé el congelamiento de los gastos públicos por 20 años en estas dos áreas, lo que implicaría un enorme retroceso en el acceso a la salud dinamitando la cobertura universal y asimilando el sistema al modelo norteamericano.

Justamente, la derecha latinoamericana parece estar encontrando por primera vez en este siglo su lugar en la región. Al igual que sucedió durante los últimos 12 años, la historia de los países de América del Sur parece moverse en sintonía, aunque cada vez más lejos del sueño de una Patria Grande y más cerca de un nuevo ALCA. No es casualidad que este proceso de avance del neoliberalismo se dé en el marco del cambio de estrategia en política exterior por parte de Estados Unidos. Decididos a dejar en manos de Europa la batalla contra el Estado Islámico y en Irán el rol de gendarme de Medio Oriente; EEUU vuelve a poner su mirada sobre el sur para aplicar nuevamente la Doctrina Monroe América para los americanos. 

No obstante, a diferencia de lo que sucede en Argentina con Mauricio Macri, cuyo programa económico no difiere demasiado del rumbo marcado por Temer, la legitimidad en el ejercicio del cargo aparece como un problema de magnitud. A pesar de que el presidente argentino ha perdido más de 20 puntos en su imagen positiva, aún mantiene un nivel de aprobación que abarca casi a la mitad de la sociedad. Mientras que una encuesta de Datafolha preveía la suspensión de Rousseff en mayo, mostró que solamente el 2% de la población votaría por Temer en una elección presidencial, mientras que el 60% pidió su renuncia y un 58% opinó que el ex vicepresidente también debería ser sometido a un juicio político. Es decir, a diferencia de Macri, Temer no tiene 20 puntos para perder.

En América Latina comienza a vislumbrarse la configuración de un nuevo vector histórico impulsado por el despertar de la derecha conservadora modernizada mucho más en sus nuevas prácticas democráticas que en sus vetustas propuestas económicas. Sin un nuevo súper ciclo de commodities en el horizonte, el escenario para el resurgimiento de gobiernos nacionalistas basados en la redistribución de las rentas extraordinarias no parece fácil.

Aunque, a diferencia de lo que sucedió en los 70 y 90, el campo popular se encuentra más organizado y cuenta con la ventaja de una serie de gestiones exitosas que volvieron a colocar a la región en el centro del plano mundial. Como siempre, será la configuración de la correlación de fuerzas la que determinará el margen de flotación de los gobiernos conservadores y el tiempo en el que los herederos de la Patria Grande logren construir una nueva mayoría.