Dicen que Alfredo Yabrán no sabía el daño que le podían causar los alcahuetes. Allá a finales de los '90 le dijo a uno de sus jefes de seguridad que le llamara la atención a un fotógrafo que lo incomodaba mucho se llamaba José Luis Cabeza. Todos sabemos cómo terminó esa historia.

En sentido figurativo, hechos como éste -sin llegar a ese final tan trágico- ocurren cotidianamente en la política argentina, donde el jefe político lanza alguna orden/intención en algún medio de comunicación o en alguna reunión y los innumerables alcahuetes, vecinos del poder prestado, salen corriendo a exagerar la intención original, desarrollando acciones y discursos violentos que producen daños irreparables en la sociedad, en terceros, y muchas veces en sus mismos jefes políticos

Esto ha sucedido en todos los gobiernos, por ejemplo, sin ir tan atrás en el tiempo, en la década pasada Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner expresaban una definición política y había pocos que se atribuían la prerrogativa exclusiva de interpretar ese pensamiento y salían a desplegar una estrategia agresiva, torpe, y muchas veces hasta contraria a la intención original de los líderes.

Seguramente mientras estás leyendo estas líneas se te vienen a la mente muchos nombres como puede ser el de Luis DElía, uno de los dirigentes que más ha dicho defender el modelo nacional y popular, pero que no ha hecho más que perjudicarlo a través de sus acciones. Sin embargo, a pesar de los errores en sus metodologías, él sostiene hoy en la oposición lo que defendía cuando era oficialismo.

Otro es el caso de los alcahuetes oportunistas, que son aquellos como el diputado bonaerense Fernando Chino Navarro que ofician de aduladores de aquellos que ostentan el poder o ven con chances de ostentarlo. Navarro se caracterizó por ser un férreo defensor de sus líderes Néstor y Cristina, pero luego de la derrota los planes cambiaron y sintió que CFK ya no "lo conducía" y pasó a convertirse en un alcahuete del líder del Frente Renovador, Sergio Massa, a pesar de que ahora busca volver a las filas conducidas por la ex Presidenta.

Los dichos y acciones de estos denominados alcahuetes, no han hecho más que expulsar dirigentes, militantes y argentinos del proyecto político que decían defender. Dañaron a la ex mandataria. 

Estos tiempos que corren no son distintos en ese sentido, ahora solo cambiaron los nombres, están los Delfino, los Mosca, los Ritondo, sólo por citar a algunos que hacen esto mismo. Son los escuderos que angostan día a día la base electoral del macrismo por exceso de alcahuetería. 

Parece que la supuesta "lealtad" no reconoce méritos ni capacidades políticas. Si bien todos sabemos que un proyecto político necesita de defensores y esa es una gran tarea. El problema político y hasta social aparece cuando estos supuestos defensores cobran una relevancia mayor que la de los dirigentes constructores. Cuando esto sucede hay un solo responsable el líder/conductor. 

Ahora vemos a diario como los alcahuetes del gobierno del presidente Macri o de la gobernadora María Eugenia Vidal se pasean por los programas de televisión para "defender" el proyecto político que representan sus líderes. Muchas veces -puertas adentro- se producen enfrentamientos entre las segundas y terceras líneas por estos planteos, enredándose en discusiones que nada tienen que ver con la esencia de la política que tiene como bien común transformar la realidad. Nos mantienen entretenidos con los chasquidos de la gallina, en lugar de dar soluciones concretas a los problemas de los argentinos. 

¿Qué le pasa a los conductores políticos que se rinden a los cantos de sirena de los aduladores aunque los dañen? Esta es una pregunta central para el futuro de la democracia argentina, porque mientras continúe esta lógica, la división entre la clase política  y la sociedad será cada vez más ancha y más profunda. Argentina espera una respuesta.