Al final Cristina ganó. Si acaso la elección primaria del último 11 de agosto fuera una partida de truco, analogía menos elegante que la del ajedrez pero no por ello menos efectiva, podríamos decir que la primera mano la ganó Unidad Ciudadana. En este caso hay dos grandes jugadores. Uno Cristina, el otro Mauricio Macri. La primera jugó fuerte, ni más ni menos que su candidatura, el otro jugó una carta menor, intentando respaldarla con su mejor opción, la propia Gobernadora y en menor medida su propia imagen.

Ambos contendientes han buscado que la elección pasada sea un plebiscito sobre su rival. Mientras desde el peronismo (en su variante mayoritaria encolumnado detrás de la ex Presidenta) se buscó poner a la economía como parteaguas de la elección, desde el gobierno (que de alguna manera condensa los apoyos de aquellos sectores no siempre homogéneos pero que tienen en común el rechazo a rajatabla a CFK y todo lo que con ella se relacione) se ha intentado plebiscitar a la anterior mandataria y toda la serie de adjetivos que se han querido poner como sinónimos de kirchnerismo, encabezados por la corrupción o corrupción K, al decir de las furibundas espadas mediáticas oficialistas.

Cierto es que la paridad del resultado de la Provincia ha dejado varias lecturas posibles, así como escenarios abiertos e interrogantes. Por un lado, haberle reconocido una victoria por “apenas” 20 mil votos a Cristina rápidamente, ya que  estaba instalada previamente la idea que ganaba por varios puntos, hubiera dejado al peronismo k con un sabor amargo en tanto que el macrismo podría haberse propuesto como aquel que deja que su oponente juegue su carta fuerte, y acaso la única,  en la primera mano para ir a buscarlo en la segunda. La operación-papelón que buscó que CFK no festeje, si es que acaso hubiese podido festejar un triunfo por la exigua cifra de 0.21 % frente a la insípida dupla oficialista, le dio al resultado final una épica de la cual el antiguo FPV no habría podido asirse en condiciones normales.

Otro elemento  a tener en cuenta es el enorme volumen que puede expresar el gobierno a través de su formidable aparato presupuestario, mediático y propagandístico que, vista una mitad del vaso, no logró imponerse a una candidata que si bien instalada claramente, no contó con el despliegue de recursos de sus rivales. Si miramos la otra mitad del vaso, el propio gobierno podría argumentar que aún con Esteban Bullrich casi le ganan a Cristina, e intentar instalar ¿qué hubiera pasado si su contrincante eleccionario hubiera sido alguien con peso específico propio como el presidente o la Gobernadora?

La elección del tercer domingo de octubre no guarda necesariamente relación con la PASO. Si eso fuera así, hoy Scioli sería presidente y Aníbal Fernández ocuparía el sillón de Dardo Rocha en La Plata. Dado que entre ambos turnos electorales el tiempo es medianamente corto, en general, los procesos políticos, económicos y sociales que configuran las coyunturas en curso en las cuales se inscriben las elecciones, no varían significativamente entre una votación y la otra, como pasó en 2011, en 2013 y, si se hubiera hecho una lectura acertada, en 2015. De proyectarse las variables de agosto, en octubre se elegiría nuevamente entre Macri y Cristina, intentando que las características que desde cada uno de los sectores le adjudican a su rival resulte sea la lectura mayoritaria de la sociedad.

Desde el gobierno nacional la apuesta parece ser justamente la contraria.  Alterar el proceso que se venía desarrollando parece ser la intención del macrismo para que no se elija entre las dicotomías “ajuste- corrupción” o “futuro y pasado” o “patria para pocos y patria para todos” depende de donde se emita la consigna, sino que la apuesta es mucho más riesgosa ya que se busca enrarecer a fondo el clima político para atemorizar a la sociedad ante hipotéticos enemigos de la argentinidad, lo que devendría en un clivaje en donde de un lado están los que quieren la paz y de otro los que quieren la violencia. El riesgo de esto es que para que sea efectivo, los supuestos pacificadores antes deben crear escenarios de violencia social y enemigos internos. Como los Chicago Boys de los noventa, expertos en crear crisis económicas y financieras que les permitían luego aplicar fuertes ajustes y reformas con las espadas suficientes que les daba el temor social a volver al infierno tan temido, el gobierno nacional busca mediante la resucitación de actores políticos arrumbados en los anaqueles del museo de la historia como los anarquistas, o un supuesto e inverosímil separatismo mapuche, regado de la dosis suficiente de kirchnerismo, chavismo y demás yerbas, hacer creer a la sociedad que la única garantía para no caer en un clima de violencia política análogo al de décadas atrás, es ganando las elecciones y refrendar la política de seguridad interna de una ministra experta en cazar twitteros.

El PRO no parece ser un partido de derecha moderno a la europea como ha querido ver algún analista político recientemente. Es mucho más preocupante notar que una vez acabada la perorata de la “pesada herencia”, hay variables que comienzan a insinuarse en el proceso político en curso similares a los años treinta en el que los conservadores gobernantes (muchos de ellos antepasados de muchos de nuestros gobernantes actuales) recurrían al fraude, a la proscripción, al estado de sitio y a la persecución de los políticos opositores, antes que arriesgarse a entregar el poder al radicalismo popular.

La pregunta que queda flotando –ante los hechos que se vienen configurando desde la desaparición de Santiago Maldonado y la derrota, exigua pero derrota al fin, del gobierno en las PASO– es si el oficialismo actual que se ha evidenciado capaz de reconstruir el peligroso escenario del enemigo interior ante el riesgo de perder una elección de medio término, acaso se resignaría alegre y republicanamente a perder las elecciones en 2019 a manos de alguien que estuviera, por ejemplo,  del otro lado de “la grieta”.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                       *Historiador