Bonaerenses por el mundo Las sensaciones de Zúrich
Por María Teresa Sangiorgio Marina, de Martínez
Mi Zúrich querida, una bonaerense rinde un afectuoso homenaje a su segunda ciudad-hogar.
Una noche fría de marzo de 2014 llegué por primera vez a Zurich, en aquel TGV (tren de alta velocidad) con procedencia Dijón. Dario (leáse sin tilde en la i) me presentaba la ciudad en la que hoy vivo hace tres años.
Era mi primera vez en Europa y venía con la decisión de quedarme. Siempre había sentido curiosidad por llegar a un lugar totalmente remoto, donde se hablara otro idioma, y se viviera de otra forma. Y Zurich dio en la tecla, fue tal cual lo imaginaba. Carteles y voces por el alto parlante en un idioma jamás escuchado, esa derivación del alemán que hablan los suizos. Un frío atípico. Caras pálidas. Vestimenta formal. Orden.
Había conocido a Dario, un italo-suizo, unos meses antes, mientras trabajaba como recepcionista en un hotel en Palermo. Nos enamoramos de forma fugaz en esos 10 días que él estuvo visitando Argentina. Y al regresar a Zurich me invitó espontáneamente a visitarlo.
Cuando me imaginaba viviendo en Europa, haciendo honor a mis bisabuelos españoles y unas lejanas raíces italianas que me permitieron ser ciudadana de aquí, podía creer que en Londres armaría mi vida. Siempre creí que la cultura del té en esas calles grises con edificios de ladrillo podrían llegar a inspirarme. Pero Zurich y el amor, fueron más fuertes. Seguramente la primera mas.
¿Con qué me encontraría detrás de aquellas remotas etiquetas que a simple vista encontraba? Mentalidad muy cerrada, un idioma muy difícil de entender. Un costo de vida alto, gente que no tiene tiempo para conocer gente, aislamiento. Frío, culto a la puntualidad. Dar el 100% en el trabajo y si sos extranjero, aún más.
El encanto de Zurich me llevó un año y un poquito más descubrirlo. Dicen que los grandes cambios siempre vienen acompañados de una fuerte sacudida. Y no era el fin del mundo. Es el inicio de volver a mí. Esa historia de amor con la que siempre soñé había llegado a su fin. Un año para recordar.
Y me encontré sola en Zurich. Con un permiso de trabajo, trabajando en atención al público en un puesto fijo en un local amigable de ensaladas. Teniendo mi lugarcito, una habitación que alquilaba en las afueras de la ciudad.
Me enamoré de sus callecitas empedradas en Niederdorf, el casco histórico de Zurich. Con subidas y bajadas. Locales de artesanías, aroma a fondue, y un aire a tradición. Me encontré en su silencio, de las noches frías de invierno, mientras caminaba regreso a casa. Miraba el humo de las chimeneas saliendo por los techos y el aroma a comida que me recordaba a los platos que aún hace mi abuela.
La nieve. Copos intermitentes que bajaban por un lapso de tiempo. Yo los observaba y me tele-transportaba a otro mundo. La sensación era mágica, como estar en un cuento. La primavera aparece de un día para el otro. De repente los árboles comienzan a llenarse de hojas en un abrir y cerrar de ojos. La ciudad se llena de color verde y las flores empiezan a regalarnos su perfume. El sol llega para quedarse y la gente empieza a mostrar su sonrisa. Los cafés se llenan de gente en sus terrazas.
Empecé a disfrutar del lago de Zurich en el verano. Poder sumergirme allí y rodearme de cisnes, patos y peces fue un lujo que no sabía que podía disfrutar. En aquellas tardes la impronta Argentina le daba su sello, sumando algunos acordes de guitarras acompañados de unos dulces mates.
También recorrí en bici algunos lagos aledaños a Zurich, como el Katzensee y el Greifensee.
Y alguna que otra vez por los bosques, que hay muchos en la ciudad, me crucé con ciervos, vi zorros y erizos.
Hay una movida cultural interesante en Zurich, fiestas como Sechsenleuten, Street Parade, Theaterspektakel, Zurich Film Festival, Festival Caliente, que por lo menos una vez vale la pena presenciar.
Esa primera impresión de la gente, fría y cerrada, que tuve apenas llegué a Suiza, cambió repentinamente después de un viaje que realicé a Argentina. Zurich esta vez me recibió con gente llena de sueños, de vida. Quizás porque en aquel viaje, recordé lo bien que se siente estar a gusto de ser la del nuevo continente. De ser aquella aventurera artista y viajera que decidió dejarlo todo y hacer de una nueva ciudad su propio hogar.
Seguramente porque llevaré conmigo las buenas costumbres de mi querida casa, Martinez, provincia Buenos Aires. Y las esté desparramando en estas nuevas calles, que ahora son mi nuevo hogar.